De la inaudibilidad del grito a la inevitabilidad de la lucha armada
Agradecemos a la poeta rosarina Concepción Bertone nos haya hecho llegar la excelente nota de Rita Laura Segato, que transcribimos a continuación.
"Como muchos y en medio del espanto que va apoderándose de la opinión pública, asisto al insoportable espectáculo de la masacre del pueblo palestino. La exhibición de la agresión letal pretende imponernos la certeza de que nada, ningún esfuerzo conseguirá interponerse entre el poder de muerte del Estado de Israel y el pueblo condenado. Ese espectáculo de arbitrariedad es también el espectáculo de la decadencia moral y jurídica de Occidente. Como tantos por estos días, intento gritar, pero el grito no se oye, parece no llegar jamás a destino. Grito inaudible, como aquel de la eficaz pintura de Edward Munch, que resulta para siempre inolvidable por retratar el grito moderno, el grito insulado propio de la situación de fragmentación existencial que Hannah Arendt magistralmente distinguió de la experiencia de la soledad.
El increíble fenómeno de la inaudibilidad del grito indica que nos sumergimos, sin percibirlo, en la incomunicabilidad propia de toda atmósfera totalitaria, con su estado de sitio mediático, con su lengua eufemística, con el encapsulamiento de los sujetos.
La gritería general que se condensa en textos, como este mismo, convulsivos, desasosegados, en desvelo, no sale de la boca y no alcanza a sus interlocutores. No consigue interrumpir la acción exterminadora de sus destinatarios. La escritura es intransitiva. Aquella que Roland Barthes definió y otros consideraron la única forma de expresión legítima de la experiencia concentracionaria, única capaz de captar este presente de intemperie extrema, intraducible bewilderness – ya sea física para aquellos que, en su minúsculo y torturado territorio-lager, mueren su muerte de hierro, dolor, hambre y frío, o moral y espiritual, como a de todos nosotros, incluyendo los propios verdugos, en su aparente júbilo.
Este padecimiento irremediable e inconsolable es algún déjà-vu, una experiencia que remite a un pasado no lejano en que voces también desoladas intentaron insurgirse contra el hierro y el fuego del exterminio de otro pueblo. Es indiscutible el parecido, tanto en la acción como en la reacción desatada, con el evento de la invasión de Irak, que, en la época, no consiguieron detener los gritos eminentes y asombrosamente inaudibles de autores como Gabriel García Márquez, José Saramago, Gore Vidal, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Harold Pinter, Susan Sontag, John Le Carré o Noam Chomsky. Nada consiguió, en aquella ocasión, interrumpir el avanzo de la letalidad norteamericana. Elocuente fue, en aquellos días todavía próximos, la carta-respuesta de Federico Fasano, director del diario La República del Uruguay, al embajador norteamericano en ese país, publicada en separata de su periódico el 30 de marzo de 2003. Ella iluminaba, una a una, exhaustivamente, las numerosas coincidencias entre los Estados Unidos post – 11 de septiembre de 2001 y el régimen de la Alemania Nazi. Críticas todas feroces y convincentes, que poco significaron frente al avance del fuego genocida.
