Luis Bacigalupo: Apuntes para Cuerpos con música de fondo, de Rita Kratsman
Apuntes
para Cuerpos con música de fondo
por
Luis Bacigalupo
Un poema empieza como un nudo
en la garganta, como una añoranza o un amor. Luego da con el pensamiento y el
pensamiento da con las palabras. Estas, que en algún artículo Seamus Heaney
atribuye a Robert Frost, bien podrían estar describiendo el nacimiento de Cuerpos con música de fondo, de Rita
Kratsman.
Hay un espacio y un tiempo en
que se escucha por primera vez una música. Con estas palabras comienza el poema
que da inicio al libro. Un poema es un universo, me gusta creer, que deja oír
las notas primeras de su cosmogonía. Por lo tanto, un poema es uno y diverso,
pero, a su vez, la constelación de todos aquellos que le precedieron y aún
emiten siquiera un débil fulgor en el breve, infinito firmamento del texto.
Así debió de haber acontecido
el principio de todas las cosas, de un orden primordial, de la belleza
implicada en ese orden. Hablo del poema, pero también de un ciclo de estos, los
50 que conforman el Pierrot Lunaire del simbolista belga Albert Giraud, de cuya
serie, Ar-nold Schönberg selecciona 21 para componer su ciclo de canciones,
Tres veces siete poemas de Pierrot Lunaire de Albert Giraud, más conocido como
Pierrot Lunaire, op. 21. En este espacio: Berlín, y en este tiempo: 16 de
octubre de 1912, se escuchó una música también por primera vez.
Existe, de igual forma, un
espacio y un tiempo para Cuerpos con
música de fondo (las calles de Buenos Aires, solsticio de verano austral,
2016), como así también los hubo en Tornasol (Automotores Orletti, 1976), y,
además, un paralelo que establece, con el melo-drama de Schönberg, los márgenes
de un acorde discordante, el fondo de una música renuente a hacer de los
cuerpos el centro tonal de atracción.
Este séptimo título de
Kratsman –constituido, a mi modo de ver o leer, por cuatro series de poemas
claramente delimitadas y organizadas según la progresión de un pensamiento crítico
que se alza, sin perder de vista su objeto, por encima de él en provecho de una
mirada contextual omnicomprensiva: ... a qué bosque pertenece cada árbol, se
pregunta– plantea una instancia de inflexión y reflexión en su poesía, en que
el lirismo –de tenues reminiscencias impresionistas, involuntariamente
proustianas, en Giverny, o evocador, en El
cuaderno de Amanda, de una infancia recuperada más tarde en Tornasol por
pura pulsión de sobreviven-cia– da paso a la aspereza de un decir fiel a la
poética del mirar, del “saber” mirar y padecer la pasión del otro en su caída.
Las calles son la vía del sufrimiento y sus estaciones, la experiencia
dramática, con visos de teatralidad, en que la voz del yo lírico configura un pathos que, con su estupor, su ironía,
su solo temblor, interpela el silencio de una cortedad o de una indolencia.
Es un momento, decía, de
inflexión y reflexión que destaca una valoración ético-política incidente,
cuanto más sugestiva, en la construcción de sentido del poema. El pasaje de una
introspección solipsista a la narratividad épica de una mirada crítica que
encuentra, en el complejo compositivo del texto y sus voces, el aire fresco de
un extrañamiento que sopla, por momentos frío como el Burán ruso, ligeras
ráfagas del Método Formal precisamente sobre la sofocada atmósfera de lo ya
visto, de lo ya oído, de una inexorabilidad o un fatalismo constitutivos,
acaso, de una perspectiva de época, si bien remozada, nunca del todo nueva.
Las calles de Buenos Aires
asumen hoy el dudoso resguardo de una privacidad previa-mente vaciada de sí y
hostigada por las fuerzas y el orden públicos. A diferencia de Tornasol
(desaparición forzada, aislamiento, reclusión, tortura y exterminio), Cuerpos con música de fondo exhibe las
consecuencias de un tejido social desgarrado a los ojos de quienes rehúyen ver
el dolor en la herida ajena, como si tal aprensión fuera requisito para evitar
la propia: ¿o es que creen en la influencia de la luna sobre los vaivenes del
mercado?, escribe Kratsman.
Abandonados al llamado de un
destino sin horizontes, al imperativo categórico neoliberal en su rol mundial
de máximo productor de pobreza, indigencia y marginalidad, nuestros pasos
fatigados tropiezan con el oscuro espejo que refleja su estúpida perplejidad,
el escándalo ante los restos de un cuerpo social devaluado, intervenido, hoy
más que ayer, en los múltiples sentidos que admite el término: el político, el
social, el policial y, desde ya, el artístico. Caminamos/ y en eso consiste la ciudad –leemos. Y luego, en esa
contundente serie de estampas de vidas despojadas de todo derecho, titulada
“Imaginería horizontal”, Rita escribe: caminar
por la calle/ supone una trama de cuerpos sin sueños/ y recorriste tan solo
diez metros/ para comprobarlo. La apelación a la segunda persona concede un
anclaje político-testimonial en el que el yo lírico evoca ecos virgilianos,
enrostrando, a la mala conciencia de una ciudadanía refractaria o inadvertida,
el infierno al que la redistribución inequitativa del poder hegemónico del
capital ha condenado a los pueblos.
