José Portogalo: Donde cavar la hondura de un vientre en primavera...
Canto a mi pan
Con pan de mi amor alimenté raíces.
De ráfaga-navío pan de nube
de noche-madrugada pan de trinos
y lágrima de pan de la pobreza.
El pan del vino aguado.
El funerario pan de los rincones.
El pan del ofendido
humillado
abolido.
En pan el pan el pan de los canteros
con el pan de los pájaros de mi alma.
Mi pan dije una vez (oh pan de piedra
trizándome los dientes)
nació del frío denso de los surcos
y del hueso pelado del rocío.
Y había una gaviota iluminada
y una espiga
de cárdeno rumor viva en mis sienes.
Había un cielo efímero
una lluvia
cenicienta y atroz con cicatrices
socavando mis yemas.
Había sin embargo dulzura de pan fresco
de gorrión despeinado de la música
que se nutrió del árbol de mi sangre
con ese ritmo sordo de cigarras
que aturden mi memoria.
Sus plumas custodiaron mis palabras
y su pico el latido de la brisa
sobre mi corazón amotinada.
Vino a mi voz en símbolo clareado
y me dio con el viento el pan insobornable
imbatible
durísimo
del mar con la cuchara de las olas
y el humo del tabaco de mi padre que ha muerto.
Cómo lo conoció mi infancia
definida
en la mejilla aireada del aromo
del abrojo del níspero del pámpano la higuera
y del libro escolar garuado en un baldío.
De pronto salió el pan salió de las arrugs
del labrador con hambre
y de la finca aérea del hornero.
Y yo
salta-alambrados
pierna al aire del aire avispa ronca
y hojaldre de los sueños
"como un ojo que ve claro" pude ver
destellando esplendores
el ojo de la vida
la inocencia del pan
y el encendido soplo de la escarcha
que preanuncia el exilio ante el abismo.
Y diría en fugaces imágenes del vértigo
primavera-gorrión gorrión-verano
y amor hilo de fragua
resplandor
caricia de agua quieta sobre el musgo.
Y mi vocabulario y mi cuaderno
perdido en un galpón
con la locomotora de un tren que nunca olvido.
Y diría también linterna humedecida
armónica herrumbrosa
y mendrugo de pan entre mis vértebras.
De pan-gorrión entonces mi esqueleto
mi barba con espuma mi calvicie
mi fulgurante lengua de pan-gorrión
alígera
y súbita alfarera de mañanas
que ha rodeado mi pecho de júbilo radiante.
Mi pan dije una vez (oh pan reflorecido
del vaho en las colinas)
izó luz infinita pan de gallos
que asea alta la noche los molinos
y el belfo echando azufre de un potro ingobernable.
Y vi cómo del ojo de Éluard amanecía
el ojo que ve claro pan de fuego
y de raudo aletear mi pan de río
mi gorrión-primavera mi semilla
de ese pan rutilante
pan de sol.
Pan de lumbre ganado repartido.
Pan de frente rozando el horizonte.
Pan de hermano de amigo solidario
pan de voz.
Film
Una vez a Nemo, "el ángel" le rompí la cabeza de un hondazo.
Yo tenía diez años y un corazón violento como mis malas palabras.
Y una voz agria y dura que sabía colarse en los tranvías
y dar vueltas en las barrancas de Belgrano seguida por los guardianes.
El era un niño rubio y manso dejado de la mano de Dios.
Y hasta tenía los ojos húmedos de un galgo que lame las manos del castigo.
Pactaba con medallitas de lata y se regía por una oración.
Y jamás se le ocurría pensar que a las muchachas había que poseerlas.
Pero éramos camaradas.
Yo con mi afán de romperlo todo. De socavarlo todo.
Hasta las lenguas grasosas del Río de la Plata en días de rabona.
Con mi lujosa agresividad de niño aceptada en rueda de mayores.
Con mi inocencia zumbona de pantaloncitos rotos en el traste.
Con mi alegría salvaje que tuteaba a las "señoritas".
En Echeverría y 11 de setiembre le lustraba los ojos a mi infancia.
Entre el olor y el sabor de la mañana sentada sobre mis rodillas
sacaba mi corazón y en mis manos se lo daba de comer a los gorriones.
Esto hacía gruñir a los ingleses de piernas de palo y voz de vidrios rotos.
Pero mi honda lograba frustrar el servilismo de los porteros.
y el corazón salía ileso porque era puro como la pepita de un carozo.
Entonces yo estaba enamorado de Perla White y de mi maestra de 3er. grado.
