"Yo vivo, actúo, respiro y escribo por sed" Entrevista a Patricia Guzmán por Raquel Abend van Dalen
En octubre de 2010, Hilos Editora ha editado un hermoso libro de
Patricia Guzmán, Trilogía, que si
desean pueden pedirlo en librerías o en el distribuidor de la Editorial. Aquí
un entrevista a la autora para no perderse.
"Yo vivo, actúo, respiro y escribo por sed"
Entrevista a Patricia Guzmán por Raquel Abend van Dalen (expedientesmagenta.blogspot.com)
-En tu poesía se deja sentir un tono emparentado
con la poesía mística occidental, ¿cómo lo vives en el momento de la
escritura?, ¿ese influjo es evidente para ti?
-No ha sido evidente, ha sido un ahogo, un llamado, un impulso…maravilloso,
y sobre todo enigmático. Quizá todo deriva de cómo acontece mi diario
transcurrir, transcurrir en el que he adquirido hábitos, rituales que necesito
oficiar, y de los que tomo conciencia solo en el instante cuando los expreso,
sin proponérmelo, sobre la página que tengo delante de mí. Recuerdo que Juan
Liscano fue el primero en advertir (me) que yo no componía poemas, que parecía
que me los iba arrancando, que los arrancaba de mi jardín. Para atestiguarlo
está el “Pájaro de corazón arrancado”, y el hecho de que “En mi casa todo
pájaro amanece curado”. En mi primer libro (De mí, lo oscuro) dije “Estoy
hecha de sed”, una sed abrasadora y asfixiante que apenas me permitía balbucear
silencios hasta que sentí palpitar en mi pecho el latido de lo improbable y del
corazón de un pájaro. Ese pájaro que incesantemente aleteaba en torno a mí,
irrumpió en Canto de oficio y desplegó sus alas transparentándose en
ángel, figura que “me exigiría otra respiración –como asentase en un texto que
escribiese a manera de “Testimonio”, publicado en Trilogía, y que creo necesario referir aquí-, una nueva
modulación que se tradujo en experiencia espiritual misteriosa, extrema y
extenuante: el canto, la invocación, el conjuro, las salmodias...” A no dudar,
la figura del pájaro, luego vuelto ángel, se la debo a San Juan de la Cruz, a
su Cántico Espiritual que mientras
leía reflejaba en mis pupilas “La herida del ángel”, herida que, repito aquí,
tuve que portar como marca de la travesía al borde filoso y punzante de la enfermedad
del amado, transfigurado en El Esposo. Mi sed original fue saciada con fervor
cuando se me apareció el Esposo, y en medio del vivir viviendo, se volvió mi
esposo y se abrió el cielo y asomó la enfermedad del amado, y me entregué a
sanarle, y enterré en el jardín el ala de amar, porque preguntándome si lo que
sentía eran “… ¿delirios, delicias de Santo?”, asentí. “En mi casa todo pájaro amanece curado”.
Ciertamente, como refieres en la pregunta, en mi poesía -estimo desde El
poema del esposo-, “se deja sentir un tono emparentado con la poesía
mística occidental” que tal y como he tratado de expresar, vivo de una manera
diríase espiritual que me abruma, me asombra y al unísono, me complace.
-¿Qué autores reconoces como influencia?
-Como se hace evidente en lo que dijese previamente,
los autores que me imantan son aquellos que me han inspirado y dispensado
imágenes y ritmos con los que mi alma dialoga en armonía, como el santo y
poeta, San Juan de la Cruz, y la santa de Ávila, por sus Moradas, Santa
Teresa de Jesús, precedidos por los poetas Sufí persas del siglo XIV: Hafiz,
Shabistari y Rumi. No ha sido menos importante para mí la emoción que he
sentido ante los textos que hallamos en libros sagrados como la Biblia y la
Torá, y ante aquellos en los que se recogen otros misterios como los que
visitaron William Blake y Emmanuel Swedenborg que, junto a la órbita de libros
que trazan el poético filosofar de María Zambrano, los poemas y cartas de
Rainer Maria Rilke, así como las de Paul Celan, y la poesía y el pensamiento de
Friedrich Hölderlin, a más de los versos de Novalis, de Emily Dickinson y de
Sylvia Plath, conforman parte del entramado original de las voces que me han
inspirado y de las que doy fe. Pero, quienes sí intuyo que me han influenciado
y que sin leerlos no hubiese podido escribir los poemas que conforman mis
libros son César Vallejo, Armando Rojas Guardia, Ana Enriqueta Terán, Eugenio
Montejo y de una manera diría enigmática, Hanni Ossott, pues apenas leí su
primer libro tanto ella como sus poemas desencadenaron en mí una especie de
mimetismo psíquico que me condujo a escribir versos con “sus” palabras. Su
Ángel fue mi Ángel. Y cuando me llegó la enfermedad y tuve que entrar a un
quirófano, antes, recuerdo que presa del miedo me persigné y dije: “porque se
cierre la herida del ángel”. Acababa yo de escribir mi segundo libro, Canto de oficio, cuya dedicatoria
reza así: “A Hanni Ossott por haberme mostrado la herida del ángel”.
