Marina Tvestaiéva: Tu muerte...
Toda
muerte, aun la más extraordinaria entre las extraordinarias –de la tuya hablo,
Rainer–, se encuentra inevitablemente en la fila de las otras muertes, entre la
última “antes” y la primera “después”.
Nadie
ha estado nunca al lado de una sepultura sin que surja en él este pensamiento:
“¿Quién fue el último junto al que estuve así? ¿Quién será el próximo?”. De esa
forma se crea entre los muertos de
uno, los muertos personales,
un vínculo que sólo existe en una conciencia determinada, distinta en cada
ocasión. En mi conciencia tú llegaste a lo Desconocido entre A y B, en la
conciencia de alguien más que te haya perdido, entre C y D, y así
sucesivamente. La suma de todos nuestros reconocimientos es tu entorno.
Ahora
sobre el género de este vínculo. En el peor de los casos, un caso particular,
el vínculo es externo, local, ordinal, para decirlo todo –cotidiano, para
decirlo todavía más
todo – cementerial, por lo fortuito de la vecindad de números y
tumbas. Un vínculo absurdo, y por lo tanto, un no-vínculo.
Un
ejemplo. Entre X e Y no existía ningún lazo en la vida. Tampoco lo hay en la
muerte si no se tiene en cuenta la muerte misma, como entonces –la vida. Para
emparentarlos, lo uno y lo otro, es poco. Una sepultura así no cabe en nuestra
hilera de sepulcros, la fila se cierra con dos sepulcros significativos para
nosotros. Mediante esa selección se crea la fila de nuestras muertes y nuestra
muerte. Sólo de estas muertes y de las que componen nuestra muerte voy a hablar
cuando hable del vínculo.
Cada
muerte nos devuelve a todas las muertes. Cada persona que muere nos devuelve a
los que murieron antes que él y a nosotros –a ellos. Si no murieran los de
después, más tarde o más temprano olvidaríamos a los de antes. Así, el ir de
sepulcro en sepulcro es la garantía de nuestra fidelidad a los muertos. Una
especie de coexistencia póstuma en la memoria: en la hilera de los sepulcros propios. Ya que
todos nuestros muertos, ya no importa si están en Moscú en el cementerio de
Novodévichi o en Túnez, o en algún otro lado, para nosotros, para cada uno de nosotros
mismos, y con el tiempo en una misma fosa común. La nuestra. Hay muchos
enterrados en una y uno enterrado en muchas. En el lugar donde se encuentran en
tu primer sepulcro y el último –tu propia lápida- la hilera se cierra en un
círculo. No sólo la tierra (la vida), sino también la muerte es redonda.
A
través de los labios que besan, se emparientan y se dan mutuamente las manos
los que son besados. A través de sus manos besadas, se emparientan y se atraen
mutuamente los labios que besan. Es la garantía de la inmortalidad.
De
esa manera, Rainer, me emparentaste con todos los que te perdieron, como yo, en
respuesta, te emparenté con todos aquellos a los que alguna vez yo perdí, y más
cerca que con otros, con dos.
La
muerte nos lleva, como por entre olas, por entre las colinas de las sepulturas
–a la Vida.
En
mi vida, Rainer, tu muerte se hizo tres, se estratificó en tres. Una preparó tu
muerte en mí, la otra la concluyó. Una es la nota que precede; la otra que la
resuelve. Si se retrocede un poco en el tiempo –un acorde. Tu muerte, Rainer, y
ahora hablo desde el futuro, me fue dada como una tríada.
.
*Traduc.
de Selma Ancira. Prólogo
de Irma Kúdrova. Epílogo
de Ana María Moix.
Un espíritu prisionero. Barcelona.
Galaxia de Gutenberg. 1999. Págs. 67-68.
Etiquetas: Marina Tvestaiéva
1 Comments:
Preciosa manera de hacer catarsis con una muerte. Saludos.
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