Me gustaban los ojos oscuros y las pestañas rizadas de Pola Negri.
Y tenía una novia a quien le relataba las aventuras de Sandokán.
Se llamaba Pola Morera y era linda como la estampa de un libro.
Por ella quería ser William S. Hart o el capitán de "La amenaza oculta".
A mi novia le gustaban los ojos de acero de los cowboys de las películas
y me llamaba su pequeño soldadito invasor.
Porque mi voz agria y dura dolía como una pedrada
y siempre tenía los puños listos para trizar narices.
El, con su dulzura de arcángel bajo los cornizones
en una mañana de primavera de cielo verde nube y de cartón,
yo, con mi hisopo flamígero encendiendo las mejillas de las muchachas
en una barricada de guerrillero de barrio.
Hoy Nemo "el ángel" anda por las plazas de Buenos Aires
y predica el salvacionismo con voz de Biblia y un tajo en la cabeza.
A veces se acompaña de un órgano y dice que ve a Dios sobre los árboles
y a Cristo sobre las aguas sucias del pecado con intención de lavarlas.
Pero yo sólo sé que Nemo "el ángel" es corredor de retratos.
Las voces
Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,
de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.
No es ésta una Elegía, camaradas.
Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias
como un torrente turbio de aguas que se desatan.
Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho de la grúa,
y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.
Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,
y allí dictan sus almas densas como una fiebre.
La voz negra destapa un cuerpo milenario.
Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.
Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.
De andar lento, seguro, como el de los rencores.
La voz negra disputa como un sol en los caminos.
No es el viejo lamento, la palabra humillada.
Es la selva que asalta gritando sus deseos.
En la copa del árbol con sus frutos maduros.
La raíz y la piedra con empujes vitales.
Asaltamos el alba a tiro limpio
Ramón Sender
Me trepan los insultos -mareas numerosas-
como trepan los hijos al cariño de un hombre.
Tengo las ansias llenas de ganarme en un grito.
Grito: ¡La vida es nuestra! y abro los horizontes.
Puertas de bronce viejo, de hierro remachado,
caerán cuando se agrupen las voces en un puño.
Hombres desvencijados, de espaldas a la vida:
así dancen las balas no serán de este mundo.
A los calvos de ideas, con sangre de pantano,
a los viejos que ensucian las palabras más altas,
les hago una advertencia: conmigo están los brazos
de aquellos que arrancaron de sus ojos las lágrimas.
La humildad -ese viejo mascarón- no hará suya
nuestra carne que es nudo de un clamor que echa ramas
y en sus climas oscuros, como a un árbol raíces,
nutren de savia pura los cuencos de su entraña.
Y ¡guay! del que esté en contra de nosotros, los pobres,
esos ríos de sangre, silenciosos y lentos,
que bajan hasta el pozo más hondo de la tierra,
que suben hasta el límite más alto de los cielos.
La vida es de nosotros los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.
Nos vejan, nos explotan, nos reducen a cero,
si agitamos un grito de protesta nos castran.
Nos orinan la baba de un exiguo salario
y nos cuadran en leyes como a burros de carga.
Y hablan de La Piedad, de La Bondad, del Arte,
sacerdotes, artistas, profesores, poetas,
los que en nombre del pueblo se erigen en vigías,
¡esos hijos de puta con almuerzo y con cena!
Ah señor Jesucristo: no queremos tus frases
-panes sin levadura-, magníficas, humanas,
que no son más que frases pero que nos inhiben
y destapan, astutas, nuestros poros de lágrimas.
No queremos tus frases. Yo que vengo de abajo
y que anduve entre obreros con hambre y manos sucias,
que sé lo que es el mundo, este mundo de mierda,
te lo digo derecho: tus palabras son putas.
Al carajo con todas las parábolas bellas.
Al carajo con todos los escrúpulos sordos.
Presentemos las armas proletarios del mundo
y a tiro limpio, firmes, vaciémosles los ojos.
La vida es de nosotros, los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza,
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.
Con pan de mi amor alimenté raíces.
De ráfaga-navío pan de nube
de noche-madrugada pan de trinos
y lágrima de pan de la pobreza.
El pan del vino aguado.
El funerario pan de los rincones.
El pan del ofendido
humillado
abolido.
En pan el pan el pan de los canteros
con el pan de los pájaros de mi alma.
Mi pan dije una vez (oh pan de piedra
trizándome los dientes)
nació del frío denso de los surcos
y del hueso pelado del rocío.
Y había una gaviota iluminada
y una espiga
de cárdeno rumor viva en mis sienes.