Voces optimistas se alzaron para afirmar que nunca la opinión pública mundial había alcanzado tal nivel de lucidez frente al poder imperial, que la protesta popular hacía años que no mostraba una vitalidad tan grande. Millones de personas fueron a las calles para manifestar contra el absurdo. Nunca, según los analistas, el capital simbólico y el capital moral de los Estados Unidos de América habían caído a niveles tan bajos. Sin embargo, si los textos eminentes hubiesen podido, como se creyó, acceder a las consciencias y sacudirlas, el horror, ayer como hoy, hubiera sido interrumpido. La única y mayor diferencia entre la irracionalidad contemporánea y la de la Alemania de la Shoah es que, hoy, la evidencia se encuentra expuesta y la opinión pública antepone su grito frente a esa evidencia. Pero el grito, por una razón que debemos examinar, se tornó inaudible, y el clamor, sordo. Todas las soberanías fueron suspendidas y los derechos y recursos de todos los pueblos fueron alienados cuando el poder de muerte se consagró como ley única, a los ojos del mundo, con la invasión de Irak y, hoy, con la devastación de Gaza. Una mecánica primordial, zoológica y primitiva afloró y desbancó la gramática inteligible de las leyes humanas cuando no hubo límite para el poder exterminador del Norte, desdoblado ahora en el brazo de Israel. Lo que hoy presenciamos es parte de la misma lección de anomia imperial – emergencia de la capacidad bélica letal y genocida de un pueblo sobre otros como procedimiento único. ¿Cómo eso es posible? O, como en el epígrafe elegido por Hannah Arendt, citando a David Rosset, ¿cómo puede ser que "todo es posible"? Y, aún: ¿Cómo representar ese "todo" de las posibilidades, cómo comunicarlo y atajarlo? ¿Cómo encontrar la palabra eficiente cuando la sintaxis que organiza toda narrativa intenta capturar el monstruo a-gramatical, el mecanismo exclusivo de la fuerza bruta, y toca el substrato pétreo de lo pre-humano, de lo in-humano, de lo inenarrable e indescriptible? Voces de autores de descendencia total o, como yo, parcialmente judía se elevan una detrás de la otra intentando sin éxito esa eficiencia denunciatoria del papel cumplido por el Estado de Israel al sumergir la Humanidad en la barbarie de la ley del más fuerte. ¡No podrían nunca ser judíos quienes rasgasen ahora la malla preciosa del tejido humano, cuando fue en nombre del sufrimiento de su pueblo que Occidente intentó un pacto universal! Pero caen en el vacío las repetidas advertencias de Norman Finkelstein, Ilan Pappe, Tony Judt, Daniel Baremboim, Juan Gelman, León Rozitchner, Ricardo Forster, Gilad Atzmon, entre tantos otros que no aceptan identificarse con el belicismo anti-palestino. Parece inevitable, sin embargo, que colectividades nacionales de judíos sin ninguna conexión con la postura bélica en cuestión se transformarán también en sus rehenes y víctimas, ellas mismas, al quedar expuestas a un juicio público cada día más indignado y ni siempre instruido como para comprender la distancia existente entre ellas y los cómplices del poder imperial que administran el precario Estado de Israel. Se cita la carta que Albert Einstein escribió ya en 1929 al sionista Georg Weismann, haciéndole notar la importancia de construir una convivencia armónica con los árabes. Se menciona que fueron judíos sin estado y sin lealtades nacionales mezquinas los que prodigaron a la Humanidad toda los dones de su imaginación intelectual fecunda y libertaria. Se revisan las páginas de Hannah Arendt, como su indagación de las entrañas simplonas del Mal expuestas en el juicio de Eichmann en Jerusalén: en las declaraciones del reo nos asombra constatar la afinidad natural entre el proyecto nazi de la deportación en masa de los judíos – la así llamada "primera solución" – y el proyecto sionista inaugurado por Theodor Herzl. Sin embargo, todos los argumentos y los relatos se chocan con una imposibilidad, que es la propia imposibilidad de la representación: el MAL no puede ser representado, porque la narrativa solamente puede transmitir, comunicar, aquello que obedece a la estructura que dona sentido, aquello que encuentra correspondencia con la lógica humana, con la racionalidad y la gramaticalidad propia de todo lenguaje. Fuera de eso, golpeamos en una puerta falsa, emitimos sonidos condenados al silencio. Lo que digamos no conseguirá capturar el horror de los sucesos, porque los sucesos son tan ininteligibles como el propio abismo de la muerte. Ante la imposibilidad de significar el vacío de la ley ("ese nada que nos subyuga" en el orden autoritario burocrático), explica Martín Hopenhayn en su sutil ensayo sobre el autor de El Castillo, el texto kafkiano recurre a la mímesis y a la reificación. Ningún lenguaje referencial, "ninguna adecuación del lenguaje a la cosa" resultaría eficiente. Fue esa imposibilidad de representar la suspensión de toda ley lo que Schoenberg alegorizó en Un sobreviviente en Varsovia, obra compuesta para narrador, coro y orquesta en la que se describe el camino de un grupo de prisioneros de un campo de concentración alemán a la cámara de gas. La composición textualiza el trayecto de los prisioneros, pero, al alcanzar el momento del horror supremo, Schoenberg se calla, su narrativa se detiene para dejar paso a la voz colectiva. Se escucha entonces no ya la voz autoral del compositor, sino el himno judío Shema Israel con texto en hebreo y partes en alemán: solamente lo colectivo ancestral puede substituir el silencio abisal de lo inenarrable. Como se discute en la importante obra colectiva organizada por Saul Friedlander Probing the limits of representation. Nazism and the final solution (Harvard University Press, 1992), el Holocausto – que yo preferiría escribir en plural para incluir, entre otros exterminios, el que ahora testimoniamos – nos coloca frente a la cuestión de lo inenarrable y de lo inimaginable, de lo incomunicable de aquello que, por la monstruosidad, se desvía del dominio de lo humano y, como tal, se evade de la representación.
