sábado, agosto 31, 2019

Tallulah Flores*: Poemas


SI SE NOMBRA EL RÍO
No poseo absolutamente nada
que pueda igualarse a estos hombres hermosos
que asaltan ingenuos
la lengua oxidada del agua con sus cuerpos.
Los pescadores son ríos pequeños en el río.
Geometrías tatuadas por la mugre de este siglo
que pasa y permanece en cada puerto,
en cada orilla coloreada por el agua:
un verde, un ocre, un rojo en la certeza
que sólo suelen dar las cosas vivas
y todo tan intacto.
Intacto el negro río
y el marino intacto entre mis piernas
dementes y obstinadas algas 
que respiran cansadas cuando el sol se lanza en sombra
haciendo otro ejercicio del paisaje
inclinado por buques de océanos distantes.
No quiero que este río se ahogue entre sus aguas.
No quiero que pierda la memoria y se detenga en lodo.
No quiero que ceda a la pobreza 
y que todo se reduzca a la antigua afición de un espectáculo:
a la imagen de algún cine recordado.


NERVIOS DE INVIERNO
Homenaje a George Bacovia
El cuerpo de la noche se recoge.
Lentas, bajo sombras,
las tabernas gritan.
Caigo.
Y una sola palabra sobre el aire
que es de pronto un círculo de aves
mancha mi memoria.
Bacovia, poeta:
te leí con prisa,
sin sol,
incontrolable.
Me enseñaste hace tiempo una tristeza
de carcajadas lúgubres 
y una humedad que sólo hallaba
en tus siempre escasos árboles
que me advirtieron el peligro.
Pensándolo bien
desde este trópico de rones,
de mitos
y de restos de basura,
me extravié en Rumania
durante aquel invierno ajeno.
¿Cómo adivinar que más tarde
habría de confundirme contigo en el espejo?
Siglos de sol,
una línea de luz en medio de la arena.
Barranquilla enterrada en una esquina 
de risas y de baile.
Nada olvidado, todo decisivo.
Así tus cuervos y tus buitres de cristal
posados por siempre en cada hoja,
en cada texto,
en cada soledad mía
una y mil veces corregida.
George Bacovia:
a mí me gustaría repetirte en este cielo,
en esta página que traza 
cada fase final del optimismo,
la historia de un poeta o 
el estallido de una orquesta 
que resiente cada noche mis sentidos.
Carrera enloquecida
o una leve manía por la vida.

  FIN DE FIESTA

Entonces di vueltas y dije en voz alta:
yo, que combatí sin venganzas los horrores del día
                                                                     tan ciertos,
que renuncié a descifrarme en el sol, en su tiempo,
que accedí a perpetuar el deber, la pereza,
para cada trayecto una versión de mi rostro,
una conciencia suelta
que aprendí a brincar desde adentro
cuando puse los pies en la tierra,
¿podré tener la noche?
Y traspasé con la mano una puerta.
Del otro lado, la puerta
con la sola esperanza sin ojos de cada nube negra,
adoré a mis demonios sintiendo el temor de saberlos tan cerca.
Y así estuve presente en el silencio rojo sin señas
de las cómodas sillas que no tienen regreso,
en el exilio suave, los bares que cuentan
que no es otra la historia:
mentiras en humo al final de la fiesta.


 PUERTO COLOMBIA 
I
Se diría que no es más que el mediodía,
lo sofocante del sol o
los patios que ingenuos
se levantan de tumbas sin mármol y sin verde.
Todo allí se traga el polvo de los muertos.
Incluso el mar
                                             visitado los domingos
cualquier día se desgarra en un volcán de luz
que grita hacia las doce
compitiendo con la risa miserable de los niños.
Ellos saben del combate con las olas,
se desmoronan en el agua,
acomodan sus huesos entre trapos
y chillan incansables hasta dejarse poseer
por los fantasmas de su pueblo.
La historia ya no cuenta para nadie.
Las horas se juntan con las horas en lo que resta de este puerto
y la música estalla incesante y se adormece
en los ojos de los peces, en los vidrios de la arena.
Más allá las redes se devuelven.
Se diría que perciben lo implacable del reposo,
el misterio más profundo de las aguas,
las trincheras en la arena.

II
Así, la mirada obedece a un sol soberbio,
a un rojo indeciso que se humilla y se pierde
sin colinas que oculten un poco su agonía.
Las aves encierran el paisaje,
dialogan en secreto, giran libres 
y se apoyan locas en el aire 
con un grito que resuena todavía
en cada pie descalzo,
en cada remo,
en cada red que se aproxima.
Se cubre de luna el mar en ese instante.
Los peces se rinden en el agua,
los pájaros se duermen
y los faroles incendian las ciudades 
                                     inventadas cada noche
bajo el muelle.
Un doble Olimpo, por ejemplo.
Hoy, un acto inescrutable de columnas infinitas
                                                     hacia arriba-hacia abajo
un dibujo sin alma, sin olor,
sin dioses, sin desastres.
Finalmente, el espacio. Todo.
Y yo, al borde de la noche
o en esta orilla del Caribe.

*Tallulah Flores (Barranquilla, Colombia  1957. Licenciada  en Educación de la Universidad Javeriana y  Especialista en Pedagogía de la Lengua.  Tiene una Maestría en Estudios Multidisciplinarios de Buffalo, New York  State  University.  Miembro del Comité Editorial de la revista de investigación, arte y cultura Víacuarenta.  Profesora de Literatura del Colegio Hebreo Unión y catedrática del Programa de Comunicación Social de la Universidad del Norte. Ha publicado los siguientes  libros: Poesía para armar (Plaza & Janés, 1986); Voces del tiempo (Ediciones Luna Hiena, Bogotá, 1993) y Cinematográfica (Biblioteca Miguel Rasch Isla, Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 1997).  Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y antologías literarias del país y del exterior.  Ha participado en festivales nacionales e internacionales, siendo ganadora del Gran Premio Internacional de Poesía del Festival de Curtea de Arges,  Rumania ,2004.  Recientemente, la Universidad Externado de Colombia publicó una antología de sus poemas en la edición “Un libro por centavos”. Su cuarto libro  de poemas, Nombrar las voces, será editado próximamente.  Es miembro del grupo fundador del Festival Internacional de Poesía Afrocaribe, Poemario, de Barranquilla.



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