Osvaldo Lamborghini: Un caso tortuoso
"--Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Fue ayer un día de pasos transparentes donde a igual sinceridad y en bestial medida cada paso era un reflejo, una despedida, y al quebrarse el vidrio, a cada paso mío, yo quedaba ausente.
Fue ayer un día de pasos transparentes. Caminé, compré sin ganas bajo el bronce, una novela rubia expuesta a la Recova de Once como quien ampara en la copa al delincuente, que quiebra el cuello de la mujer, igual que un tallo, en despedida.
Fue ayer un día de pasos decadentes. Ayer un día de tanta transparencia para ver quería hablar y no podía, tocar y no podía. ¡Ayer fue un día!
--Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Hablábanme detrás las voces claras, a mis vulnerables espaldas les cantaban coros de no decir, de enmudecer. Coros de palidecer, de no fluir, coros de no advertir –en un grado aceptable, transparente— tanto dolor, el ay, en la obviedad de la palabra obvia, obviamente.
Por unos pesos de fraude encadenado compré la tal novela bajo el cobre. Y me fui a pasear a tantas millas que hasta pude olvidar las dulces esclavillas, que: en mi fantasía: adorantes me lamían el cáliz, lo hacían fluir y hacia él fluían. Ayer fue un día de pasos no esplendentes.
Al amparo de la copa el delincuente, bajo ese raro/amparo transparente, reflotó los trozos de su carne en mi bebida y yo rocé con los labios esa muerte: después tragué las hilachas cadavéricas, junto con el alcohol embestial medida.
Fue ayer un día de soportar la embestida, transprente y al mismo tiempo aparatosa: consistía, ella, en una ráfaga lela, en una avanlancha de capullos misteriosos –gacha flora—así como al compás de la novela esa fragilidad bebía transparencia de la copa y, en la carne muerta, bien leía.
Y leí después en letras de oro: “Por qué cantas o enmudeces todavía en este coro?”. De los ganchos para la carne colgaban rimas ( y bien que colgan) y ellas, las rimas, estaban podridas.
He aquí –murmuré—un espejo que no refleja, una vaciedad sin brillo que no asemeja, y he aquí un diálogo con el semejante que no puede seguir, ya, más adelante.
--Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Bajo el bronce, bajo el cobre, en medio de la red tendida por los pasos transparentes, compré por fin esa novela. Eternamente.*
*Extractado del libro Novelas y cuentos, publicado por Ediciones del Serbal (Buenos, Aires, 1988).
**Osvaldo Lamborghini había nacido en 1940. Falleció en Bacelona en 1985.
Fue ayer un día de pasos transparentes. Caminé, compré sin ganas bajo el bronce, una novela rubia expuesta a la Recova de Once como quien ampara en la copa al delincuente, que quiebra el cuello de la mujer, igual que un tallo, en despedida.
Fue ayer un día de pasos decadentes. Ayer un día de tanta transparencia para ver quería hablar y no podía, tocar y no podía. ¡Ayer fue un día!
--Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Hablábanme detrás las voces claras, a mis vulnerables espaldas les cantaban coros de no decir, de enmudecer. Coros de palidecer, de no fluir, coros de no advertir –en un grado aceptable, transparente— tanto dolor, el ay, en la obviedad de la palabra obvia, obviamente.
Por unos pesos de fraude encadenado compré la tal novela bajo el cobre. Y me fui a pasear a tantas millas que hasta pude olvidar las dulces esclavillas, que: en mi fantasía: adorantes me lamían el cáliz, lo hacían fluir y hacia él fluían. Ayer fue un día de pasos no esplendentes.
Al amparo de la copa el delincuente, bajo ese raro/amparo transparente, reflotó los trozos de su carne en mi bebida y yo rocé con los labios esa muerte: después tragué las hilachas cadavéricas, junto con el alcohol embestial medida.
Fue ayer un día de soportar la embestida, transprente y al mismo tiempo aparatosa: consistía, ella, en una ráfaga lela, en una avanlancha de capullos misteriosos –gacha flora—así como al compás de la novela esa fragilidad bebía transparencia de la copa y, en la carne muerta, bien leía.
Y leí después en letras de oro: “Por qué cantas o enmudeces todavía en este coro?”. De los ganchos para la carne colgaban rimas ( y bien que colgan) y ellas, las rimas, estaban podridas.
He aquí –murmuré—un espejo que no refleja, una vaciedad sin brillo que no asemeja, y he aquí un diálogo con el semejante que no puede seguir, ya, más adelante.
--Tanto dolor, ay, en la obviedad de la palabra obvia. Bajo el bronce, bajo el cobre, en medio de la red tendida por los pasos transparentes, compré por fin esa novela. Eternamente.*
*Extractado del libro Novelas y cuentos, publicado por Ediciones del Serbal (Buenos, Aires, 1988).
**Osvaldo Lamborghini había nacido en 1940. Falleció en Bacelona en 1985.
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