Anton Chéjov: La alegría del pesimismo...
"(…) aquella exaltación espiritual, aquella
facultad de olvidar, que yo experimentaba en estado de ebriedad y por las
cuales bebía, dejaron de ser las mismas de antes. Algo se oponía a mi estado de embriaguez. ¿Qué era ese algo?,
yo no lo sabía, naturalmente, y tampoco quería saberlo. Yo comprobaba
aburrimiento en mi alma borracha. (…)
Antes,
el vino me hacía ingenioso, alegre, ligero, perspicaz, atrevido, etc., mientras
que ahora a todo eso se le añadía un matiz de aburrimiento y echaba a perder la
alegría, echaba a perder la ingeniosidad y la perspicacia, que antes me proporcionaban
sosiego. ¡Oh, cómo me habría afligido, si alguien hubiese podido decirme
entonces qué era lo que ocurrí conmigo en realidad!
Yo iba
perdiendo la alegría del pesimismo. Iba agotándolo. Yo habría sufrido
profundamente de ofensa, si alguien hubiera dicho que el pesimismo es una
especie singular de alegría, que las penas del pesimismo son largas, justamente
porque detrás de ellas se oculta una profunda alegría, y el hombre guarda esas
penas y las ama.
Y fue
un suerte para mí que nadie me lo dijera: habría sido demasiado doloroso y
grave darse cuenta de que la idea de la sinrazón
de la vida, con la cual uno se había familiarizado, queriéndola con toda su
alma, que justamente esa idea es la razón
de la vida, por la cual vive el hombre en el período de pesimismo.
Al
pesimista no hay que arrebatarle la razón
de su sinrazón. Eso sería cruel,
brutal e inútil. A él hay que
mostrarle otra razón, y conferirle el
derecho de renunciar él mismo a la razón anterior y aceptar voluntariamente la
nueva.
Mi
alma iba agotando su pesimismo y se preparaba para la recepción de esa nueva
razón. Los profundos sufrimientos del pesimismo son un camino para su
agotamiento, al paso que la alegría del pesimismo es la protección del que
sufre contra la catástrofe, contra el suicidio.
Una
proporción muy reducida de pesimistas termina suicidándose. ¡Dicen que cuando
Schopenhauer, ya en su vejez, obtuvo, por fin, el reconocimiento de su filosofía
pesimista, se alegraba de que el hombre pueda vivir hasta la edad de cien años!
Cuando
acaba felizmente el período doloroso de pesimismo, y el hombre resurge de él y
vuelve a la vida, lo primero que empieza a comprender es la razón de los
sufrimientos. También yo, a medida del agotamiento de mis torturas, empezaba a
comprender su razón. La meditación teórica sobre la sinrazón de los sufrimientos fuera de mí, se fue convirtiendo poco
a poco en la percepción de la razón de los
sufrimientos en mí.
Me
sumí en los sufrimientos como un ser y resurgí de ellos como otro ser,
diferente. Todos los pensamientos que me habían torturado durante varios años
quedaron reemplazados por otros. Habían carecido de esencia, de peso, de verdad
autónoma. Eran “superestructuras” sobre
el dolor del alma, y solo ese dolor mismo fue esencial y solo él trajo su
fruto.
Cuán
claro me resulta ahora que mis sufrimientos anteriores me han dado fuerzas y el
derecho a muchas alegrías, a muchos descubrimientos en el dominio del arte y de
la vida. Pero ahora, solo ahora lo comprendo en forma tan clara, que puedo hablar
objetivamente de mí mismo. Solo ahora.
Entonces, en cambio, en el proceso
penosamente largo del resurgimiento del pesimismo, todo aparecía distinto. Entonces,
por ejemplo, concebía paulatinamente la diferencia entre los pensamientos y las disposiciones de ánimo.
Lentamente iba dando cuenta de que mis melancólicos –pero, como antes, aún
armoniosos pensamientos- transcurrían en mi cabeza como una vida aislada, hasta
cierto punto independiente, y que al lado de ella marchaba otra vida que se
exteriorizaba en disposiciones de ánimo
pesadas, en ataques de miedo, etc., una vida de nervios trastornados.
Verdad
es que los pensamientos lúgubres irritaban mis nervios, y los nervios irritados
engendraban pensamientos lúgubres, pero, así y todo,ellos transcurrían
separados unos de otros, y yo distinguía la vida de los pensamientos de la vida
de los nervios.
Me iba
resultando comprensible que los nervios se pueden y se deben curar con los
remedios de que dispone para ello la ciencia, pero que con los pensamientos hay
que proceder de otra manera.
Yo
comprendía que se puede tener los nervios sanos y vigorosos, y albergar, al mismo
tiempo, en la conciencia pensamientos equivocados. (…)"
*De: M.A. Chéjov, véase "Superestructura del alma", en Autobiografía. Ediciones ÍNDICE, Buenos
Aires, 1960.
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