Luis Ángel Colombo: Luca Vive
Después que
pasó, todos los parroquianos comentaron lo mismo, en forma unánime. La voz
cantante la puso Nino, después del tercer whisky a la salud del General, cuyo
cuadro nadie se animó a sacar, ni siquiera Pepe, el dueño del bar.
--Bueno --me
espetó--. A vos, solo a vos se puede acercar ese pelado veintidós, porque sos el más parecido a él.
--Ah, sí? –le
contesté asombrado-. Y qué tengo yo de parecido, eh?
--Todo: la ropa,
esa mirada extraña, si te pelaras serías igual a él.
“Lo voy a
pensar”, me dije para mí, volviendo a leer el diario y hacer tiempo, hasta
regresar a la pensión donde vivía.
Aclaro que el
Pelado Veintidós, como lo llamaba Nino, era Luca, un ignoto, para mí, cantante
de rock. Se me había acercado y me había dicho en un enrevesado castellano:
--Eh, Barba,
haceme un poema, que te lo canto con música de mi banda. Y ahí nomás, sin
respirar, se había mandado dos copas de ginebra. Después, como si no hubiera
querido esperar mi respuesta me había dado la espalda, derrumbándose en una
silla, aislado de todos, en el fondo del bar.
Pepe me había
hecho una seña y me susurró: “No le haga caso, ni le hable, después seguro que
le dirá que se confundió”.
Volví a mi
diario y a mirar por la ventana cómo el invierno avanzaba implacable y poco a
poco el bar se vaciaba. Todos los habitués se iban a sus casas, sólo quedábamos
Nino, hablándole al cuadro; el dueño, al fondo; Luca, tirado sobre una mesa, y
yo.
Eran las seis y
cuarto, yo había abandonado la oficina hacía algo más de una hora. Mi ansiedad
era leer y soñar con algo nuevo y más real. Siempre que iba al boliche lo hacía
con un compañero de trabajo, juntos matábamos algunas horas en ese tugurio.
Esa vez, y
cuando estaba por terminar la lectura, lo vi frente a mí, con una sonrisa triste
y burlona:
--¿Escribiste
algo “Rimbaud”?
--Sí –respondí-.
Una temporada en el infierno escribí…
Me había dado la
espalda:
---Ciao –se reía
y mascullaba-. Sí, Una temporada en el
infierno, nada menos.
II
Falté varios
días al bar. Después del trabajo me iba directo a la pensión. El frío –a pesar
de mi simpatía por el invierno- no me gustaba soportarlo. Un viernes le dije a
mi compañero si no le gustaría un tintillo en lo de Pepe. Pero se
disculpó y no fue de la partida.
Cuando llegué al
bar estaba lleno de pendejos, parecían alumnos del Nacional Buenos Aires que
estaba a dos cuadras. Pero no, estos eran más prole. Me acomodé como
pude en el mostrador. Pepe se acercó con un tinto frío y un plato de maníes, sonrió
y me preguntó:
--¿Sabe a quién
esperan éstos?
Hice un gesto
que lo dijo todo.
--A Luca, su
amigo.
Me encogí de
hombros.
--Usted se
asombra, pero esos pibes se desviven por hablar con él.
--¿Y él…?
--Ni los mira,
usted es un privilegiado.
Los pibes de a
poco se fueron yendo. Miré el reloj: eran las seis. Me aburría pero igual no
tenía nada qué hacer. Pepe, más aburrido que yo, se había sentado detrás de la
máquina de café.
Cada vez
quedaban menos chicos. Yo también decidí irme. En la pensión
–pensaba- quizás
iba a mirar televisión con los encargados y cenara con ellos. Caminé unos
metros y alguien me llamó:
-Eh, Rimbaud, a
vos…
Me di vuelta:
era el Pelado, abrigado con una bufanda, un suéter, sucio, y zapatillas raídas,
los pantalones daban lástima.
--Ah, te gusta
que te llame así, no?
--Me da lo mismo
–respondí.
--¿Ya se fueron
los pendejos?
-No, algunos
quedan –le dije.
--Qué cagada…
¿Y, escribiste?
--Nunca escribí
nada más que cartas –le respondí.
--No importa,
alguna vez le habrás escrito una poesía a alguna mina.
-No, no lo hice.
-No te creo
–dijo el Pelado-. Mañana a la noche tocamos con mi banda, ¿no querés venir?
-¿Adónde?
-Tomá la
ivitación, te vas a divertir.
-¿Y qué tocan
ustedes?
-Cómo qué
tocamos –me contestó furioso-. Rock and roll, ¿te gusta?
-Má sí, mañana nos vemos.
-Te espero Rimbaud. Te espero.
