Autobiografía: Carmen Conde*
Pies desnudos
¡Yo no sabía andar descalza!
Freha iba descalza por su casa; y el tierno ruido de sus pisadas me invitaba a odiar el civilizado zapato.
La primera vez que adquirí la seguridad de la tierra, directamente bajo mi carne, fue en una siesta recargada de humo oloroso, de azúcar; de bailes encerrados en un círculo reducido.
Corrí tanto por los pasillos frescos, que se me resquebrajó la piel de mis pies inhábiles. Freha se reía de mi dolor, enseñándome las uñas pintadas de sus piececitos sabios.
Freha iba descalza por su casa; y el tierno ruido de sus pisadas me invitaba a odiar el civilizado zapato.
La primera vez que adquirí la seguridad de la tierra, directamente bajo mi carne, fue en una siesta recargada de humo oloroso, de azúcar; de bailes encerrados en un círculo reducido.
Corrí tanto por los pasillos frescos, que se me resquebrajó la piel de mis pies inhábiles. Freha se reía de mi dolor, enseñándome las uñas pintadas de sus piececitos sabios.
Ensayé toda la tarde. Hasta lograr adherirme a las cosas dejándoles mis huellas calientes.
...
El cementerio marino
El cementerio marino
¿Por qué misterioso designio he soportado en mi infancia la proximidad del cementerio?
A casi todos los niños les impone miedo. Yo no lo sentí nunca. Cuando atravesaba un ensayo de mi espíritu, sólo tenía que andar unos metros para entrar en el cementerio. ¡Era tan bonito, tan alegre! A las barandas de sus patios, que daban todos al mar, fue mi gozo asomarme y admirar las velas de los barcos de pesca.
Me perdía de los míos; eran, entonces, mis éxtasis solitarios. Un anhelo de evadirme, de misteriosas y nunca descifradas cosas, me atosigaba.
Por eso frente al mar, a la sombra inmóvil de los callados, abrí mi corazón a la luz en que hoy veo.
A casi todos los niños les impone miedo. Yo no lo sentí nunca. Cuando atravesaba un ensayo de mi espíritu, sólo tenía que andar unos metros para entrar en el cementerio. ¡Era tan bonito, tan alegre! A las barandas de sus patios, que daban todos al mar, fue mi gozo asomarme y admirar las velas de los barcos de pesca.
Me perdía de los míos; eran, entonces, mis éxtasis solitarios. Un anhelo de evadirme, de misteriosas y nunca descifradas cosas, me atosigaba.
Por eso frente al mar, a la sombra inmóvil de los callados, abrí mi corazón a la luz en que hoy veo.
*Escritora española (Cartagena, 1907-Madrid 1996).
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