-¿Has sentido la necesidad de escribir otros géneros
literarios aparte de la poesía y el ensayo?, ¿qué te proporcionan la poesía y
el ensayo a la hora de escribirlos?, ¿te da algo distinto cada género?, ¿de qué
manera?
-Me complace mucho que te refieras a “sentir la
necesidad”, porque para mí es imposible intentar un poema, acometer la
escritura de un poema como proyecto, desde la cabeza. Yo vivo, actúo, respiro y
escribo por sed, por deseo, por apetito, por necesidad de aire, de belleza, de
cantos, de ofrendas, de ceremonias, de rituales...evitando caer en lo demasiado
biográfico, cuidando las palabras, los silencios, los ruidos… Comencé a
adentrarme en la poesía lenta y progresivamente, mientras frecuentaba los
límites del cuerpo, del padecimiento físico y del goce que depara la efímera
belleza. Fui caligrafiando páginas signadas por el pálpito de lo vivo
amenazado. Restaba palabras para anotar imágenes de lo inmenso que agobia, en
agónica búsqueda, ayuna de espacio donde habitar con mis heridas y junto al
pájaro y la flor extinta. De ese ahogo nació De mí, lo oscuro. Y con el
pecho un poco menos apretado decidí cantar e invoqué “Las razones del pájaro”
que al levantar vuelo se hizo Ángel y me condujo a convocar a mis hermanas y a
mi Esposo, y portar “La herida del ángel”, integrando así ese libro que registra
un cambio en mi respiración, una más lenta y larga, reposada, esa que se
escucha en Canto de oficio.
Luego,
para acometer el vivir sólo se me daba el poema largo, con cadencia de
salmodias, de oración. Entonces escribí El
poema del esposo que, aunque todavía me resulta entrañable, por
momentos he llegado a pensar que me fue dictado… Casi de seguido la vida, a la
luz de cirios y ecos de bisturí, me llevó a escribir La Boda, y luego
otros poemas de menor extensión que nombré “La rosa acallada” y que cierran la
antología que reúne todos los libros que publicase desde 1987 y hasta el 2003,
titulada Con el ala alta. En
cada uno de los textos que escribiese en esos años puedo apreciar la estructura
secuencial, una inclinación hacia lo ritual, y una pulsación religiosa que
impregnó igualmente el poema La casa de los afligidos y que bien puede
identificarse en la edición antológica Soledad intacta que editase
Bid&co, en 2009. La poesía me proporciona el aliento necesario para
cimentar mi corazón y mi alma, para no sentirme escindida. La poesía me
vivifica. Al releer en voz alta algunos de mis versos me turbo por lo que
escribiese sin tener conciencia de lo que había cifrado. Me ha deparado
extrañas y benditamente perturbadoras experiencias. La escritura del ensayo la
fui cultivando al unísono con la de la poesía, entendiendo el ensayo como
escritura que intenta develar lo que palpita en otro texto -no explicarlo-, si
no envolverlo con un manto para que emerjan las ideas que otro expuso. Cuando
escribo ensayos sobre poesía o sobre poetas siento como si escribiese poesía.