-¿Y ahora –murmuró-: cómo carajo hago para
tomarme una ginebra?!
Yo me escabullí.
III
Esa noche no hubo ni tele ni cena ni nada: sopa
caliente y a la cama. Me desperté como de costumbre temprano, para llevar la
ropa al lavadero, hacer footing y leer algo. Pensar en la jornada que me esperaba
me hacía sentir extraño. Leí la
invitación: “La cueva del rock, esta noche SUMO”. Quizás ese fuera el nombre
del conjunto, pensé. Almorcé y sábado y siesta fueron sinónimos.
Cuando desperté se me ocurrió llamar a mi
compañero de andanzas, quizás si no tuviera taller de algo me acompañaría:
fracasé, esa música no le gustaba. Entonces decidí ir solo.
El espectáculo empezaba a las 23. El lugar era un
galpón que alguna vez había sido fábrica o depósito y que se había convertido
en un salón que hacía las veces de teatro. En la puerta, ordenando una
larguísima fila de pibes y pibas que
fumaban porro y cigarrillos había dos torres humanas con caras de pocos
amigos.
Crucé la calle para observar más de lejos: en la esquina un patrullero daba instrucciones a un
montón de tipos vestidos de pibes, pero que no engañaban a nadie.Esperé a que en la cola apareciera alguien como
yo, veterano y no tan roquero, pero fue en vano. Hice otro rato de tiempo en la
esquina y decidí regalar la entrada.
Rim,
Rim, Rimbaud: la inconfundible voz del Pelado me
hizo sobresaltar. Me di vuelta y lo vi, estaba con dos tipos más, tenía una
remera con una inscripción “FUCK YOU”.
-¿Qué hacés Luca, yo no me llamo Rim…, eh?
-Para mí sos ese nombre, y me dio una palmada en
la espalda.
-¿Qué, te vas?
-Sí. Esto es para mocosos, yo tengo más de
cuarenta.
-Y qué tiene que ver, esperá que abran la otra
puerta y entrás conmigo. ¿Tenés la invitación?
-Sí.
-Dámela.
Se la di y se la entregó a uno de los que estaba
con él.
-Dáselas a alguno de ésos, y señaló a unos pibes
que deambulaban perdidos.
De pronto un tipo lo llamó: “Luca, Luca está todo
okey, vamos! Me agarró del brazo y entramos; atravesamos un
largo corredor, se escuchaban gritos y música, al final se distinguía una luz:
era el camarín del cantante. Entró primero, luego los tipos que estaban con él
y por último yo. Parecía el bar de Pepe, botellas por todos lados, Luca tenía
una ginebra en la mano y tomaba del pico.
-Salud, me dijo –inmediatamente un tipo delgado
de pelos parados me preguntó:
-¿Qué tomás, flaco?
-Vino tinto –respondí. Me acercó un vaso, brindé
con Luca.
Los músicos empezaron a afinar. Varias mocosas
quisieron entrar, pero Luca furioso las echó. Un tipo me preguntó de mala
manera:
-Flaco, ¿qué hacés acá? No se puede estar.
- Soy invitado de Luca, no sé adónde debo ir –se
escuchaba el sonar de un saxo y de una guitarra.
-Ah, disculpá, andá por ahí y ponete esto: era
una credencial que decía “Control”.
-Con esto no vas a tener problemas.
IV
Pasé por varios lugares, todos
me saludaban y palmeaban. Una piba de no más de veinte años me dio un beso y
siguió de largo. Con la mirada intentaba abarcar lo que sucedía: luces
multicolores, humo, petardos y gritos se mezclaban. En el escenario Luca con
una botella saludó, arrancó el primer tema. Todos bailaban, saltaban y reían y
tuve la idea de escapar, pero estaba bloqueado.
Fueron tres temas seguidos. Me ahogaba. Poco a
poco sentía que me desvanecía, buscaba aire. Vi una puerta e intenté acercarme,
algo de aire helado se filtraba. Estaba mejor pero todo era un caos. De pronto
Luca agradeció a todos y me nombró: “Espero que estés Rimbaud, porque yo no sé
tu nombre”, y luego aclaró que yo era un amigo del bar.
Sentí un pequeño calor cerca de la cara y después
me fui. Era demasiado.
Esa fue la última vez que charlé con Luca, ahí en
la puerta de un lugar que, seguramente, él al igual que yo detestaba. Después,
por otras circunstancias y curiosidad, quise enterarme del derrotero de SUMO,
hasta que un verano Luca se olvidó de darle cuerda al reloj, el bobo se le
paró y ahora es solo un recuerdo que veo de la casa donde dice LUCA VIVE. ¿Será
cierto?
*Texto inédito.
*Texto inédito.
Etiquetas: Colombo Luis
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