Liliana Ponce: Selección de poemas
1.
Este
gris que se abre, que comienza en el arrobamiento,
escribe
el acto de perder en el lugar presente,
como
la marca de una sed a la que yo mismo había abandonado.
Pero
la llama de dios es tan habitual a la araña, que desaparece.
La
llama es dios y se sacia en el propio pensamiento.
No
rechazaría esta baba, el único punto, estrangulado entre los restos,
recordando
que no sería él el desierto, el menos vacío,
en
el extremo,
un
amo demente.
La
Edad de Oro que expira lanza frío por encima del ojo y recorre con él.
En
ningún sentido yo.
–El
fuego vuelve al movimiento donde el universal es interior al ser.
Este
gris espectral que se abre y llama tardíamente a una liberación,
arranca
su verdadera atadura,
no
absorbe la parte ciega –por estrechas vías revela la entrega imaginaria,
el
poder de la muerte que durmiendo rara vez nos une.
Está
en el curso de su cuerpo incluso en ruinas,
ahora
tegumentos húmedos, oleosos –al mismo tiempo que el objeto se deshace
puesto
en tela de juicio.
2.
Brillo
de lo blanco que encandila
(nada
ha caído).
Debilitamiento
que demuestra que el blanco no engendra.
Otro
posibilita todo.
Naturaleza
–
(escribo
bajo el susurro de una voz que no te ha conocido
huyendo
del frío,
riesgo
del amanecer, y aún desde la aguda negación).
Discontinuo,
nunca llamado.
Lugar
que ha ocupado el lugar ocupante.
Decía:
azul encendido
nada
sagrado como ella atravesando la palabra con su cuerpo.
De Composición (1984), Buenos Aires: Último Reino.
I.
¿Quién
es la que así me abraza?
En
un anillo fulgurante adormecía su paso de langosta,
las
piedras aplastaban alas de hierro en el centro de la crisálida.
Cuando
abría su vigilia
la
que así me abrazaba sobre el cuerpo de sus mares,
al
ascender para nosotros la seda última de la marea,
el
árbol-junco desgarraba sus estrías.
La
que me abrazaba expulsaba el sueño y arrastraba su corola hacia la grieta.
Una
mordaza –el diente en el río del cuello,
la
negación del deseo que emerge sin fin sobre la red.
A
través de las noches el áspero silencio del roce del erizo,
agujas
en el cuerpo único.
. IV
Señora
de la noche
vuelve
tu rostro, túnica negra en la ráfaga
–como
un vidrio tus ojos atraviesan la luz
ahora
quieta en la inmovilidad de los huesos.
Mi
espera te ata en el temblor abierto en cada viaje,
mis
perdidos viajes que no son.
Y
en el umbral, señora, recuérdame:
las
sombras se borran al separar las cabezas
y
las voces retumban,
se
entregan al sueño hueco.
(Frag. del Poema 8)
De Teoría de la voz y el sueño (2001), Buenos Aires: tsé-tsé.
Ritos cotidianos
Ritos
cotidianos, sobre una manta adversa, sin mancha ni alas.
Se
esparcen los objetos, van como piedras vivientes,
oscuro
el salón, el pozo lleno.
No
había hastío –iba más allá
como
un luto hecho para los relámpagos diurnos:
casa,
mano, helecho.
¿Quién
al fin del día?
Reglas
como brazaletes,
agujas
azules en la puerta.
Voy
a buscar mi nombre, ahora oculto entre la fuente y el arco
–pero
el arco de yeso es un pórtico para islas, saltos con andamios.
Guardiana
de día, por las noches, sombra:
es
mi deseo la peregrinación del árbol.
En
su corteza mi historia se cubre de moho, de estiércol
–lo
que fui no me obedece.
Sobre la quietud
Línea
en suspenso, áurea de bruma,
espesor,
oculta diafaneidad, intensidad.
Pero,
¿de qué instancia es la fuerza? ¿de qué medida?
Reminiscencia
de los telones de hule de la infancia:
por
fin sin miedo, sin espera.