Había un cielo efímero
una lluvia
cenicienta y atroz con cicatrices
socavando mis yemas.
Había sin embargo dulzura de pan fresco
de gorrión despeinado de la música
que se nutrió del árbol de mi sangre
con ese ritmo sordo de cigarras
que aturden mi memoria.
Sus plumas custodiaron mis palabras
y su pico el latido de la brisa
sobre mi corazón amotinada.
Vino a mi voz en símbolo clareado
y me dio con el viento el pan insobornable
imbatible
durísimo
del mar con la cuchara de las olas
y el humo del tabaco de mi padre que ha muerto.
Cómo lo conoció mi infancia
definida
en la mejilla aireada del aromo
del abrojo del níspero del pámpano la higuera
y del libro escolar garuado en un baldío.
De pronto salió el pan salió de las arrugs
del labrador con hambre
y de la finca aérea del hornero.
Y yo
salta-alambrados
pierna al aire del aire avispa ronca
y hojaldre de los sueños
"como un ojo que ve claro" pude ver
destellando esplendores
el ojo de la vida
la inocencia del pan
y el encendido soplo de la escarcha
que preanuncia el exilio ante el abismo.
Y diría en fugaces imágenes del vértigo
primavera-gorrión gorrión-verano
y amor hilo de fragua
resplandor
caricia de agua quieta sobre el musgo.
Y mi vocabulario y mi cuaderno
perdido en un galpón
con la locomotora de un tren que nunca olvido.
Y diría también linterna humedecida
armónica herrumbrosa
y mendrugo de pan entre mis vértebras.
De pan-gorrión entonces mi esqueleto
mi barba con espuma mi calvicie
mi fulgurante lengua de pan-gorrión
alígera
y súbita alfarera de mañanas
que ha rodeado mi pecho de júbilo radiante.
Mi pan dije una vez (oh pan reflorecido
del vaho en las colinas)
izó luz infinita pan de gallos
que asea alta la noche los molinos
y el belfo echando azufre de un potro ingobernable.
Y vi cómo del ojo de Éluard amanecía
el ojo que ve claro pan de fuego
y de raudo aletear mi pan de río
mi gorrión-primavera mi semilla
de ese pan rutilante
pan de sol.
Pan de lumbre ganado repartido.
Pan de frente rozando el horizonte.
Pan de hermano de amigo solidario
pan de voz.
Film
Una vez a Nemo, "el ángel" le rompí la cabeza de un hondazo.
Yo tenía diez años y un corazón violento como mis malas palabras.
Y una voz agria y dura que sabía colarse en los tranvías
y dar vueltas en las barrancas de Belgrano seguida por los guardianes.
El era un niño rubio y manso dejado de la mano de Dios.
Y hasta tenía los ojos húmedos de un galgo que lame las manos del castigo.
Pactaba con medallitas de lata y se regía por una oración.
Y jamás se le ocurría pensar que a las muchachas había que poseerlas.
Pero éramos camaradas.
Yo con mi afán de romperlo todo. De socavarlo todo.
Hasta las lenguas grasosas del Río de la Plata en días de rabona.
Con mi lujosa agresividad de niño aceptada en rueda de mayores.
Con mi inocencia zumbona de pantaloncitos rotos en el traste.
Con mi alegría salvaje que tuteaba a las "señoritas".
En Echeverría y 11 de setiembre le lustraba los ojos a mi infancia.
Entre el olor y el sabor de la mañana sentada sobre mis rodillas
sacaba mi corazón y en mis manos se lo daba de comer a los gorriones.
Esto hacía gruñir a los ingleses de piernas de palo y voz de vidrios rotos.
Pero mi honda lograba frustrar el servilismo de los porteros.
y el corazón salía ileso porque era puro como la pepita de un carozo.
Entonces yo estaba enamorado de Perla White y de mi maestra de 3er. grado.
Me gustaban los ojos oscuros y las pestañas rizadas de Pola Negri.
Y tenía una novia a quien le relataba las aventuras de Sandokán.
Se llamaba Pola Morera y era linda como la estampa de un libro.
Por ella quería ser William S. Hart o el capitán de "La amenaza oculta".
A mi novia le gustaban los ojos de acero de los cowboys de las películas
y me llamaba su pequeño soldadito invasor.
Porque mi voz agria y dura dolía como una pedrada
y siempre tenía los puños listos para trizar narices.
El, con su dulzura de arcángel bajo los cornizones
en una mañana de primavera de cielo verde nube y de cartón,
yo, con mi hisopo flamígero encendiendo las mejillas de las muchachas
en una barricada de guerrillero de barrio.
