Luis Colombo: Los amigos
Cruzaba
el Parque Lezama, se me hacía tarde para ir a trabajar, entonces apretaba el
paso cuando un tipo, vestido con traje a cuadros y zapatones, igual a un clown,
se me acercó y, en un idioma rarísimo, me mangueó. Como yo no entendía, apeló a
las señas.
Con una mano en los labios
hizo el gesto de pedirme un cigarrillo. “No fumo”, le contesté. La cara del
tipo era de desolación, sus ojos celestes parecían taladrarme.
Volvió a la carga cuando
advirtió que me iba, me tomó del brazo, gruñó, gesticuló, y por último repitió
la seña. Yo también como en el oficio mudo le respondí que no entendía.
Pero de pronto se acercaron
otros tres que prácticamente me rodearon. “Chau –pensé-, acá me afanan.”
La baranda que despedían era
insoportable, para salir corriendo. Uno se adelantó balbuceando:
--Yo –y señaló a los otros tres--,
Ucrania; barco caput, no dinero, no nada
–y agitaba los brazos.
--¡Y qué querés que haga!,
yo no gobierno –contesté.
Cuchichearon los cuatro, el
que más chapurreaba el castellano dijo:
--Vos cigarrillo…
--No fumo –le dije, casi
enojado.
--Entonces vos un peso –
respondió con mímica.
--Yo no Naciones Unidas, yo no
Acnud…
--¡Naciona Unidas, Acnud,
mierda! –gritaron todos juntos.
--Ah --contesté ya furioso -,
¿no quieren tampoco a las Naciones Unidas? Entonces, ¿qué carajo quieren?
--Querer un peso –dijo uno
de ellos.
--No tengo –contesté-. No
tengo cigarrillo, no tengo un peso. Yo trabajar…, no millonario… --hablaba
contagiado por el chapurreo de los gringos.
Me miraban con esos ojos celestes rodeados de
mugre, y el contraste se hacía más intenso por la suciedad y la ropa destrozada.
--Yo camarada acá dos años –dijo
uno--, argentinos todos mirar su propio culo, barco caput, Rusia caput.
Nosotros todos a la calle, sin plata, sin nada, solo hambre. ¿Argentina? –agregó,
y me hizo un corte de manga--. ¿Ucrania? –otro corte de manga--¿Naciones Unidas?
–otro más…
Le iba a responder de la
misma manera, pero metí la mano en el bolsillo y le di una moneda de cincuenta.
Ahí todo cambió, no era lo que pedían pero era algo.
--Gracias camarada -me dijo, cuchicheó con los otros un rato.
Uno se separó del grupo y desapareció. La imagen de abandono se notaba menos,
solo alcancé a balbucear
--Bueno camarada, yo
trabajar, irme.
--No, camarada. Un momento
ya vuelve otro…
--No, trabajo primero,
importante –dije.
--Un momento solo…
-respondió.
El que había desaparecido
regresó, y no venía solo. Traía una bolsa y lo acompañaba una mujer. Hablaron
en su idioma entre ellos. El que ya era la voz cantante del grupo se me acercó
y dijo:
--Acá, Natalia, cocinera de
barco, sola y sin nada, nosotros regalamos ella. No vivir más en calle tirada;
ella mujer, necesita baño, limpieza, así que para vos –abrió la bolsa, sacó un
tetrabrik, dijo:
--Prosit tovarich –y se
empinó el vino.
Natacha, tan mugrienta como
ellos, me miró con tristeza y vergüenza. Enfrente vi un teléfono público y me
dirigí hacia él. Ese día no fui a
trabajar.
*El cuento que se transcribe pertenece a un libro en preparación.
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