Mario Sampaolesi: Malvinas
(No tener, no desear, ser sin antes ni después, observar el flujo de las emociones, de los recuerdos, de los pensamientos; sentarse inmóvil y quedarse así, sin pensar, pensando desde el fondo del no pensamiento; contemplar el remolino de los sucesos, dejarlos pasar y olvidarlos; olvidarlo todo, vaciarse, volverse amnésico, la mirada hasta más allá de la visión y la vida que deja de ser sueño, que no es sueño.)
Y el ex soldado, el ex hombre oye el brutal murmullo de la vegetación agitada por el viento; ve el reguero de huellas de aves marinas y sus distintos senderos a través de las piedras; ve el escarchado suelo, algunas gotas colgantes sobre las hojas de los tussocks; siente en carne viva el picoteo del albatros sobre la masa plateada del pez, su devoración segmentada; ve los dibujos caprichosos de las nubes, sus movimientos veloces; ve el musgo amarillento y mojado pudrirse sobre otros anteriores que se pudrieron se pudren sobre la turba; ve cómo el cadáver de un lobo marino se desintegra desde su carne hacia aquí, cómo se convierte en objeto de una orgía de gusanos; oye los zumbidos babeantes de ese hervidero; vislumbra cómo a metros de allí, las gaviotas, los cormoranes, los chorlitos, los cauquenes revolotean, cazan, defecan, picotean, graznan.
Todo es el mismo bosque.
…
Y el ex soldado, el ex hombre oye el brutal murmullo de la vegetación agitada por el viento; ve el reguero de huellas de aves marinas y sus distintos senderos a través de las piedras; ve el escarchado suelo, algunas gotas colgantes sobre las hojas de los tussocks; siente en carne viva el picoteo del albatros sobre la masa plateada del pez, su devoración segmentada; ve los dibujos caprichosos de las nubes, sus movimientos veloces; ve el musgo amarillento y mojado pudrirse sobre otros anteriores que se pudrieron se pudren sobre la turba; ve cómo el cadáver de un lobo marino se desintegra desde su carne hacia aquí, cómo se convierte en objeto de una orgía de gusanos; oye los zumbidos babeantes de ese hervidero; vislumbra cómo a metros de allí, las gaviotas, los cormoranes, los chorlitos, los cauquenes revolotean, cazan, defecan, picotean, graznan.
Todo es el mismo bosque.
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Éste se encuentra a 550 km de la entrada del Estrecho de Magallanes y está formado por más de cien islas, siendo Soledad y Gran Malvina las mayores.
La primera tiene una superficie de 4.353 km2 y la segunda de 6.307 km2.
Las planicies accidentadas con asomos rocosos constituyen el tipo de relieve predominante en esos territorios.
Entre abril y junio de 1982 fueron heridas allí 1.847 personas.
Entre abril y junio de 1982 murieron allí 907 personas.
…
Cavá un pozo, cavá hijo de puta; sacá con la palita la tierra por ahora negra de Malvinas; cavá te digo, pendejo, y después si querés vivir metete bien adentro de ese agujero porque vienen los ghurkas.
Vienen los ghurkas y estoy solo en esta noche helada, arada por los proyectiles luminosos de la metralla; los obuses caen cada vez más cerca y yo no quiero morir acá, lejos de todos en la congelada noche de las islas, encandilado por los trozos de cielo amarillento de las bengalas, arreado hasta acá como ganado porque soy argentin, pero no quiero morir y hace tanto frío, y vienen los ghurkas, vienen arrastrándose sobre la tierra todavía negra de Malvinas, vienen por mí.
Yo los siento acercarse.
Los suboficiales dicen que después de matar al enemigo ellos le comen el corazón, mi corazón argentino late todavía, los pedazos rotos de mi corazón serán masticados por los ghurkas, tragados hasta el estómago británico de los ghurkas, la sangre de mi corazón celeste y blanco se mezclará con la de ellos, y así nuestros pasados con su carga de dolor y de secreto convergerán en cada pulsación, en cada latido.