Intento aprehender lo allí volcado sin forcejeos, de la manera más amable
posible. Intento despertar el poema, la idea del otro. Mi guía para la práctica
escritural del ensayo ha sido María Zambrano, su noción de razón poética,
propuesta filosófica que la autora fundamenta en la idea de que las palabras
dan cuenta de la interioridad, se hacen eco de lo que se siente y se significa
gracias a la ayuda iluminadora de la razón que logra insertarlo en un sentido.
Y es la poesía, insiste constantemente Zambrano, como repuesta al lenguaje de
lo sagrado, la que puede dar cuenta de la desvalidez y del amor, de la plenitud
y la carencia que han cimentado la posibilidad de la vida humana. También
reconoce a la palabra poética como fiel a las contingencias humanas en tanto
que no requiere decir por qué existe, ni qué es lo que pretende.
Al llegar
hasta aquí con mis respuestas, para seguir siendo clara y sincera, siento que
debo dejar que sea la misma María Zambrano quien dé cuenta de la razón poética,
en su incomparable y envolvente manera de expresarse. Según asienta en Notas
de un método: “De la razón poética es muy difícil, casi imposible, hablar.
Es como si hiciera morir y nacer a un tiempo; ser y no ser, silencio y palabra,
sin caer en el martirio ni el delirio que se apodera del insomnio del que no
puede dormirse, solamente porque anda a solas. ¿Lo llamaríamos desamparo? Tal
vez. Terror de perderse en la luz más aún que en la oscuridad, necesidad de
respiración acompasada, necesidad de la convivencia, de no estar sola en un
mundo sin vida; y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino con la
respiración, con el cuerpo, aunque sea el minúsculo cuerpo de un animal, que
respira: el sentir la vida, donde está y donde no está todavía. En este “logos
sumergido”, en eso que clama por ser dentro de la razón." Esa “necesidad
de respiración acompasada (…) y de sentirla, no sólo con el pensamiento, sino
con la respiración (…) el sentir la vida, donde está y donde no está todavía”
me las proporciona la escritura del ensayo.
-¿Cómo se
relacionan el tema de la enfermedad y la poesía?
-El tema de
la enfermedad y de la poesía se relacionan profundamente, tal y como me lo
hiciera interiorizar Hanni Ossott al recorrer sus Ensayos sobre el habla poética. Por sus labios fui avisada que
el poeta “retoma desde la enfermedad la vida, es decir, la escritura del poema
que lo redime del hundimiento”. Esa idea de Ossott, en mi caso encarnó en una
experiencia dura que hizo temblar y helar mi corazón, y que me la supo
identificar Armando Rojas Guardia al decir, en ocasión de la presentación de mi
libro Con el ala alta, que
deseaba destacar un aspecto por el que sentía particular afinidad: “la
transfiguración de la enfermedad”.
Para
transmitir esa experiencia tan radical en mi vida que permease todo cuanto
escribo, necesito referir el resto de lo que entonces le escuchase a Rojas
Guardia: “Digo bien: trans-figurar, es decir, otorgarle a la dolencia un
sentido que, transcendiéndola, haga que ella cobre otra figura psíquica y
espiritual. A la amarga experiencia de la enfermedad pudo extraerle Patricia –y
nosotros a través de ella- el oro verbal de su poema “La Boda”. Es como si con
ese texto ella hubiera hecho algo mejor que demostrarnos, es decir, mostrarnos
de manera palpable y contundente que no hay objeto, hora ni lugar, por duros o
crueles que puedan en primera instancia parecer, que no sean capaces de ser
visitados y nimbados por el aliento primordial y genésico de la voz poética,
del poder transfigurador de la poesía”. Y si no fuese así, cómo pude entrever
estos versos que vertiese en El poema del esposo: “Si amas, tendrás que
ir al hospital / En el hospital cuidan de lo amado / En el hospital cuidan del
esposo// (Siempre hay un pájaro y una rama y un beso a la salida del hospital)
// La enfermedad tiene una sola ala / (Voy a enterrar en el jardín el ala de
amar) //…En mi casa todo pájaro amanece curado”. O estos otros en La Boda?
: “Yo tenía un Esposo / Pero no me había casado / Las bodas sólo se celebran /
Cuando llega la muerte // A mí la enfermedad me obsequió una alianzas…
-¿Qué
lugar ocupa la experiencia vital en la escritura poética?
