Poemas de James Joyce*
XXVIII
Dulce dama, no cantes
canciones tristes sobre el amor que termina;
deja a un lado la tristeza y canta cómo
el amor que pasa es suficiente.
Canta del largo y profundo sueño
de los amantes que han muerto
y que todo amor reposará en la tumba.
El amor ya está exhausto.
XXX
El amor vino a nosotros un lejano atardecer
cuando tímidamente uno seducía
y el otro rondaba temeroso –
Pues el comienzo del amor es aprensivo.
Fuimos amantes fieles. Pasó el amor
que tuvo muchas horas placenteras.
Bienvenidas ahora
las sendas que habremos de caminar.
XXXVI
Oigo un ejército cargando sobre la costa
y el estruendo de caballos al galope, envueltas en espuma las rodillas.
Arrogantes, erguidos detrás de negras armaduras,
blandiendo látigos, despreciando las riendas, los aurigas.
Le gritan a la noche su nombre de batalla:
gimo dormido cuando escucho en la distancia sus risas turbulentas.
Cruzan la tiniebla de los sueños, un fuego cegador,
resonando, resonando en el corazón como en un yunque.
Vienen sacudiendo victoriosos su larga, verde cabellera:
salen del mar y corren gritando por la playa.
¿No tienes juicio, corazón, que así te desesperas?
Amor, amor, amor, ¿por qué me has dejado solo?
Dulce dama, no cantes
canciones tristes sobre el amor que termina;
deja a un lado la tristeza y canta cómo
el amor que pasa es suficiente.
Canta del largo y profundo sueño
de los amantes que han muerto
y que todo amor reposará en la tumba.
El amor ya está exhausto.
XXX
El amor vino a nosotros un lejano atardecer
cuando tímidamente uno seducía
y el otro rondaba temeroso –
Pues el comienzo del amor es aprensivo.
Fuimos amantes fieles. Pasó el amor
que tuvo muchas horas placenteras.
Bienvenidas ahora
las sendas que habremos de caminar.
XXXVI
Oigo un ejército cargando sobre la costa
y el estruendo de caballos al galope, envueltas en espuma las rodillas.
Arrogantes, erguidos detrás de negras armaduras,
blandiendo látigos, despreciando las riendas, los aurigas.
Le gritan a la noche su nombre de batalla:
gimo dormido cuando escucho en la distancia sus risas turbulentas.
Cruzan la tiniebla de los sueños, un fuego cegador,
resonando, resonando en el corazón como en un yunque.
Vienen sacudiendo victoriosos su larga, verde cabellera:
salen del mar y corren gritando por la playa.
¿No tienes juicio, corazón, que así te desesperas?
Amor, amor, amor, ¿por qué me has dejado solo?
*Véase: Poesía irlandesa contemporánea. Libros de Tierra Firme, 1999. Traducción: J. Fonderbrider y Gerardo Gambolini.
1 Comments:
Mi amor por ti me permite rogar al espíritu de la belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos o derribarte debajo de mí, sobre tus suaves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una puerca, glorificado en la sincera peste que asciende de tu trasero...
El punk en la literatura...todo un adelantado Jaime...
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