De la página Abisinia Review: Suleika Ibañez
Suleika Ibañez
No es sorpresa para el lector experimentado
hallar en la poesía uruguaya una voz femenina de las dimensiones de Ida Vitale,
Circe Maia o Marosa di Giorgio. Gracias a la poeta María del Carmen Colombo, a
quien le debemos este susurro al oído y la presente selección, ofrecemos estos
poemas de Suleika Ibañez (Montevideo 1930-2013), poeta, dramaturga, narradora y
traductora uruguaya.
X
Noche de cerveza
Ah, dijo mi padre, los poetas
muertos, malditos…
Fue en la Cervecería Oriental,
una noche de verano antiguo, de álbum de postales a la deriva de su río de oro
sepia. De sus rosados muelles abandonados.
Entré en la caja de cristal.
Mi padre me puso ese diamante
en los labios.
Los mozos eran gastadas
barajas en blanco y negro, de truco sin lances al destino, cine mudo de pájaros
pálidos, en un drama de Cha`lim desplumados,
y los dibujos, los fantomas,
trajeron las jarras de fríos cuentos hexagonales, las colmenas heladas, con un
hexamerón de miel.
la aventura de la mariposa que
murió de espuma, la de la bruja que alumbró la noche con la quimera del oro
y un ogro alemán sonreía para
siempre en un tonel.
Después mi padre dijo: Gran
poeta, Genet.
Por eso me sabe a lúpulo,
hiela mis huesos, espuma volandera son sus palabras, y es mi padre, mi padre
entre profundas magnolias, de las que no volverán a olerse quizás nunca.
XI
Amor
Te besaba el amor de amor los
oídos, los ojos y la boca,
amor en bruto, en luto, amor
de un peso neto de nido, de
lingotes de olvido.
A veces una boca de cordero,
con el beso rosado balando
en leche rota.
A veces una boca azul de lobo,
con el diamante de la
muerte como un pedazo de risa.
Te besaron la memoria, el vacío,
a la tolondra, al desgaire.
A veces una alondra
sosteniéndote el alba con su fantasma
orlado de rosa, a veces una
terrible bestia dorada de la
noche, que se desplomaba con
hedor a crímenes.
Labios de plata oscura, ojos
de fuego obsceno abrían heridas
como escuelas o dispensarios
en la ciudad oscura.
Sexo ya no sexo, apenas pan y
vino, apenas una pluma de
claridad en el centro de la
muerte,
y un ramo de amantes oriundo
de la destrucción fue el
muro de tu insurrección.
De Homenaje a Jean Genet
(Nuestra Señora de las Flores), 1985.
Saqué un puñal del espejo y le
corté la cabeza
a papá.
Me fui de urgencia a mis citas
con asuntos
doradamente de actualidad.
Ni idea por qué desagües de
extramuros navegarán
sus ojos, ya coágulos de luna
o chocolate.
Mi amor por papá corre en las
estatuas a la azucena
de los lavabos. El jabón es un
remolino
de iris y olvido.
Viviré en mi cuerpo, ya sin la
hegemonía
de una sombra.
Como el viajero que ve
dormirse al piloto
del avión,
y con torpeza y terror toma el
comando de la noche.
De Experiencias con ángeles y
demonios, 1998.
VII
Doctora, con tu nombre usurpas
las maravillas y los
espejos de los cuentos de
Carroll, de donde las niñas
vuelven siempre del sueño.
A tu paso de cátedra de hielo,
aun los muebles
oriundos de la cofradía del
frío daban diente con diente. Y
hasta el muro caliente se
escarchaba.
Nunca un rubí de úlcera dulce
vi en tu frente.
Y nunca jamás un solitario de
quilates gigantes en la noche
de tus ojos, de tu rimmel
pendiendo en súbita joya de
dolores.
Nunca desnudas tus manos.
Siempre con guantes
de lejanía, o de caucho
derramando dedos de ajenjo.
Nunca en ti una de esas risas
en impromptu que
suenan a promesa y milagro.
Nunca plenilunio tus dientes.
Tu boca solo media luna
cayente.
Tú no inventaste el mal, es
cierto.
Pero jugaste a los suplicios
–y a la tolondra en tablero de
brumas.
Aún así, por otras criaturas
de la primavera, yo ruego
profundamente que un día cante
por fin en ti el dolor su
ronca alondra.
De Galia, con quien tanto
quería, 2002
Súbito Rey Lear
(a Roberto Ibáñez, mi padre)
…..Por el prado paseaba con un
libro de versos, y leía con voz de tierra firme, y arenas movedizas. Ya era la
levedad de un ramo de tomillo, ya menguante de luna en avaricia.
…..Sólo cantaba quedo: “Había
una vez…”.
…..Tiernamente me maldecía,
con ferocidad su bendición me daba, con voz de plata y lámpara vacía.
…..Y se iba en la tempestad,
de blanco, de luto, desnudo, rota su vara de varón, asido a su anillo de viudo.
Bajo la hoguera de blancura de su melena salvaje, bajo el cielo de terciopelo
verde y desgarrado. Y en el torcido rayo de su báculo, en ramo de violetas
encorvadas se derramaba su sombra malherida.
…..Yo le seguí el crepúsculo
mordido por las estrellas de centelleos crueles en adioses, y alcancé su
sonrisa ya espejismo. Y con mudez le dije que lo amaba, antes de que su espejo
me cediera la herencia de su rostro en el abismo.
De Cartas de la pasión (libro
inédito)
En
www.revistaloquevendra.blogspot.com.ar
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