Hugo Correa Luna: El cuaderno de música de María del Carmen Colombo
Hugo Correa Luna sobre El cuaderno de música de María del
Carmen
23
de octubre de 2016-10-21
Por
pedido de María del Carmen, me toca presentar este libro suyo, El cuaderno de música. Y cuando digo que me toca, me refiero no a la oportunidad de hacerlo.
Hoy a la mañana le daba un repaso general a todo esto y me di cuenta de algo
¿impresionante?, ¿es esta la palabra?: se trata del libro de una de nuestras
grandes poetas. Seguramente, si me preguntaran por los mejores poetas de hoy,
acá –en esa manía por las listas y los rankings con que a veces nos abruman–, a
ella la nombraría yo. Entonces, eso me devolvió, amplificada, la imagen de este
libro. Eso es lo que me toca: el libro me toca. Lo que significa un nuevo libro
de María del Carmen, Coto, Colombo. Y yo creo que acá estamos presentes, muchos
de nosotros, para agradecer el nacimiento de este libro. Los que ya lo leyeron,
concordarán conmigo sin duda.
Ahora
bien, sabemos que nos vamos a encontrar con belleza, con ingenio, con humor
también, con delicadeza. Creo, en este sentido, que Eduardo Mileo en su prólogo
describe con muchísimo acierto el mundo que acá se nos presenta y además lee
muy agudamente temas que él abre como un abanico para nosotros.
Pero,
por si fuera poco, otra novedad: estamos ante un giro en su obra, María del
Carmen Colombo incursiona en la narrativa.
Es
casi un lugar común, entonces, recordar palabras de Leónidas Lamborghini:
“Cuando los poetas avanzamos, los narradores quedan atrás”, dice y lo atribuye
a que “en nosotros (los poetas, claro) el argumento es el lenguaje, y en ellos,
los novelistas, es la anécdota”. Este libro parece una demostración de lo que
Lamborghini dice. No me gusta hablar de la cocina de un texto, pero asistir a
su escritura, a las soluciones que María del Carmen presentaba cuando aparecía
alguna dificultad narrativa, era un placer. Muestro una:
“¿Y
si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente
de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para
tapar los sonidos de la discordia familiar?”,
se
pregunta la Magdalena niña en la voz de la Magdalena adulta. Plantea con
sencillez un temor infantil, el problema es nada menos que una madre y un uso
de la música en el que no hay un reconocimiento artístico sino algo doméstico y
que luego retornará: acallar, espantar, tapar los ruidos. La madre y un uso apenas
práctico de la música del piano y de su hija.
El
problema en seguida se desplaza de lo doméstico a lo íntimo (“¿O acaso para
aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón?”).
Y
acá aparecen de inmediato las dos soluciones: una, narrativa, precedida por una
de las palabras constitutivas de todo relato, precedida por el “pero”; la otra,
el remate, de calidad poética:
“Pero
ella toca, toca el piano: hunde sus manos en el teclado, los pies en los
pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos.”
siempre
hay un verbo, un verbito, un juego de palabras, un fraseo, que Magdalena, con
sus dedos de pianista –y detrás de ella Coto y su oficio de poeta–, decía,
entonces, con sus dedos de pianista, levanta un verso, lo agita un poco para
diluirle las resonancias que tenía y le pone nuevas tonalidades ahora
narrativas.
Tomé
este párrafo porque me parece que condensa algunos de los temas que circulan a
lo largo de los diferentes cuadros que nos presenta el libro. Voy recordarlo
ahora entero:
“¿Y
si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente
de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para
tapar los sonidos de la discordia familiar? ¿O acaso para aplacar los rumores
de su cuerpo, los latidos de su corazón? Pero ella toca, toca el piano: hunde
sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la
música, en manos solo de sus manos.”
Decía
antes que algo de esto retorna después en el texto. Lo que me parece
importante, porque –parafraseo– está en el centro de la narrativa. Esa cosa
básica en un relato que es la anticipación, el instalar un tema como al pasar y
que después retorna en un primer plano. A ese artilugio, Borges, en un artículo
que tituló “El arte narrativo y la magia”, lo describe como la causa mágica, y
lo juzga más importante que la causa mecánica que organiza al relato. No voy a
decir de qué forma retorna ese acallar o tapar sonidos y espantar ruidos, pero
será evidente para el lector, y no quiero contarles el libro. Pero sí voy a
agregar que para referirse a este procedimiento, Borges en el artículo que les
mencionaba, termina hablando de “ecos resonancias y sospechas”.
Si
hay todo un desarrollo de Magdalena y el piano, de Magdalena y la música,
inesperadamente, en la anteúltima sección del libro, “La primavera”, el piano
desaparece o, de nuevo, asistimos a lo que de cierta forma también estaba
prefigurado: el “dresuá” que el padre, con ayuda de los hijos, sube
trabajosamente por la escalera. Digo que ya estaba prefigurado porque la
primera versión que tenemos del piano, apenas comenzado el texto, es la del
piano como un mueble (“era el único mueble de la casa con tres patas”). Ese
“dresuá” adquiere en los chicos de la casa resonancias musicales:
“¿Dresuá?,
Magdalena nunca había escuchado esa palabra que aleteaba ahora en sus oídos
como una mariposa de vibraciones multicolores. Empezó a balancearse con ritmo
de vals, moviendo los brazos y repitiendo “dresuá dresuá dresuá”. Su hermano
menor la imitó, y los dos tomados de las manos giraron y giraron un buen rato
como trompos.”
Pero
además, quizá por su forma, por lo trabajoso de subirlo por las escaleras
remite al piano, y sobre todo porque se liga a un verbo muy importante en El
Cuaderno de Música: el verbo tocar.
“Una
ráfaga de luz envolvió por unos segundos al dresuá, el centro del espejo
pareció estallar, como un prisma, con los colores del arco-iris. Sus ojos no
podían contener semejante abundancia; sentía la necesidad de tocar. Tocar con
sus manos eso que veía, como creando un espacio en su cuerpo para recibirlo.
Igual
que había pasado con el piano y su música Magdalena creía así guardar muy
adentro suyo, esa belleza, soñando con el día en que fuera grande para conocer
el mundo.”
Por
último, me parece que hay algo en ese padre, ese padre que va llenando de cosas
la casa, que recuerda al padre de un gran cuento de nuestra literatura,
“Oldsmobile 1962” de Ana Basualdo.
Quiero
terminar acá, limitado apenas al subrayado, como diría el otro Lamborghini,
Osvaldo. Podría extenderme con tantas inesperadas bellezas que nos depara el
libro de María del Carmen, pero prefiero terminar acá, y lo voy a hacer con lo
primero que se me ocurrió días atrás, cuando empecé a pergeñar esta
presentación y buscaba en la obra anterior de nuestra querida amiga palabras
que pudieran hablar de El Cuaderno de Música.
Donde
la inocencia curva su recuerdo, la Magdalena adulta vigila amorosamente a la
Magdalena chica; entonces llega el verso por la boca del mudo y la historia
comienza.
Gracias,
Coto, por invitarme a presentar tu libro. Gracias a ustedes por escucharme.
Hugo
R. Correa Luna
Etiquetas: Huho Correa Luna
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home