No
a la pasión (tan sólo como beso soñado).
Ausentar
el cuerpo, suspenderlo –el goce del no-sentir:
he
ahí la luminosidad del lenguaje que no puede pensarse.
Herida
de las palabras, carbón, agujero–
las
metáforas que machacan o tajean el hilillo de las voces
–cadenas.
La
metáfora que reincide como maldición.
Y
ahora el lenguaje como trama de muerte y de posibles,
su
inasibilidad, la caducidad de lo dicho,
lo
inhallable de lo escrito:
boca
y voz no pueden encontrarse.
De Fudekara
(Diario
de un curso de caligrafía china)
Día
1
En
un rincón me senté a la luz de la lámpara. Ya era tarde y todos habían
comenzado a trabajar.
Estaba
el papel, estaba la tinta. Escaso silencio –pensé, mientras oía el murmullo.
Sensei
me dio unas notas, y empecé a leer.
Día
2
Los
signos multiplican los instantes. El signo y la repetición forman una corriente
de confianza, de liberación. En esa corriente debo aprender a ahogar la
ansiedad. Imagino un nuevo lugar en la mente que nace de este punto material,
duro, pétreo. Es un punto inorgánico e indefinido, como lo que inicia la
posibilidad. El comienzo de la posibilidad no es aún el comienzo.
Esta
noche, el ojo reemplazará al oído. El ojo reemplazará a la respiración.
Día
3
El
viaje de regreso ya tiene su mapa. Supervivencia en aguas de azúcar, ritmo de
algas.
La
tierra en la hondonada quebrándose –conocía por la cabeza, en la mente,
insectos revoloteaban y recorrían la ciudad de tu mapa.
Labraba
en la montaña materia de mar.
Un
nuevo trópico dividiría los días –pensé. Los días al azar comenzaban otra vez,
como cardúmenes de arcilla, en la costa.
Conocía
por la cabeza, y deambulaba por la ciudad de tu mapa.
*Liliana
Ponce. (Buenos Aires, 1950). Egresada de la carrera de Letras de la UBA. Se
dedicó a la poesía, los estudios lingüísticos y a investigar sobre el
pensamiento y las religiones de Oriente, en especial los referidos a Japón.
Estudia la escritura de la lengua japonesa, la que ha comenzado a traducir.
Publicó
Trama continua (1er. Premio Fondo
Nacional de las Artes, 1976), Composición (1984 ) y Teoría de la voz y el sueño
(Ed. Tsé-Tsé, 2001), Fudekara y poesías y ensayos en diversas revistas
literarias argentinas y extranjeras: Tuvo a su cargo la edición de un libro
sobre teatro japonés, en el que también colaboró en su redacción, El teatro noh de Japón. Ha realizado
traducciones directas de poetas clásicos japoneses publicadas en diversas
revistas literarias así como ensayos sobre budismo y shintoísmo en la
literatura de Japón. En calidad de miembro de ALADAA (Asoc. Latinoamericana de
Estudios de Asia y Africa), de CETAA (Centro de Estudios Transdiciplinarios de
Asia y Africa), de FIEB (Fundación Instituto de Estudios Budistas) y ex miembro
de la Sección de Estudios de Asia y Africa de la UBA, ha participado en
jornadas y congresos nacionales e internacionales y sus respectivas
publicaciones.
Participó
también en numerosos ciclos de lecturas poéticas, entre los que se cuentan los
de La voz del Erizo (Centro Cultural Ricardo Rojas), Jornadas de Poesía del Centro
Cultural San Martín, La Casa de la Poesía (Centro Cultural Babilonia) y el ICI
(Instituto de Cooperación Iberoamericano), en Argentina, y en encuentros en
Chile, Costa Rica, México, etc. Integra antologías de poesía como Antología de
poetas argentinos (Casa de las Américas, Cuba, 1994) Poetas argentinas:
1940-1950 (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006) y Voix d’Argentine
Etiquetas: Liliana Ponce
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