Hoy Nemo "el ángel" anda por las plazas de Buenos Aires
y predica el salvacionismo con voz de Biblia y un tajo en la cabeza.
A veces se acompaña de un órgano y dice que ve a Dios sobre los árboles
y a Cristo sobre las aguas sucias del pecado con intención de lavarlas.
Pero yo sólo sé que Nemo "el ángel" es corredor de retratos.
Las voces
Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,
de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.
No es ésta una Elegía, camaradas.
Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias
como un torrente turbio de aguas que se desatan.
Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho de la grúa,
y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.
Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,
y allí dictan sus almas densas como una fiebre.
La voz negra destapa un cuerpo milenario.
Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.
Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.
De andar lento, seguro, como el de los rencores.
La voz negra disputa como un sol en los caminos.
No es el viejo lamento, la palabra humillada.
Es la selva que asalta gritando sus deseos.
En la copa del árbol con sus frutos maduros.
La raíz y la piedra con empujes vitales.
Asaltamos el alba a tiro limpio
Ramón Sender
Me trepan los insultos -mareas numerosas-
como trepan los hijos al cariño de un hombre.
Tengo las ansias llenas de ganarme en un grito.
Grito: ¡La vida es nuestra! y abro los horizontes.
Puertas de bronce viejo, de hierro remachado,
caerán cuando se agrupen las voces en un puño.
Hombres desvencijados, de espaldas a la vida:
así dancen las balas no serán de este mundo.
A los calvos de ideas, con sangre de pantano,
a los viejos que ensucian las palabras más altas,
les hago una advertencia: conmigo están los brazos
de aquellos que arrancaron de sus ojos las lágrimas.
La humildad -ese viejo mascarón- no hará suya
nuestra carne que es nudo de un clamor que echa ramas
y en sus climas oscuros, como a un árbol raíces,
nutren de savia pura los cuencos de su entraña.
Y ¡guay! del que esté en contra de nosotros, los pobres,
esos ríos de sangre, silenciosos y lentos,
que bajan hasta el pozo más hondo de la tierra,
que suben hasta el límite más alto de los cielos.
La vida es de nosotros los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.
Nos vejan, nos explotan, nos reducen a cero,
si agitamos un grito de protesta nos castran.
Nos orinan la baba de un exiguo salario
y nos cuadran en leyes como a burros de carga.
Y hablan de La Piedad, de La Bondad, del Arte,
sacerdotes, artistas, profesores, poetas,
los que en nombre del pueblo se erigen en vigías,
¡esos hijos de puta con almuerzo y con cena!
Ah señor Jesucristo: no queremos tus frases
-panes sin levadura-, magníficas, humanas,
que no son más que frases pero que nos inhiben
y destapan, astutas, nuestros poros de lágrimas.
No queremos tus frases. Yo que vengo de abajo
y que anduve entre obreros con hambre y manos sucias,
que sé lo que es el mundo, este mundo de mierda,
te lo digo derecho: tus palabras son putas.
Al carajo con todas las parábolas bellas.
Al carajo con todos los escrúpulos sordos.
Presentemos las armas proletarios del mundo
y a tiro limpio, firmes, vaciémosles los ojos.
La vida es de nosotros, los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza,
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.
Poema a Carl Sandburg
."..Y las sargas anónimas de los hombres oscuros
que pelean a brazo partido con la vida
y en profundas calles de extramuros
sufren su humillación como una herida"
César Tiempo
Cómo me alegraría, mi querido Sandburg, que estuvieras aquí,
a nuestro lado, junto a esta verja que da a una calle opaca
y sin chicos que la embarullen como a la calle de los pobres,
hoy que el frío nos agarrota los dedos,
nos humedece la punta de la nariz como a la de los borrachos.
Cantaríamos juntos, mi querido Sandburg, la canción del trotacalles.
Ya los lecheros han dejado sus botellas en los jardines silenciosos
-frágiles y sin arrugas como jardines de calcomanía-.
Por eso me acuerdo de ti cuando oigo sus carros percudir el silencio
que se tiende feliz sobre la calle opaca.
El sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos
y el aire es tan frío y delgado que nos penetra y duele como un grito.
Atrás de los párpados de las ventanas duermen los millonarios y sueñan.
¿Qué soñarán los millonarios en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán los millonarios de todo el mundo?
Y sus hijos, ¿qué soñarán en sus cajitas de sorpresa?