-Luego de intentar, tantear, y
aproximarme a la escritura poética por más de veinte años, y a la luz de siete
libros publicados, no podría negar que las experiencias que he vivido
configuran el sustrato sobre el que ésta se apoya. Mas, se me impone aclarar,
que no ha sido un “calco” ni una reproducción literal de acontecimientos y/o
episodios de mi diario devenir, porque siempre me he afanado en honrar el
oficio, y en especial, en no profanar la página en blanco trazando frases
malsonantes o imágenes que no remitiesen más allá de su connotación
convencional o inicial sino que fuesen iniciáticas tanto para mí como para los
otros.
Al rastrear
mis repuestas a esta especie de intenso conversatorio que me has planteado,
vienen a mi auxilio para continuar explicando el vínculo entre mi experiencia
vital y mi escritura poética expresiones como “todo deriva de mi diario
transcurrir”, “para acometer el vivir sólo se me daba el poema largo, con
cadencia de oración”, “la vida, a la luz de cirios y ecos de bisturí, me llevó
a escribir La Boda”, “la poesía me vivifica”. Necesito añadir: gracias a
la poesía pude atravesar la dura y lacerante experiencia de una enfermedad
mortal como la que padeciese. Quizá por ello me siento tan agradecida por
haberme sido concedida la posibilidad de escribir poesía y por ello también la
poesía se me dé como oración, como plegaria, como canto celebratorio. Y me
exija además gran modestia: prefiero decir que escribo poesía a calificarme yo
misma como Poeta –aunque no ignoro el reconocimiento que se le ha otorgado a
mis libros, y el que se me distinga como una voz diferente…-. Reyna Rivas me abrumaba
al sostener que mi quehacer poético y mi quehacer vital estaban consustanciados.
Y aseveraría en el prólogo de Soledad
intacta que: “En todo su quehacer poético está presente su autenticidad, su
entrega total esencial y existencial”.
-Tu
poética está recorrida por la imagen del pájaro, ¿de qué forma hace eco en ti
esta imagen?
-La imagen del pájaro que,
ciertamente recorre mi poética, tiene consabidas alusiones literarias y hasta
ontológicas. Los místicos la enaltecieron, baste recordar que a la figura del
pájaro solitario San Juan le otorgó virtudes que enumerara entre sus “Avisos y
Sentencias Espirituales”. En Keats, hallamos el ruiseñor, el ave que las
sintetiza a todas. En las “Elegías de Duino” de Rilke el pájaro ha transmutado
en ángel y no cesa de desplegar sus alas. Y en la poesía venezolana le debemos
a Eugenio Montejo haber identificado la terredad del pájaro.
Mi libro Canto de oficio es en el que
sobrevuelan más pájaros, hasta que aparece el ángel. Ambos, pájaro y ángel,
pueblan todos mis poemarios. Gravitan sobre mis horas. Pero el eco de esa
imagen, proviene de mi infancia, ese reino que muchos filósofos han enunciado
como el mundo perdido; el lugar que la imaginación puede recrear con la ayuda
de la memoria o gracias a las ensoñaciones. Yo crecí rodeada de pájaros. Mi
abuelo materno tenía el bello hábito de adquirir jaulas para pájaros “nacidos
en cautiverio”, jaulas que ocupaban el segundo patio de su casa y la de mi
inolvidable abuela, que fue la casa –un gran reino- de mi infancia. Los pájaros
eran atendidos por un ser muy delicado y especial –familia, más que
consanguínea, de corazón-, todas las mañanas. Verla cambiarles el papel del
piso, además del agua, y servirles el alpiste, así como escoger las hojas de
lechuga o las frutas para cada especie, me hacía sentir como si presenciara un
espectáculo, me quedaba hechizada…y me hacen recordar que intenté recrear en un
breve poema el humedecer un trozo de pan en agua o leche y con la mano
llevárselos hasta el pico…En uno de mis primeros poemas dicha imagen se tradujo
así: “Recojo pájaros / con la boca //… Les cubro los ojos / con pan mojado /
Les abro la boca / para que recen // Por mí”. Requerí de su presencia, de su
compañía, mientras me afanaba en curar a mi amado en El poema del esposo. Le
inquirí: “¡Detente, pájaro! / (Al pájaro se le grita si tienes esposo) / ¿Por
qué no me dijiste antes que era reducido el espacio del corazón? / ¿Por qué no
me dijiste antes que la luz del infierno puede ser buena para los ojos? / ¿Por
qué no me dijiste antes que no era pecado estar cansada?” Necesitada de
consuelo, le pedí a mi amado: “Esposo / Pon un pájaro dentro de mi taza //
Esposo / Pídele al pájaro que me bese // Esposo / Pídele al pájaro que ponga
más oscura mi casa // Esposo / Ampárame de tanto pájaro mío”. El eco del canto
del pájaro, su silabear, su silencio, sus alas me atraviesan desde mi infancia
y aún su presencia en mí no se acalla.
