miércoles, marzo 21, 2012

Anton Chéjov: La alegría del pesimismo...


 "(…) aquella exaltación espiritual, aquella facultad de olvidar, que yo experimentaba en estado de ebriedad y por las cuales bebía, dejaron de ser las mismas de antes. Algo se oponía  a mi estado de embriaguez. ¿Qué era ese algo?, yo no lo sabía, naturalmente, y tampoco quería saberlo. Yo comprobaba aburrimiento en mi alma borracha. (…)
Antes, el vino me hacía ingenioso, alegre, ligero, perspicaz, atrevido, etc., mientras que ahora a todo eso se le añadía un matiz de aburrimiento y echaba a perder la alegría, echaba a perder la ingeniosidad y la perspicacia, que antes me proporcionaban sosiego. ¡Oh, cómo me habría afligido, si alguien hubiese podido decirme entonces qué era lo que ocurrí conmigo en realidad!
Yo iba perdiendo la alegría del pesimismo. Iba agotándolo. Yo habría sufrido profundamente de ofensa, si alguien hubiera dicho que el pesimismo es una especie singular de alegría, que las penas del pesimismo son largas, justamente porque detrás de ellas se oculta una profunda alegría, y el hombre guarda esas penas y las ama.
Y fue un suerte para mí que nadie me lo dijera: habría sido demasiado doloroso y grave darse cuenta de que la idea de la sinrazón de la vida, con la cual uno se había familiarizado, queriéndola con toda su alma, que justamente esa idea es la razón de la vida, por la cual vive el hombre en el período de pesimismo.
Al pesimista no hay que arrebatarle la razón de su sinrazón. Eso sería cruel, brutal e inútil. A él hay que mostrarle  otra razón, y conferirle el derecho de renunciar él mismo a la razón anterior y aceptar voluntariamente la nueva.
Mi alma iba agotando su pesimismo y se preparaba para la recepción de esa nueva razón. Los profundos sufrimientos del pesimismo son un camino para su agotamiento, al paso que la alegría del pesimismo es la protección del que sufre contra la catástrofe, contra el suicidio.
Una proporción muy reducida de pesimistas termina suicidándose. ¡Dicen que cuando Schopenhauer, ya en su vejez, obtuvo, por fin, el reconocimiento de su filosofía pesimista, se alegraba de que el hombre pueda vivir hasta la edad de cien años!
Cuando acaba felizmente el período doloroso de pesimismo, y el hombre resurge de él y vuelve a la vida, lo primero que empieza a comprender es la razón de los sufrimientos. También yo, a medida del agotamiento de mis torturas, empezaba a comprender su razón. La meditación teórica sobre la sinrazón de los sufrimientos fuera de mí, se fue convirtiendo poco a poco en la percepción de la razón de los sufrimientos en mí.
Me sumí en los sufrimientos como un ser y resurgí de ellos como otro ser, diferente. Todos los pensamientos que me habían torturado durante varios años quedaron reemplazados por otros. Habían carecido de esencia, de peso, de verdad autónoma. Eran “superestructuras” sobre el dolor del alma, y solo ese dolor mismo fue esencial y solo él trajo su fruto.
Cuán claro me resulta ahora que mis sufrimientos anteriores me han dado fuerzas y el derecho a muchas alegrías, a muchos descubrimientos en el dominio del arte y de la vida. Pero ahora, solo ahora lo comprendo en forma tan clara, que puedo hablar objetivamente de mí mismo. Solo ahora. 
Entonces, en cambio, en el proceso penosamente largo del resurgimiento del pesimismo, todo aparecía distinto. Entonces, por ejemplo, concebía paulatinamente la diferencia entre los pensamientos y las disposiciones de ánimo. Lentamente iba dando cuenta de que mis melancólicos –pero, como antes, aún armoniosos pensamientos- transcurrían en mi cabeza como una vida aislada, hasta cierto punto independiente, y que al lado de ella marchaba otra vida que se exteriorizaba  en disposiciones de ánimo pesadas, en ataques de miedo, etc., una vida de nervios trastornados.
Verdad es que los pensamientos lúgubres irritaban mis nervios, y los nervios irritados engendraban pensamientos lúgubres, pero, así y todo,ellos transcurrían separados unos de otros, y yo distinguía la vida de los pensamientos de la vida de los nervios.
Me iba resultando comprensible que los nervios se pueden y se deben curar con los remedios de que dispone para ello la ciencia, pero que con los pensamientos hay que proceder de otra manera.
Yo comprendía que se puede tener los nervios sanos y vigorosos, y albergar, al mismo tiempo, en la conciencia pensamientos equivocados. (…)"

*De: M.A. Chéjov, véase "Superestructura del alma", en Autobiografía. Ediciones ÍNDICE, Buenos Aires, 1960.