Estoy muy solo esta noche y quiero volver, quisiera volver antes de que coman mi corazón, mi corazón que ama tanto esta turba negra y dentro de poco roja de Malvinas.
Pero no puedo irme, no puedo dejar este lugar, este pozo profundo que cavé con mi palita, esta tierra que arañé con mis manos paralizadas de frío, esta turba que aplané, que apisoné a patadas con mis borceguíes escarchados, rociados con las neblinas mutantes de las islas.
Mejor me quedo para cumplir con un destino, algo así me dijo el capitán, pero extraño y no puedo ver aunque todo está fatalmente iluminado y vienen los ghurkas.
Pero en una de ésas, con el correr del tiempo, quién sabe, los trocitos, los pedacitos, las miguitas líquidas de mi corazón, tal vez los cambien.
* Mario Sampaolesi (Buenos Aires, 1955) Entre los años 1989 y 1991 residió en París, Francia. Dirige la revista de poesía Barataria. Ha publicado: Cielo primitivo (1981), La belleza de lo lejano (1986), La lluvia sin sombra (1992), El honor es mío (1992), Puntos de colapso (1999), Miniaturas eróticas (2003), A la hora del té (2007), Malvinas–poema (2010), La vida es perfecta (novela, 2005). Recibió diversos premios. Desde el año 2003 dirige el taller de poesía de la Biblioteca Nacional.
Entre abril y junio de 1982 murieron allí 907 personas.
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Cavá un pozo, cavá hijo de puta; sacá con la palita la tierra por ahora negra de Malvinas; cavá te digo, pendejo, y después si querés vivir metete bien adentro de ese agujero porque vienen los ghurkas.
Vienen los ghurkas y estoy solo en esta noche helada, arada por los proyectiles luminosos de la metralla; los obuses caen cada vez más cerca y yo no quiero morir acá, lejos de todos en la congelada noche de las islas, encandilado por los trozos de cielo amarillento de las bengalas, arreado hasta acá como ganado porque soy argentin, pero no quiero morir y hace tanto frío, y vienen los ghurkas, vienen arrastrándose sobre la tierra todavía negra de Malvinas, vienen por mí.
Yo los siento acercarse.
Los suboficiales dicen que después de matar al enemigo ellos le comen el corazón, mi corazón argentino late todavía, los pedazos rotos de mi corazón serán masticados por los ghurkas, tragados hasta el estómago británico de los ghurkas, la sangre de mi corazón celeste y blanco se mezclará con la de ellos, y así nuestros pasados con su carga de dolor y de secreto convergerán en cada pulsación, en cada latido.
Estoy muy solo esta noche y quiero volver, quisiera volver antes de que coman mi corazón, mi corazón que ama tanto esta turba negra y dentro de poco roja de Malvinas.
Pero no puedo irme, no puedo dejar este lugar, este pozo profundo que cavé con mi palita, esta tierra que arañé con mis manos paralizadas de frío, esta turba que aplané, que apisoné a patadas con mis borceguíes escarchados, rociados con las neblinas mutantes de las islas.
Mejor me quedo para cumplir con un destino, algo así me dijo el capitán, pero extraño y no puedo ver aunque todo está fatalmente iluminado y vienen los ghurkas.
Pero en una de ésas, con el correr del tiempo, quién sabe, los trocitos, los pedacitos, las miguitas líquidas de mi corazón, tal vez los cambien.
* Mario Sampaolesi (Buenos Aires, 1955) Entre los años 1989 y 1991 residió en París, Francia. Dirige la revista de poesía Barataria. Ha publicado: Cielo primitivo (1981), La belleza de lo lejano (1986), La lluvia sin sombra (1992), El honor es mío (1992), Puntos de colapso (1999), Miniaturas eróticas (2003), A la hora del té (2007), Malvinas–poema (2010), La vida es perfecta (novela, 2005). Recibió diversos premios. Desde el año 2003 dirige el taller de poesía de la Biblioteca Nacional.
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