El espacio urbano transitado,
desprovisto de las ropas que hacen del sentido de urbanidad una solapada
hipocresía, pone en crisis nuestra mirada, nuestra displicencia peregrina sin
objeto, nuestras falsas urgencias y elegancias. Frente a esto: el paisaje
desolado en que ha devenido el mundo contemporáneo –escribe Guillermo Saavedra
en la contratapa del libro, y agrega–: la lúcida y descarnada voz poética de Rita Kratsman se quiere testimonio de
una mirada decidida a recorrer ese territorio hostil...
Sobre este estado de cosas sin
Estado, de cuerpos librados a la buena de Dios, lo que es lo mismo, a la
asistencia de un Estado ausente, cuando no expulsivo y usurpador, Kratsman
ensaya su crítica a la violencia en línea con el pensamiento de Harum Farocki,
quien prescribe en el epígrafe que introduce al texto, que la violencia, antes
de ser criticada, debe ser descrita. He aquí la música de fondo de un libro que
cobra cuerpo y vigor por su capacidad de mirar de frente a la realidad por
horrenda que se muestre. Efectiva, vallejianamente, ¡esto es horrendo!
Atención, asombro y una curiosidad perspicaz, pero, ante todo, esa aptitud para
vincularse con los seres y las cosas del mundo desde la inocencia a que aspira
toda primera mirada, toda primera lectura, toda primera vez.
Justicia poética es señalar
asimismo la sensible disposición de Rita para escuchar tanto los ensordecedores
como los más apagados ritmos de una ciudad que expone, con soberbia impudicia,
el diálogo imposible entre extrema necesidad e indiferencia. Cuando estas dotes
encarnan en una poeta de cualidades líricas y éticas insobornables, este es el
caso, su escritura se difunde, más allá de esas mismas virtudes, a través de un
mar de percepción y comprensión de la alteridad, lo que equivale a decir, de un
lector susceptible de ser exhortado por la indig-nación de la palabra insumisa,
poéticamente gozosa y elusiva, pero signada por un puñado de verdades tajantes,
evidencias de un naufragio que, en tanto reveladoras de nuestras miserias,
evitamos ver.
Cuerpos
con música de fondo es, además de todo y ante todo, un texto
plural inagotable, un complejo de códigos y voces de una vocación constructiva
inusual, remiso a esas urgencias realistas de enarbolar la denuncia de
pancarta, la ruda consigna o la condena con tufillo
moral. Su pluralidad es tan
ancha, tan digna en su adecuado tendido de correspondencias y contrastes
históricos, culturales y estilísticos que, de no ser por el firme sentido de
unidad que su autora ha sabido tensar con hilo invisible, se diría que estamos
frente a una diversidad textual impertinente. Se diría, si no fuese que la voz
lírica que adopta el texto no cesa un instante en intensidad ni sede identidad
ni eficacia. Se diría, sin más, si la belleza del conjunto no se correspondiera
con la de sus partes, no portara la consistencia de una verdad. Aun así, en los
enmascaramientos, y en el expresivo y acertado uso que hace del monólogo
dramático, por ejemplo, en la apropiación de la jerga de un pibe de la calle
(Pierrot) que recibe a cambio de sus piruetas las justas monedas que le
permitirán salvar la magra subsistencia diaria de él y de Braulio, su perro
rengo. Contra esa otra belleza, la que resulta, como dice Rita, una opresora
codicia de estilo/ sin lenguaje en que las letras signifiquen, se escribe Cuerpos...
Hay una galería de nombres
propios de la más alta cultura: Homero, Leopardi, Fauré, Joyce, Saint-John
Perse, Shklovski, Mandelbrot, Ekelöf, Tarkovski, por nombrar unos pocos, en
franco contrapunto y productiva tensión con otra de ignotos desclasados,
víctimas de un sistema engordado en la expoliación, la opresión, la injusticia.
Es justo, dicho sea de paso,
señalar también que Cuerpos... es un tour de force del sentido en su afán
incesante de proliferación, en sus desplazamientos, en sus estallidos, en su
resistencia a las sujeciones escolares de un lector normativo y
condescendiente, a resguardo de toda problematización. En esta busca Kratsman propone sus “extensiones”,
suerte de raicillas o brazos que confieren al texto derivas aleatorias a través
de nuevas corrientes de sentido.
Estos también son los atajos
de una “imaginería horizontal”, sus encrucijadas, sus desvíos, las fugas de una
significancia transeúnte de la amenaza de una situación de calle. Todo, hasta
que alguien de pronto se detiene, mira, despierta y, al fin, apoya el oído
sobre el corazón de la Tierra.
Etiquetas: Luis Bacigalupo
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