martes, octubre 25, 2016

Hugo Correa Luna: El cuaderno de música de María del Carmen Colombo

Hugo Correa Luna sobre El cuaderno de música de María del Carmen 

23 de octubre de 2016-10-21

Por pedido de María del Carmen, me toca presentar este libro suyo, El cuaderno de música. Y cuando digo que me toca, me refiero no a la oportunidad de hacerlo. Hoy a la mañana le daba un repaso general a todo esto y me di cuenta de algo ¿impresionante?, ¿es esta la palabra?: se trata del libro de una de nuestras grandes poetas. Seguramente, si me preguntaran por los mejores poetas de hoy, acá –en esa manía por las listas y los rankings con que a veces nos abruman–, a ella la nombraría yo. Entonces, eso me devolvió, amplificada, la imagen de este libro. Eso es lo que me toca: el libro me toca. Lo que significa un nuevo libro de María del Carmen, Coto, Colombo. Y yo creo que acá estamos presentes, muchos de nosotros, para agradecer el nacimiento de este libro. Los que ya lo leyeron, concordarán conmigo sin duda.
Ahora bien, sabemos que nos vamos a encontrar con belleza, con ingenio, con humor también, con delicadeza. Creo, en este sentido, que Eduardo Mileo en su prólogo describe con muchísimo acierto el mundo que acá se nos presenta y además lee muy agudamente temas que él abre como un abanico para nosotros.
Pero, por si fuera poco, otra novedad: estamos ante un giro en su obra, María del Carmen Colombo incursiona en la narrativa.
Es casi un lugar común, entonces, recordar palabras de Leónidas Lamborghini: “Cuando los poetas avanzamos, los narradores quedan atrás”, dice y lo atribuye a que “en nosotros (los poetas, claro) el argumento es el lenguaje, y en ellos, los novelistas, es la anécdota”. Este libro parece una demostración de lo que Lamborghini dice. No me gusta hablar de la cocina de un texto, pero asistir a su escritura, a las soluciones que María del Carmen presentaba cuando aparecía alguna dificultad narrativa, era un placer. Muestro una:

“¿Y si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para tapar los sonidos de la discordia familiar?”, 

se pregunta la Magdalena niña en la voz de la Magdalena adulta. Plantea con sencillez un temor infantil, el problema es nada menos que una madre y un uso de la música en el que no hay un reconocimiento artístico sino algo doméstico y que luego retornará: acallar, espantar, tapar los ruidos. La madre y un uso apenas práctico de la música del piano y de su hija.
El problema en seguida se desplaza de lo doméstico a lo íntimo (“¿O acaso para aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón?”).
Y acá aparecen de inmediato las dos soluciones: una, narrativa, precedida por una de las palabras constitutivas de todo relato, precedida por el “pero”; la otra, el remate, de calidad poética:

“Pero ella toca, toca el piano: hunde sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos.”

siempre hay un verbo, un verbito, un juego de palabras, un fraseo, que Magdalena, con sus dedos de pianista –y detrás de ella Coto y su oficio de poeta–, decía, entonces, con sus dedos de pianista, levanta un verso, lo agita un poco para diluirle las resonancias que tenía y le pone nuevas tonalidades ahora narrativas.

Tomé este párrafo porque me parece que condensa algunos de los temas que circulan a lo largo de los diferentes cuadros que nos presenta el libro. Voy recordarlo ahora entero:

“¿Y si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para tapar los sonidos de la discordia familiar? ¿O acaso para aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón? Pero ella toca, toca el piano: hunde sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos.”

Decía antes que algo de esto retorna después en el texto. Lo que me parece importante, porque –parafraseo– está en el centro de la narrativa. Esa cosa básica en un relato que es la anticipación, el instalar un tema como al pasar y que después retorna en un primer plano. A ese artilugio, Borges, en un artículo que tituló “El arte narrativo y la magia”, lo describe como la causa mágica, y lo juzga más importante que la causa mecánica que organiza al relato. No voy a decir de qué forma retorna ese acallar o tapar sonidos y espantar ruidos, pero será evidente para el lector, y no quiero contarles el libro. Pero sí voy a agregar que para referirse a este procedimiento, Borges en el artículo que les mencionaba, termina hablando de “ecos resonancias y sospechas”.

Si hay todo un desarrollo de Magdalena y el piano, de Magdalena y la música, inesperadamente, en la anteúltima sección del libro, “La primavera”, el piano desaparece o, de nuevo, asistimos a lo que de cierta forma también estaba prefigurado: el “dresuá” que el padre, con ayuda de los hijos, sube trabajosamente por la escalera. Digo que ya estaba prefigurado porque la primera versión que tenemos del piano, apenas comenzado el texto, es la del piano como un mueble (“era el único mueble de la casa con tres patas”). Ese “dresuá” adquiere en los chicos de la casa resonancias musicales:

“¿Dresuá?, Magdalena nunca había escuchado esa palabra que aleteaba ahora en sus oídos como una mariposa de vibraciones multicolores. Empezó a balancearse con ritmo de vals, moviendo los brazos y repitiendo “dresuá dresuá dresuá”. Su hermano menor la imitó, y los dos tomados de las manos giraron y giraron un buen rato como trompos.”

Pero además, quizá por su forma, por lo trabajoso de subirlo por las escaleras remite al piano, y sobre todo porque se liga a un verbo muy importante en El Cuaderno de Música: el verbo tocar.

“Una ráfaga de luz envolvió por unos segundos al dresuá, el centro del espejo pareció estallar, como un prisma, con los colores del arco-iris. Sus ojos no podían contener semejante abundancia; sentía la necesidad de tocar. Tocar con sus manos eso que veía, como creando un espacio en su cuerpo para recibirlo.
Igual que había pasado con el piano y su música Magdalena creía así guardar muy adentro suyo, esa belleza, soñando con el día en que fuera grande para conocer el mundo.”

Por último, me parece que hay algo en ese padre, ese padre que va llenando de cosas la casa, que recuerda al padre de un gran cuento de nuestra literatura, “Oldsmobile 1962” de Ana Basualdo.
Quiero terminar acá, limitado apenas al subrayado, como diría el otro Lamborghini, Osvaldo. Podría extenderme con tantas inesperadas bellezas que nos depara el libro de María del Carmen, pero prefiero terminar acá, y lo voy a hacer con lo primero que se me ocurrió días atrás, cuando empecé a pergeñar esta presentación y buscaba en la obra anterior de nuestra querida amiga palabras que pudieran hablar de El Cuaderno de Música.
Donde la inocencia curva su recuerdo, la Magdalena adulta vigila amorosamente a la Magdalena chica; entonces llega el verso por la boca del mudo y la historia comienza.
Gracias, Coto, por invitarme a presentar tu libro. Gracias a ustedes por escucharme.


Hugo R. Correa Luna

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