Cómo me gustaría haberme hallado en tus años
junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas,
porque con ellas has hecho todos los oficios -como yo- y has escrito poemas;
has volteado los vasos en las tabernas
riendo con una risa fuerte de bebedor de whisky y de guapo;
has peleado con los patrones, los porteros, los choferes
y has acariciado los muslos de una muchacha querida para soñar.
¿Qué soñarías en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarías sobre tu carro de repartidor de leche?
-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja
que van como lenguas al cielo para evadirse de la soledad.
Me subiría a tu carro de lechero, de trotamundos, de abremalezas;
arrancaríamos el poema de la urbe
- caliente como raíz o el seno de una madre-
para agriarnos la voz
y blasfemar como los italianos frente a los mercados,
viendo cómo les roban la plata a los pobres turcos y a los pobres judíos
y cómo "levantan" los bultos de los carros y de las veredas
los truhanes que ya han comprado los ojos del vigilante y los del cuidador.
Y con Masters, el masticador de tabaco y amigo de los obreros,
y con Anderson, que antes que millonario prefirió ser poeta,
nos iríamos a mi suburbio, allí donde creció mi infancia
y gané los primeros coscorrones y los primeros centavos
y paladié el sabor de las primeras palabras sucias que no mancharon mi alma;
donde conocí a la única mujer que me quiso
y donde estoy ahora apelotonado como un trasto viejo
vendiendo cara mi vida y mis sueños por la porquería de un jornal.
Nos iríamos Sandburg, a mi suburbio
para acechar la llegada de los vendedores de diarios
-esos ángeles pringosos que me parten el corazón con sus gritos-
cuando el canto de los gorriones hace boquetes en el aire
y el vozarrón de los gallos se riza como una viruta
en ese minuto en que las prostitutas cierran los ojos y sueñan.
¿Qué soñarán las prostitutas en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán esas mujeres
de palabras duras como sus vidas y frías como sus labios
que no queremos pero en cuyas orillas
hincamos nuestra soledad para habitarla de imágenes?
-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja,
y pienso que no tengo muchacha para acariciarle los muslos
porque el jornal no me sobra y la pobreza me asedia
como el frío de esta mañana de invierno
en que el sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos.
Canción con la muerte de un sueño
I
Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente
en que la primavera da brillo a las hojas de los arboles
y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Oh, mis amigos:
Hoy que arranqué la piel de cordero de mi humildad
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.
Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.
Estoy libre ¡libre! del sueño de los pobres.
Esa nube violenta que nos ciega los ojos
Que nos tumba sobre un camastro de algodón
y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,
tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,
para soñar el pobre sueño de los pobres.
Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.
Amo con la conciencia limpia cómo la de los niños,
Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.
Porque me arranqué los sueños como guantes
-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-
y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.
Oh, mis amigos:
Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.
Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.
Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras
y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante
ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,
pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.
Y unas ganas tremendas de amar la vida.
Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.
Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.
(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:
Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana
y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos cómo en un caracol.
Ahora que los pregones de la calle
abren la piel transparente de esta mañana de primavera
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis).
Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,
una vez me abrió su confianza cómo una puerta de amigo.
Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,
y me di un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.
Porque era en mí libertad el niño más feliz del mundo.
Oh, mis amigos:
Entonces yo sabía organizar las revoluciones infantiles.
Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!
Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.
El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.
Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,
para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro paredes frías de la ciudad,
y vengarme de mi cotidiana amargura:
Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.
Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,
en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,
sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,
y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.
Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila
mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,
o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.
Oh, mis amigos:
Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,
y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.
II
Y ésta es mi Elegía, camaradas:
la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.
Al sueño de los pobres lo arranqué con tirabuzones de aliento
y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece
bajo este sol que tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Retorno
Devolvedme las malas palabras puras,
Aquellas que tuve un tiempo cuando era niño
y apedreaba las vidrieras, las casas de los burgueses
y el casco de los vigilantes,
que era un blanco magnífico para el envión de mi honda.
Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi infancia como un cielo violento.
Devolvedme las malas palabras puras
Aquellas que tuve un tiempo cuando era joven
y hacía el amor a las doncellas que rondaban mi hombría
como barcos a vela.
Aún el estupor de la vida y la maldad de las gentes
-enguantadas en una suavidad de cáscara de cielo-
no me habían arrastrado entre la diáspora de los vórtices.
Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi juventud como un cielo violento.
Hoy he visto morir a un hombre.
La multitud miraba curiosa, atónita, a la bestia caída.
La oreja, el ojo, la boca de la multitud
se hamacaban en una mueca misericordiosa y piadosa.