-No
refiriéndome específicamente a los pájaros, te pregunto, ¿qué lugar ocupa la
naturaleza en tu escritura poética?
-La
naturaleza, todo lo que en ella acontece, me produce placer y me plantea
interrogantes sobre el origen de tanta belleza y la conjunción armoniosa de tan
diversas especies vivas, a más de enigmáticos fenómenos naturales de orden
astronómico, meteorológico o geofísico. Pero el paisaje, el lugar circunscrito
a una extensión física y determinada y con la presencia de elementos naturales
que podemos divisar sobre la línea del horizonte logra imponérseme a tal
extremo que lo interiorizo. Pero no dejo huellas de paisajes ni de naturaleza
en mi escritura poética. Diría que más que ocupar un lugar en mi escritura
poética, la naturaleza, en su dimensión de paisaje, me ocupa; es una
experiencia de orden emocional que me ayuda a crear un ámbito de gestación de
la idea que se tornará verso. A algún boscaje, al vuelo de algún pájaro, a los
acantilados y cumbres que he divisado, a las iluminadas rosas o a la aurora, o
la oscuridad más oscura del firmamento, así como a los cirios encendidos, a la
penumbra de un recodo de alguna capilla, al fuego que emana del Sagrado Corazón
de María, les he de agradecer por haberme asistido para alcanzar la escritura
de poesía que lleva mi nombre.
-¿En qué
proyecto literario estás trabajando ahora?
-El texto
que en los últimos meses ha reclamado toda mi energía física y emocional deriva
de una imagen que saliera a mi encuentro entre las Odas de Hölderlin y
que me condujo hasta la figura de Él, a quien el poeta identifica y señala: “Tú
que no desdeñas la casa de los afligidos”. En esa casa me adentré, con el
corazón jalonado por el sentimiento de la aflicción. Y con el corazón afligido
anduve, deambulé largos meses –quizá durante todo el año 2007- hasta hallar
consuelo en la tórtola que entreví en el hermosísimo tratado místico Moradas
de los Corazones de Abu-L-Hassan-al-Nuri de Bagdad y bajo el árbol del
almendro, árbol de las nupcias, el árbol que anuncia la luz cuando nadie la
espera, cuya fragancia percibí entre las páginas del Éxodo, de la que nos da
cuenta la Biblia. Sentí que esas dos fuentes –de orígenes tan
contrastantes como la que proviene de un motivo sagrado del Islam expresado en
la simbología musulmana sufí, y la que proviene del conjunto de libros
canónicos del judaísmo y el cristianismo que según las religiones judía y cristiana,
transmite la palabra de Dios- podía entrelazarlas con asombrosa fluidez, en
especial gracias a la tórtola que me parecía entonaba su queja ante los versos
de poetas que habían ido sembrándose en mí, como ese en el que asoma la última
rosa de Ajmátova, los de las rosas de Rilke, aquel de la rosa enferma de Blake
y los de las rosas salvajes de Di Giorgio. También se me hizo imperativo
atender el llamamiento que impregna un poema de Hermann Hess y varios en los
que aflora la desolación de Paul Celan. Y así ha ido naciendo, así ha ido
prefigurándose ante mí, y sobre las páginas en blanco El almendro florido.
Y aunque ya el texto se sostiene como poesía lograda, no ha terminado de nacer
ni de prefigurarse. Sigo entregada a cultivar ese árbol maravilloso y sagrado.
Permanezco esperanzada por ver El almendro florido completamente
erguido.
*
Patricia Guzmán (Caracas / 1960).
Patricia Guzmán (Caracas / 1960).
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