Osvaldo Bossi: Camellos
Aquella noche,
al dormirme
soñé que era un
extraño camello
dejando sus
huellas claras y pesadas
sobre un
hermoso desierto que no se sabe
adónde empieza
ni dónde termina,
el pecho en
alto bajo el cielo estrellado
o el sol que
orla, como un anillo de oro implacable,
la cabeza de
esos niños que se alejan
(demasiado
temprano o demasiado tarde)
bajo una nube
de pensamientos:
yo y mi
cantimplora interior,
los grandes
ojos acostumbrados a lidiar
con toda suerte
de espejismos, contento
(como ahora,
por ejemplo) de ver otra vez
a ese muchacho
tan querido por mí
avanzando a
través de las dunas
con su pañuelo
en el cuello y su gorra
de legionario:
aliviado (¡como si no lo conociera!)
por el solo
hecho de volver a tenerme.
Yo y mi joroba
casi perfecta,
y mis pestañas
largas y aterciopeladas
apartando
(grano por grano, con una paciencia
infinita)
enormes o pequeños saharas
que parecen de
arena y son, en realidad
pura sombra…
Pero qué importa,
qué puede
importar todo eso, ahora.
La luna -como
siempre- estaba ahí,
y yo por
supuesto también estaba
ahí, adelante,
deteniéndome cada tanto
al lado de un
fueguito fatuo, capaz
de atemperar la
noche más larga y más fría
del universo,
para luego pensar, simplemente,
como deben
pensar todos los camellos
a cierta
hora: Dios mío, todo esto es mejor
que atravesar
el ojo de una aguja.
*De Esto no puede
seguir así, Ed. Letras y Bibliotecas de Córdoba, 2010.
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