Pero las muecas se hacían añicos contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte
Ningún brazo de coraje
levantaba el cielo violento manchado de sangre.
Solo yo -junto a un árbol- clamaba por el hombre muerto:
¡Yo tengo la culpa!
Pero tenía las palabras sucias, impuras e indignas de ese muerto.
Él las rechazaría sí las oyera
porque era un hombre capaz de escupirle a Dios en su misericordia.
Esa estúpida misericordia de un enano Dios de barro
con su corte de arcángeles rufianes,
con su corte de vírgenes prostituídas,
porque era un Dios el mismo con su carne, su sangre y su entraña
que elaboraban el cielo violento de las malas palabras puras.
¡Ah! qué hermosa lección me ha dado este hombre
que hoy apagó su vida entre el fragor de la multitud atónita
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.
Hermanos de las usinas, de las fábricas, de los talleres,
un camarada pintor os pide la palabra.
Una raíz ignorada me levantó las carnes
Ahora tengo el cielo violento que apuntalaba mi infancia
cuando apedreaba las vidrieras, la casa de los burgueses,
y el casco de los vigilantes
era un blanco magnífico para el envión de mi honda.
Hoy
un compañero albañil
se rompió la crisma desde un séptimo piso
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.
Un poema a las 6 de la mañana
Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe.
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón -íntimamente-
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.
Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.
Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fabrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
-oblicuo como la sombra de una pared a media noche-
Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.
Cartel
Sabemos que la tierra palpita bajo el peso de nuestros muertos.
También sabemos que a la muerte de los recién nacidos
se une la muerte de las parturientas anónimas.
La muerte de los canillitas sobre los mármoles fríos.
La muerte de los soldados bloqueados por los colores de las banderas.
La muerte de las prostitutas entre colillas aplastadas y frascos de perfume.
Y hasta la muerte de las nubes que se transforman en lluvia:
Sobre las ciudades, o sobre los campos
La muerte que rueda por el Universo embozada como una espía,
y se aposta en cualquiera esquina del mundo, o en un zapato.
O anda como un silbido que se ha extraviado en el aire
Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Y nos vencerán como a juncos o como a hierbas si no mellamos sus hélices.
Las voces de nuestros muertos circulan como soles que alumbran.
Yacen en horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.
A veces, con las manos crispadas
como los cuerpos de los náufragos flotando sobre el océano.
A veces con los ojos espantosamente abiertos,
como la boca de los túneles o el ojo de los abismos:
Nos aguardan sus muertes y se unen a las raíces más oscuras
Las que penetran la tierra.
Las que alimentan las ramas
Las que dan sangre al fruto.
Así, como los latidos del corazón que vitalizan la carne
Las raíces que todos ignoramos.
Las raíces que corren por las venas.
¿Hasta cuando nos dejaremos pudrir entre los limos de la inercia?
¿Hasta cuando empujará la noche sus bultos en nuestros ojos?
¿Hasta cuando os dejaremos manosear como las semillas?
Y no seremos como la ola que avanza
Como la flecha que avanza.
Como la rueda que avanza.
Como el fuego.
Como el viento.
Como el humo.
Como el vivir de todos los elementos del Universo que avanza!
Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Pero yo sé que hay mañanas más allá de la sombra.
Mañanas que nos aguardan desnudas junto a las estrellas.
En las puertas del alba tupida de pájaros libres.
-Como las muchachas de las aldeas a los mozos que vuelven de los surcos-
Para que las penetremos
Para que las poseamos
Como las raíces a la tierra que vive de la levadura de nuestros muertos.
Y dejemos entre sus labios el corazón que sangra y sueña.
E inauguramos en ellas la patria de los que no tenemos patria.
La patria de los horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.
."..Y las sargas anónimas de los hombres oscuros
que pelean a brazo partido con la vida
y en profundas calles de extramuros
sufren su humillación como una herida"
César Tiempo
Cómo me alegraría, mi querido Sandburg, que estuvieras aquí,
a nuestro lado, junto a esta verja que da a una calle opaca
y sin chicos que la embarullen como a la calle de los pobres,
hoy que el frío nos agarrota los dedos,
nos humedece la punta de la nariz como a la de los borrachos.
Cantaríamos juntos, mi querido Sandburg, la canción del trotacalles.
Ya los lecheros han dejado sus botellas en los jardines silenciosos
-frágiles y sin arrugas como jardines de calcomanía-.
Por eso me acuerdo de ti cuando oigo sus carros percudir el silencio
que se tiende feliz sobre la calle opaca.
El sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos
y el aire es tan frío y delgado que nos penetra y duele como un grito.
Atrás de los párpados de las ventanas duermen los millonarios y sueñan.
¿Qué soñarán los millonarios en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán los millonarios de todo el mundo?
Y sus hijos, ¿qué soñarán en sus cajitas de sorpresa?
Cómo me gustaría haberme hallado en tus años
junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas,
porque con ellas has hecho todos los oficios -como yo- y has escrito poemas;
has volteado los vasos en las tabernas
riendo con una risa fuerte de bebedor de whisky y de guapo;
has peleado con los patrones, los porteros, los choferes
y has acariciado los muslos de una muchacha querida para soñar.
¿Qué soñarías en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarías sobre tu carro de repartidor de leche?
-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja
que van como lenguas al cielo para evadirse de la soledad.
Me subiría a tu carro de lechero, de trotamundos, de abremalezas;
arrancaríamos el poema de la urbe
- caliente como raíz o el seno de una madre-
para agriarnos la voz
y blasfemar como los italianos frente a los mercados,
viendo cómo les roban la plata a los pobres turcos y a los pobres judíos
y cómo "levantan" los bultos de los carros y de las veredas
los truhanes que ya han comprado los ojos del vigilante y los del cuidador.
Y con Masters, el masticador de tabaco y amigo de los obreros,
y con Anderson, que antes que millonario prefirió ser poeta,
nos iríamos a mi suburbio, allí donde creció mi infancia
y gané los primeros coscorrones y los primeros centavos
y paladié el sabor de las primeras palabras sucias que no mancharon mi alma;
donde conocí a la única mujer que me quiso
y donde estoy ahora apelotonado como un trasto viejo
vendiendo cara mi vida y mis sueños por la porquería de un jornal.
Nos iríamos Sandburg, a mi suburbio
para acechar la llegada de los vendedores de diarios
-esos ángeles pringosos que me parten el corazón con sus gritos-
cuando el canto de los gorriones hace boquetes en el aire
y el vozarrón de los gallos se riza como una viruta
en ese minuto en que las prostitutas cierran los ojos y sueñan.
¿Qué soñarán las prostitutas en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán esas mujeres
de palabras duras como sus vidas y frías como sus labios
que no queremos pero en cuyas orillas
hincamos nuestra soledad para habitarla de imágenes?
-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja,
y pienso que no tengo muchacha para acariciarle los muslos
porque el jornal no me sobra y la pobreza me asedia
como el frío de esta mañana de invierno
en que el sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos.
Canción con la muerte de un sueño
I
Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente
en que la primavera da brillo a las hojas de los arboles
y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Oh, mis amigos:
Hoy que arranqué la piel de cordero de mi humildad
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.
Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.
Estoy libre ¡libre! del sueño de los pobres.
Esa nube violenta que nos ciega los ojos
Que nos tumba sobre un camastro de algodón
y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,
tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,
para soñar el pobre sueño de los pobres.
Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.
Amo con la conciencia limpia cómo la de los niños,
Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.
Porque me arranqué los sueños como guantes
-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-
y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.
Oh, mis amigos:
Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.
Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.
Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras
y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante
ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,
pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.
Y unas ganas tremendas de amar la vida.
Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.
Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.
(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:
Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana
y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos cómo en un caracol.
Ahora que los pregones de la calle
abren la piel transparente de esta mañana de primavera
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis).
Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,
una vez me abrió su confianza cómo una puerta de amigo.
Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,
y me di un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.
Porque era en mí libertad el niño más feliz del mundo.
Oh, mis amigos:
Entonces yo sabía organizar las revoluciones infantiles.
Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!
Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.
El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.
Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,
para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro paredes frías de la ciudad,
y vengarme de mi cotidiana amargura:
Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.
Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,
en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,
sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,
y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.
Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila
mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,
o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.
Oh, mis amigos:
Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,
y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.
II
Y ésta es mi Elegía, camaradas:
la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.
Al sueño de los pobres lo arranqué con tirabuzones de aliento
y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece
bajo este sol que tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Retorno
Devolvedme las malas palabras puras,
Aquellas que tuve un tiempo cuando era niño
y apedreaba las vidrieras, las casas de los burgueses
y el casco de los vigilantes,
que era un blanco magnífico para el envión de mi honda.
Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi infancia como un cielo violento.
Devolvedme las malas palabras puras
Aquellas que tuve un tiempo cuando era joven
y hacía el amor a las doncellas que rondaban mi hombría
como barcos a vela.
