Antonella Anedda: Aniversario II
Hace
veinte años era inquieta
como
un pájaro capturado
pero
el matrimonio reveló
en
su quietud un vacío
donde
el mundo piensa mirarte vivir
y
en cambio tú te balanceas sobre un asta invisible.
En
un tiempo la vida era severa, en blanco y negro
-como
las fotos de los objetos que tomaba
Después
lentamente comenzaron a aflorar los colores:
al
comienzo, sinopias, luego más decididos y ahora densos
capaces
de arrojar sangre a quien los mira.
La
casa de enfrente, por ejemplo,
observada
en todas sus variaciones de luz, es mi obra maestra.
¿Soy
yo la que a la mañana me pongo la ropa preparada la noche
anterior?
¿Esa
tela apenas arrugada sobre la madera de la silla?
Tú
no existes, dice la llama que en algún lugar del pecho
ha
comenzado a murmurar mientras se agita.
Qué
importa, dice el río, lamiéndome los zapatos con su fango.
Slp
hacen los remolinos a los lejos.
Como
sábanas de los sueños de amor... ¿qué soy?
Parejas,
cuchicheando. Al alba, entre los arbustos.
Veo
mi cuerpo: ahora libera chispas
capaces
de iluminarme el camino.
Envejeciendo
me lleno de imágenes.
Antes,
el alma rechazaba las formas
turbada,
amasaba el sexo con el alimento.
El
blanco y el negro servían para poner orden en el exceso
hasta
que entre las grietas he comenzado de nuevo a amar.
He
separado el sexo del alimento, el alimento de los cuadros
y
silenciosamente las imágenes me han recompensado:
me
venían al encuentro como espejo de los fondos
pero
también con la nitidez de las faltas.
Sin
sombras: cosas que debían ser vistas.
Historias
de las que no hay que apartar los ojos.
Hace
falta un tiempo para el inventario.
Incluido
el crimen latente en nosotros.
Basta
un detalle para que me visiten los delitos
como
la (verdadera) historia de los hombres
que
violentaron y mataron por aquí indiferentes
a
ese ruido de ramas, ese partirse de leños
que
no impidieron a la sangre tocar las hojas
y
a los gritos elevarse entre la alondras.
No
somos lo que nos gusta creer.
Fingimos
finalmente hasta que se nos desliza la vida.
También
yo, todavía.
¿Quién
dice que de verdad me procrearon,
que
no me encerrarán, como ayer a la desconocida, en un ataúd de pino
cuando
mi catálogo está apenas en el comienzo?
sobre
el margen de una era con el útero vacío
para
siempre un antro donde no entrarán
sino
agua y algas, finalmente.
Es
el tiempo de la carcajada en el desierto
cuando
en lugar de la belleza
está
el movimiento del cuerpo que se nutre zapando
las
papas y las coliflores en la huerta.
...
Allá
entre las plantas estaba aquel chico
al
que habrá llevado la madre
luego
desaparecido en algún instituto.
La
ausencia abre la garganta hasta el pecho,
es
una de las tantas coronas de espinas
que
vuelan al acaso sobre las frentes de los seres humanos.
El
chico se ha perdido
y
no estoy en condiciones de encontrarlo.
Hoy
es mi aniversario de matrimonio
"todavía
joven", dicen, pero en realidad vieja:
en
un tiempo las mujeres de mi edad descansaban
mientras
la vida...
La
vida se refleja aquí, en el riachuelo.
La
cara del chico toma cuerpo
como
la luna contra el horizonte de cartón
de
cuando me casaba y el amor...
¿Dónde
estaba el amor? ¿En qué se convirtió durante todos esos años?
¿Se
había desmenuzado en mil recuerdos distintos que se entrechocan como
vajilla?
¿Había
dejado caer su cuerpo? ¿Sus esquirlas centelleaban todavía?
El
espejo está vacío,
¿pero
todo está de veras muerto o comienza lentamente a florecer?:
un
huevo, un zumbido, el canto de una rana
la
salamandra que avanza cautamente a lo largo del muro,
mientras
un hombre entra limpiándose los zapatos en el felpudo
y
el café rebosa destilando su negrura
para
bendecirme, hoy.