La invasión de Irak y el genocidio de Gaza forman parte del mismo grupo de eventos que suspenden toda gramática humana, que ignoran todo contrato. De ahí deriva la dificultad que los textos encuentran en su tentativa por generar la consciencia necesaria para sacudir el orden genocida e interrumpir la matanza. Fue otro judío notable, George Steiner, quien, en su ensayo sintomáticamente llamado "post-escrito", dentro de la colección de ensayos Lenguaje y silencio – Ensayos sobre la Crisis de la Palabra, afirmó: "pues no es cosa cierta, de modo alguno, que el discurso racional pueda lidiar con tales cuestiones, estando como están fuera de la sintaxis normativa de la comunicación humana, en el dominio explícito de lo bestial". Toda narrativa es ordenamiento y, por lo tanto, estetización. Esto representa un límite para la posibilidad de tornar el Mal comunicable. Si la palabra es inocuo frente a la barbarie, si la retórica de los textos no alcanza y ni toca los oídos de la Bestia y no consigue sacudir el marasmo de las multitudes atónitas, no habrá salida: solamente la fuerza bruta restará para oponerse a la fuerza bruta. El ataque de Israel estará sentenciado a otorgar validad a la lucha del Hamas. Es un teorema sociológico.
9 Comments:
Rozichtner y Forster sí apoyan las politicas de Israel, aunque tratando que no se note.
Quién es el mentiroso anónimo que me precede, metiendo su cizaña contra los tipos màs contreras, más jugados contra la polìtica del Estado de Israel. Definirse en contra siendo judío es más difìcil que siendo un simple argentino que le resulta gratis. A ellos les cuesta el repudio de los judíos oficiales. Y sacan las garras. Este tipo trabaja para algo. ¿Será validada también su acción por los actos del Estado de Israel?
Si Forster y Rozitchner son los "jugados" contra Israel, como serán los defensores de este estado! Al contrario, siendo judios les debería resultar mucho más fácil cuestionar a Israel que a los demás (siempre sospechados de "antisemitas")
Me gusta y estoy de acuerdo, digamos, políticamente, con el texto, y acepto el planteo de la inhumanidad en un sentido moral, pero reconozcamos que las matanzas son cosa humana, desconocidas por las bestias, y perfectamente representables y hasta inimaginables sin los marcos simbólicos humanos. El terrorismo estatal son saberes, organización, tecnologías, etc.. Que a los que no estamos en ese ajo nos puedan resultar indigeribles, que no las podamos integrar razonablemente en nuestra vida, es así. Pero es la profesión de un montón de gente, ligada a una de las industrias más grandes del mundo y que más trabajo requiere, etcétera.
Ya sé que puede parecer cínico, pero no es mi intención. Es que creo que al sentido de estas cosas hay que buscarlo en minúsculas y en la superficie.
Por profundo que cale en nuestra humanidad naturalmente ética la siempre chocante realidad del mal moral, es tal vez deshonesto apelar al mismo sentimiento para la condena de una de las partes. No se oculta a nadie que la retórica política neoconservadora norteamericana se mueve en un universo binómico blanco-negro donde Estados Unidos encarna al caballero de la brillante armadura(aun cuando sería un grave error atriburirle a ellos la vigencia del maniqueísmo, que se obstina en renacer episódicamente a través de los siglos). Cualquier persona moderada tiene la capacidad de encontrar la falacia lógica y ontológica en semejante argumento. Sin embargo, esa misma cualidad debería significar la imposibilidad de utilizar la misma estrategia a la hora de emitir nuestros propios juicios.
En otras palabras, sí, no hay duda de que las masacres semejantes a las nombradas son condenables, pero no podemos condenar invirtiendo los roles. EE. UU. e Israel no son "esbirros del mal", ni, en una eufemística paráfrasis del mismo argumento, sirven únicamente a intereses económicos o materiales en el más burdo sentido.
