viernes, julio 31, 2009

Vacas tristes entre la duda y la verdad*

Por María del Carmen Colombo

"Entrar a la gran literatura, como Anastasio el Pollo al teatro Colón."
L. L.

Este es el sueño que soñé despierta, el invento que en realidad me apareció releyendo los escritos de un sabio guitarrero que afirmaba --que afirma--, llamarse Juan, Juan Gelman (1).
Iba yo como voy, boleada casi siempre, por la pampa de papel, cuando de pronto encontré una leyenda que me llegó, digamos, que me rayó, como si en realidad la uña del mencionado rasgador de cuerdas me hiciera sonar el corazón. Cuando quise acordarme me di cuenta: versos eran y parte de una dedicación casi rimada, hechos a una difunta, reina mentada, musa inspiradora ELLA, Alejandra (2). Ave cantora, después supe, que como un pajarito había volado, huido a los misterios del desierto. Si el mareo me deja, quisiera recordar esas estrofas, decían más o menos así:

Oh eternidades débiles perdidas para siempre
y vacas tristes entre la duda y la verdad
y sedas y delicias de la sombra
mejor hagamos un mundo para que alejandra se quede...(3)

Abatatada por el sonido de las cuerdas de lana del pampero, fijé mi atenta distracción en esos animales que Juan el guitarrero así nombraba: “vacas tristes entre la duda y la verdad”. Como reconocer, reconocía haber visto muchas pero muchas vacas…, pero de éstas ninguna, claro… (era mala consejera la ignorancia mía, el corazón rasgado ya me lo decía).
Entonces decidí preguntarle a un tal Don Federico, alias el matadiós, porque había matado a su tatita, según se decía, con el filo de su afilosofado facón, él mesmo. Y buscando lo encontré en un rincón de su almacén de brebajes antiguos. Yo le mostré la letra y él me dijo: “ha dado usted con el hombre indicado” y, como un adivino encantado por los versos, agregó: “yo veo una mujer en esa vaca, porque recuerde –prosiguió-- que como yo mismo he dicho hace un montón ‘la mujer sigue siendo gato o pájaro o, en el mejor caso, vaca’ (4). No se lo tome a mal --se disculpó el viejo Federico-- pero este pensamiento mama del manantial que mi cuchillo hizo brotar en otras épocas. Saque --me dijo-- su pata de la letra y vuelque en su imaginación otra ginebra”.
Yo ya me desbordaba y empecé casi a delirar, seguí escuchando: “... esas vacas que pastan en la pampa de papel son las Consoladoras de la Soledad y viven tristes porque siempre una pérdida las pone así. De tal forma que penan infinitamente: aléjese son vacas perdedoras. Por eso están tumbadas, depremidas, tiradas en la seda del pasto, y quien se atreva a ordeñarlas no beberá la caña o la ginebra con que los varones como yo acostumbran a enyenarse el garguero, sino la dulce leche femenina de sus ubres”. Y después como si esto fuera poco me espetó con desprecio: “es el lenguaje de la falta fatal, de la falla, mi'hijita, que cava y cava hasta vaciarlo todo”. Y después de lo dicho el viejo Federico se esfumó, como un fantasma.
O fui yo que me rajé del almacén del matadiós, más rayada que nunca. Una tormenta que me atormentaba llovía adentro de mi mente: como una catarata de recuerdos lo que había olvidado retornaba: eran definiciones de la infancia, las leídas en un viejo diccionario pampeano: vaca, hembra del toro; y vacante, vacío; y bacante con la b de labios suavizados: prienda movida por la pasión o la mamúa de transportes desordenados; vacante: abandonado, hueco, vacío.
Un sudor femenino empapaba mi cuerpo: era de furia, de furor ancestral, acaso el que me recordaba a mí misma, vagando por los laberintos del rancho de la mente, rumiando, masticando como vaca y, por qué no decirlo, llorando mi aflicción.
Para calmarme, como se calma una, me tumbé como buena vacuna en la delicia de la sombra que un árbol me daba. Un vacío me vaciaba el alma, un vacío vacuno que yo había mamado, me di cuenta, en las ubres de la madre mía.
Las palabras de Juan el guitarrero me tocaban como tocan, como señalan los punteros con su dedo largo, largo de padre occidental, un error, una falta, un no tener, y obligan a vivir, entonces, en la culpa de lo que no se tiene. No era nada inocente el sabio verseador cuando, sin darse cuenta, tildó de femenino a ese pensamiento.
Ya totalmente enloquecida, y entrampada en las garras de esta ficción, yo me golpeaba el pecho repitiendo: yo la vaca, yo la vaca, como un signo yovaca de identidad. Y de tanto repetir, una jerga rabiosa me babeaba la boca, una jerga al revés. Era la jeringonza de los desesperados que, perdidos en su infinita pena de perder, dan vuelta las palabras, prendidos a la alelada jerga del lunfardo.
Pero por fin desperté: una entripada realidad carnicera cortaba en picadillo la mañana, y en el rancho de al lado alguien cantaba unos versos vacunos que anoté y que decían:

“Mi patria es este revés
porque me siento fallada
destino de condenada
tratar siempre de zurcir
falla detrás de otra falla.

Yo me trato de cubrir
rebozo de mis palabras
tapando lo que me falta
lo que falta me hace a mí.

No sea que al descubierto
quede tanta imperfección
y venga con su ficción
algún varón de la patria
a rasgarme el corazón
como cuerda de guitarra

y me haga sonar… "

Y no hay vuelta que darle, ni despierta se sale fácil de esta ficción. Y sobre todo si “Oh eternidades, débiles, vacunas y vacías…, yo las amo” (5).

Notas:
* Esta nota fue publicada en la Revista Feminaria, del mes de agosto de 1991, pp. 7 y 8.
(1) Gelman Juan, poeta argentino (Buenos Aires, 1930). Reside actualmente en México.
(2) Pizarnik, Alejandra, poeta argentina (Buenos Aires, 1936-1972).
(3) Fragmento del poema "Proposiciones" de Juan Gelman, incluido en su libro Relaciones (1973).
(4) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.
(5) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.

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