Claudia Masin: En cuerpo y alma
No sé hablar como hablan las personas.
Dentro, muy dentro de mí
llama una voz, yo no comprendo
lo que dice. Y cómo habría
de contarle a los demás
lo que no sé. Me hablaste:
las palabras que los otros me dan
son toscas, insensibles,
iguales a las piedras. Cómo manipularlas,
encenderlas, cómo extraerles el calor.
Todas las noches
tengo un sueño, el mismo. Somos
dos ciervos y el bosque se parece a mí:
quieto y vacío. Cae
la nieve, cubre silenciosamente
la tierra que pisamos con cuidado
como si fuera un cristal
delicadísimo. Buscamos agua y brotes tiernos,
no es fácil, yo
te sigo. Tus ojos me miran, me indican
por dónde seguir, me van llevando
al hilo de agua, a la pequeña
corriente que subsiste, a las hojas casi invisibles
que debajo del hielo sobreviven, verdes
como en un verano suspendido
en medio del tremendo, apabullante frío.
No hay nada que decir, nada
que decirnos. Florezco,
las patas ligeras, el lomo erguido, un animal
salido de la niebla, viejo y cansado y de repente
rejuvenecido
por la gracia sencilla
de andar en compañía. En el sueño
los hocicos se rozan al buscar el agua
en el mismo arroyito escaso,
finísimo. Es todo lo que sé
acerca del contacto
con otro cuerpo, es suficiente
para abrir los ojos al otro día,
para volver a ser una mujer
que no sabe tocar ni ser tocada,
que ha perdido, antes de conocerla,
la alegría de hablar como quien raspa
las palabras propias
contra las ajenas y ve surgir la llama débil
de un lenguaje compartido,
hermoso como el silencio entre dos bestias
que se rozan apenas
para hacerse saber esas cosas
que no pueden decirse.
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