En verdad, si el esfuerzo conjunto de las voces de quienes se levantan contra la experiencia cercana y personal (incluso si globalmente compartida) del mal está destinado a tener algún efecto, debe comenzar por procurar una evaluación realista de la situación. La solución políticamente asequible y éticamente deseable de la paz sólo puede lograrse en una aceptación mutua de los errores y las culpas, y no a través de la tipificación apresurada de uno de los protagnistas como el villano de la historia. Sostener la moderación en un ambiente conflictivo y polarizante no es una tarea fácil ni grata, así lo atestigua entre muchos otros magistralmente Camus en una época bastante reciente, pero cada uno de nosotros le debe al mundo y a su propia consciencia el esfuerzo de mantener una visión tan imparcial como se pueda (o mejor dicho, parcial en favor de ambos bandos y, en definitiva, de lo que verdaderamente importa).
Amigos: gracias por sus comentarios.
Subí esta nota a mi blog porque, me pareció, que las opiniones de la autora respecto del complejo conflicto de Gaza --por fuertes, y jugadas-- se prestan, precisamente, a la polémica. Personalmente, no concuerdo con algunas de sus ideas, pero bueno, creo que están muy bien fundamentadas. A mí este texto me sirvió mucho para aclarar mis opiniones al respecto. Por eso quise compartirlo con todos ustedes.
María del Carmen:
Comenté - críticamente - este texto en el vínculo subido a Ramble. Vos me contestaste con altura y generosidad.
Por eso me siento impulsado a decirte de mi ambiguedad en este tema. Intelectualmente, desprecio la "política de la indignación", porque me parece que surge de una conciencia de espectador, de alguien que no siente responsable de hacer nada, excepto juzgar a otros por una superioridad moral autodeclarada. "Yo soy sensible/democrático y lo que hacen esos nazis/terroristas me indigna".
Pero... hay cosas ante las que uno no puede dejar de indignarse. Bombardear una población civil, encerrada en el equivalente a un campo de refugiados, es una de ellas.
Un abrazo.
Abel, el comentario que escribiste en Ramble Tamble acerca de la nota de Segato --gracias a artemio por linkearme!- me ayudó a seguir reflexionando acerca de la compleja y dolorosa situación del conflicto de Gaza. Por eso agradezco tus palabras. Las de antes y las de ahora.
Fernando: así es, excelente el poema!
Abrazo a todos.
Es curioso que los que se indignan por lo que hace Israel en defensa propia, no se indignan por lo que hace Irán con sus compatriotas, y muy especialmente con las mujeres, prohibiéndoles sus derechos, apresándolos, persiguiendo a los practicantes de otras religiones (como los seguidores de Baha,por ej o los musulmanes sunnitas), ejecutando a miles de disidentes políticos. Ejemplo de ello es la lucha de Shirin Ebadi, Premio Nobel de la Paz, abogada iraní, a la que no puede acusarse de projudía, ni de antimusulmana, quien realiza planteos éticos en torno al tema de los derechos humanos en los países musulmanes. ( Por una situación parecida, pero en nuestro país, fue reconocido Pérez Esquivel como Premio Nobel de la Paz, ante la burla de muchos argentinos). Por otro lado, miles son las víctimas en Darfur -Sudán- todos los días: superan largamente los muertos que-de uno y otro lado-hubo en el conflicto entre Israel y Hamás. Por eso toda indignación que tenga como único objeto de la misma al estado israelí, sin condena -de ningún tipo- a los otros estados que realmente violan diariamente los derechos humanos me parece un snobismo. Es un gritito ocasional para mostrar que se es sensible, mientras se está anestesiado a conflictos mayores y simultáneos. Un gritito de histeria para autoindultarse por las cegueras de todos los días que afectan a otros pueblos. Por lo que considero, por qué no decirlo? que tienen un cierto tufillo a antisemitismo. De la derecha ya no me asombra, pero de la izquierda... El " antiimperialismo"-que no es tal, pura postura- los contaminó sin embargo del discurso de la derecha más rancia. Para ser defensor de los derechos humanos y ser creíble, hay que condenar todas las discriminaciones, todas las persecuciones, todas las violaciones que existan en el mundo. Si se condena sólo una, la coherencia se cae como un castillo de naipes.
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