Aún el estupor de la vida y la maldad de las gentes
-enguantadas en una suavidad de cáscara de cielo-
no me habían arrastrado entre la diáspora de los vórtices.
Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi juventud como un cielo violento.
Hoy he visto morir a un hombre.
La multitud miraba curiosa, atónita, a la bestia caída.
La oreja, el ojo, la boca de la multitud
se hamacaban en una mueca misericordiosa y piadosa.
Pero las muecas se hacían añicos contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte
Ningún brazo de coraje
levantaba el cielo violento manchado de sangre.
Solo yo -junto a un árbol- clamaba por el hombre muerto:
¡Yo tengo la culpa!
Pero tenía las palabras sucias, impuras e indignas de ese muerto.
Él las rechazaría sí las oyera
porque era un hombre capaz de escupirle a Dios en su misericordia.
Esa estúpida misericordia de un enano Dios de barro
con su corte de arcángeles rufianes,
con su corte de vírgenes prostituídas,
porque era un Dios el mismo con su carne, su sangre y su entraña
que elaboraban el cielo violento de las malas palabras puras.
¡Ah! qué hermosa lección me ha dado este hombre
que hoy apagó su vida entre el fragor de la multitud atónita
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.
Hermanos de las usinas, de las fábricas, de los talleres,
un camarada pintor os pide la palabra.
Una raíz ignorada me levantó las carnes
Ahora tengo el cielo violento que apuntalaba mi infancia
cuando apedreaba las vidrieras, la casa de los burgueses,
y el casco de los vigilantes
era un blanco magnífico para el envión de mi honda.
Hoy
un compañero albañil
se rompió la crisma desde un séptimo piso
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.
Un poema a las 6 de la mañana
Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe.
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón -íntimamente-
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.
Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.
Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fabrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
-oblicuo como la sombra de una pared a media noche-
Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.
Cartel
Sabemos que la tierra palpita bajo el peso de nuestros muertos.
También sabemos que a la muerte de los recién nacidos
se une la muerte de las parturientas anónimas.
La muerte de los canillitas sobre los mármoles fríos.
La muerte de los soldados bloqueados por los colores de las banderas.
La muerte de las prostitutas entre colillas aplastadas y frascos de perfume.
Y hasta la muerte de las nubes que se transforman en lluvia:
Sobre las ciudades, o sobre los campos
La muerte que rueda por el Universo embozada como una espía,
y se aposta en cualquiera esquina del mundo, o en un zapato.
O anda como un silbido que se ha extraviado en el aire
Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Y nos vencerán como a juncos o como a hierbas si no mellamos sus hélices.
Las voces de nuestros muertos circulan como soles que alumbran.
Yacen en horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.
A veces, con las manos crispadas
como los cuerpos de los náufragos flotando sobre el océano.
A veces con los ojos espantosamente abiertos,
como la boca de los túneles o el ojo de los abismos:
Nos aguardan sus muertes y se unen a las raíces más oscuras
Las que penetran la tierra.
Las que alimentan las ramas
Las que dan sangre al fruto.
Así, como los latidos del corazón que vitalizan la carne
Las raíces que todos ignoramos.
Las raíces que corren por las venas.
¿Hasta cuando nos dejaremos pudrir entre los limos de la inercia?
¿Hasta cuando empujará la noche sus bultos en nuestros ojos?
¿Hasta cuando os dejaremos manosear como las semillas?
Y no seremos como la ola que avanza
Como la flecha que avanza.
Como la rueda que avanza.
Como el fuego.
Como el viento.
Como el humo.
Como el vivir de todos los elementos del Universo que avanza!
Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Pero yo sé que hay mañanas más allá de la sombra.
Mañanas que nos aguardan desnudas junto a las estrellas.
En las puertas del alba tupida de pájaros libres.
-Como las muchachas de las aldeas a los mozos que vuelven de los surcos-
Para que las penetremos
Para que las poseamos
Como las raíces a la tierra que vive de la levadura de nuestros muertos.
Y dejemos entre sus labios el corazón que sangra y sueña.
E inauguramos en ellas la patria de los que no tenemos patria.
La patria de los horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.
* José
Portogalo (1904-1973), seudónimo de José Ananía, poeta, escritor y periodista nacido en Calabria
(Italia); a los cuatro años lo traen a la Argentina. Publicó, entre otros, los siguientes libros: Tumulto, Destino del
canto, Mundo del acordeón, Perduración de la fábula.
**Los poemas que se transcriben pertenecen a su libro Tumulto, y fueron extractados de la página:
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