Manuel Ramos Otero: Invitación al polvo*
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¿Quién habrá inventado a Dios y al demonio del amor,
a la herencia de la muerte, a la apariencia que dura
como si fuera la cuna de la vida y de la suerte?
¿Por qué es que uno se pierde para ir de dos en dos
sin que se rompa el espejo, si yo no soy el reflejo de la caricia en mi vientre?
Yo también quisiera hijos si no es porque soy poeta
y mis hijos son palabras que crecen sobre el papel.
¿Soy papel o soy poeta?, se ha preguntado mi alma en la cruel y eterna
¿Quién habrá inventado a Dios y al demonio del amor,
a la herencia de la muerte, a la apariencia que dura
como si fuera la cuna de la vida y de la suerte?
¿Por qué es que uno se pierde para ir de dos en dos
sin que se rompa el espejo, si yo no soy el reflejo de la caricia en mi vientre?
Yo también quisiera hijos si no es porque soy poeta
y mis hijos son palabras que crecen sobre el papel.
¿Soy papel o soy poeta?, se ha preguntado mi alma en la cruel y eterna
/noche
del mar que jamás se calma.
¿Y qué haré cuando esté viejo y los que amé se hayan muerto
o qué si muero esta noche y aquél que me amó perdura?
Sólo si hay sol habrá duda porque la noche es mi reino
de abandonos y locuras, como la araña que jura
que su baba no es la miel de su tierno laberinto
sino máscara que al viento hace ocultar su delirio.
Sólo sé que sólo quiero continuar a la deriva
como el barco que enmohece sin sentir frío en la orilla
y se vuelve a preguntar, si lo reconoce un puerto,
¿estoy vivo o estoy muerto, o tan sólo es una herida?
¿Y qué haré cuando esté viejo y los que amé se hayan muerto
o qué si muero esta noche y aquél que me amó perdura?
Sólo si hay sol habrá duda porque la noche es mi reino
de abandonos y locuras, como la araña que jura
que su baba no es la miel de su tierno laberinto
sino máscara que al viento hace ocultar su delirio.
Sólo sé que sólo quiero continuar a la deriva
como el barco que enmohece sin sentir frío en la orilla
y se vuelve a preguntar, si lo reconoce un puerto,
¿estoy vivo o estoy muerto, o tan sólo es una herida?
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Éramos flores desterradas desde un Caribe ancho
y luminoso a un apartamento nocturno y estrecho. Éramos un recuerdo distinto y similar de voces amorosas que quedaron atrás encerradas en el mar, jugando al escondite por bosques milenarios y volcanes dormidos. Éramos todo eso y mucho más: el eco de un espíritu sincero que cambió brisa por humo, fuego de sol por ceniza, gente de carne y hueso por máscaras anónimas, hombres de la ciudad que en el amor volvieron a sus islas infinitas. Cubanacán boricua y Borikén cubano, finalmente abrazados, con las alas cortadas falsificando vuelos, como cambiando pétalos por plumas. Éramos boleristas de la misma loseta: vereda tropical y niebla de riachuelo, un desvelo de amor bajo Venus, olas y arenas de una nave sin rumbo, besos de fuego para una canción desesperada, yo era una flor y tú mi propio yo. Con lágrimas de sangre quise escribir la historia que ahora escribo con sangre, con tinta sangre, del corazón. Éramos compañeros del desorden profundo, pasión de vellonera hombres por fuera y por dentro, no solamente cuerpos sino historia. Éramos la victoria de amarnos sin prejuicios, sin posesión ni celos, sabiendo que lo eterno dura un segundo. Éramos los remeros de la misma galera en busca de esa isla que al final los libera. Éramos mucho menos de lo que ahora somos.
* Manuel Ramos Otero (Puerto Rico, 1948-1990) fue un narrador y poeta; pasó la mitad de su
vida en la ciudad de Nueva York.
Los poemas pertenecen a su libro Invitación al polvo, Editorial Plaza Mayor, 1994.
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