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Anniversario II
Venti anni fa ero inquieta
come un uccello catturato
ma il matrimonio si è rivelato
nella sua quiete un vuoto
dove il mondo pensa di
guardarti vivere
e invece tu dondoli su di
un’asta invisibile.
Un tempo la vita era severa,
in bianco e in nero
- come
le foto degli oggetti che scattavo
Poi lentamente sono affiorati i colori:
all’inizio sinopie, poi più
decisi e ora densi
capaci di dare sangue a chi li
guarda.
La casa di fronte per esempio
osservata in ogni variazione
di luce è il mio capolavoro.
Sono io che al mattino metto i
vestiti preparati la sera prima?
Quelle stoffe appena
increspate sul legno della sedia?
Tu non esisti, dice la fiamma
che in una parte del petto
ha cominciato crollando a
mormorare.
Che importa, dice il fiume lambendomi le scarpe col fango
Slp fanno i gorghi al largo.
Come lenzuola dei sogni
d’amore…che sono?
Coppie, bisbiglianti.
All’alba, tra i cespugli.
Vedo il mio corpo: adesso
sprigiona faville
capaci di rischiararmi il
cammino.
Invecchiando mi riempio di
immagini.
Prima l’anima scacciava le
forme
turbata le impastava al sesso,
al cibo.
Il bianco e nero, servivano a
mettere ordine al troppo
finché tra le fessure ho
ricominciato a amare.
Ho diviso il sesso dal cibo,
il cibo dai quadri
e quietamente le immagini mi
hanno ricompensato:
mi venivano incontro con lo
specchio degli sfondi
ma anche con il nitore delle
colpe.
Senza ombre: cose che dovevano
essere viste.
Storie da cui non distogliere
gli occhi.
Ci vorrebbe un tempo per
elencare.
Anche il crimine latente in
noi.
Basta un dettaglio perché mi
visitino i delitti
come la (vera) storia degli
uomini
che violentarono e uccisero
qui intorno incuranti
dei tonfi dei rami, di quel
troncarsi di legni
che non impedirono al sangue
di toccare le foglie
e alle urla di salire tra le
allodole.
Non siamo quello che ci piace
credere.
Fingiamo fino all’ultimo
finché ci scorre la vita.
Anche io, ancora.
Chi dice che davvero mi
generarono,
che mi chiuderanno come ieri
la sconosciuta in una bara di pino
quando il mio catalogare è
appena all’inizio?
sul ciglio di un’era con
l’utero vuoto
per sempre un antro dove non
entreranno
che acqua e alga, finalmente.
E’ il tempo della risata nel
deserto
quando al posto della bellezza
c’è il moto del corpo che
nutre zappando
le patate e i cavolfiori
nell’orto.
…
Là tra le piante c’era quel bambino
al quale avrebbero portato via
la madre
poi
scomparso in qualche istituto.
L’assenza apre la gola fino al
petto,
è una delle tante corone di
spine
che volano a caso sulle fronti
degli esseri umani.
Il bambino si è perso
io non sono in grado di
trovarlo.
Oggi è il mio anniversario di
matrimonio
“ancora giovane”, dicono ma in
realtà vecchia:
un tempo le donne della mia
età riposavano
mentre la vita…
La vita si specchia qui nel
rigagnolo.
La faccia del bambino si
concretizza
come la luna contro
l’orizzonte di cartone
di quando mi sposavo e
l’amore…
Dov’era l’amore? In cosa si
era tramutato durante tutti quegli anni?
Si era sminuzzato in mille
ricordi diversi che cozzano come stoviglie?
Aveva lasciato cadere il suo
corpo? Le sue scaglie baluginavano ancora?
Lo specchio è vuoto
ma tutto è davvero morto o
inizia piano a fiorire?:
un uovo, un ronzio, il canto
di un rana
il geco che avanza
cautamente lungo il muro,
mentre un uomo entra pulendosi
le scarpe sul tappeto
e il caffè trabocca
stillando il suo nero
fino a benedirmi, oggi.
*Antonella Anedda (Roma, 1958), "Dal balcone del corpo", 2007, Antologia, selección, traducción y prólogo de Jorge Aulicino, Hilos Editora, Buenos Aires, 2014.
Material extraído del blog Campo de Maniobras.
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