Martin Heidegger: El poema**
Texto revisado de la
conferencia para el 70.° cumpleaños de Friedrich G. Jünger, 25 de agosto de
1968 en Amriswil.
Hablar sobre el poema querría decir: desde lo
alto, y por tanto desde fuera, averiguar qué es el poema.
¿Con qué derecho, con qué conocimiento podría
ocurrir eso? Faltan ambas cosas. Por tanto, sería arrogancia querer hablar
sobre el poema. Pero ¿qué hacer si no?
Más bien así: que nos dejemos decir por el
poema en qué consiste su peculiaridad, en qué descansa.
Para percibirlo de un modo suficiente, debemos
estar familiarizados con el poema. Pero verdaderamente familiarizado con el
poema y el poetizar sólo lo está el poeta. El modo apropiado al poema de hablar
de él sólo puede ser el decir poético. En él, el poeta no habla ni sobre el
poema ni del poema. Poetiza lo peculiar del poema. Pero eso sólo lo logra
cuando poetiza a partir de la disposición de su poema y poetiza únicamente esa
misma.
Un poeta extraño, si es que no misterioso.
Existe: se llama Hölderlin.
Sólo que él -así parece- nunca está tan cerca
de nosotros que nos alcance su palabra, que nos haya alcanzado, que .seamos
nosotros los alcanzados - y lo sigamos siendo.
En la poesía de Hölderlin experimentamos poéticamente
el poema. «El poema» - esa palabra revela ahora su ambigüedad. «El poema» puede
significar: el poema en general, el concepto de poema, válido para toda la
literatura universal. Pero «el poema» puede significar también: el poema
excepcional, marcado por el hecho de que él solo nos afecta por destino, porque
él nos poetiza a nosotros mismos el destino en que estamos, lo sepamos o no,
tanto si estamos dispuestos a aceptar un destino en él como si no.
Que Hölderlin poetiza al poeta y .su
determinación, y por tanto lo peculiar del poema, lo suyo propio, lo muestran
títulos de poemas como Vocación de
poeta, Ánimo de poeta, y
estos poemas mismos en sus diversas versiones.
Además, el pensar poético de Hölderlin trata
también de la poesía en forma de artículos y esbozos: Sobre el modo de proceder del espíritu poético, Sobre la diferencia de los modos de
poetizar, Sobre las partes del poema (StA IV, p. 241 SS.); y más
ampliamente aún por la comprensión poética, en sus traducciones de las Tragedias de Sófocles, en las Observaciones sobre el Edipo,
en las Observaciones sobre
Antígona (StA V, p. 193 ss.,
263 ss.).
Sólo que esos Artículos sobre... y Observaciones sobre... reposan en la experiencia poética de su poema y su determinación
que constantemente se pone a prueba.
Que Hölderlin, por razón de su manera de ser,
fácilmente destructible y a menudo replegada en sí, sabe con toda claridad la
índole propia de su poema, lo dice en la tercera estrofa de la elegía Pan y vino, que dedica a su amigo poeta Heinze, al que apela (StA II, p. 91,
v. 41 ss.):
¡Ven pues! para que miremos a lo Abierto.
para que busquemos algo propio, por distante que esté.
para que busquemos algo propio, por distante que esté.
... a cada cual también se le asigna algo
propio,
ahí va y viene cada cual hacia donde puede.
ahí va y viene cada cual hacia donde puede.
Lo propio de .su poema no lo ha inventado el
poeta. Le ha sido asignado. Se acomoda a su determinación y sigue la vocación.
Hölderlin la nombra en una variante del mismo canto.
En la obra poética de Hölderlin y su
transmisión en manuscritos hay una situación especial con las variantes. Las
palabras y giros que no se aceptan en el poema terminado, contienen a veces
bruscas y profundas miradas penetrantes en lo peculiar de su poema. El modo de
leer de los versos 45/46 de Pan y vino dice (StA II, p. 597):
Antes del tiempo! es vocación de los cantores
sagrados y así
también sirven y transforman adelantándose a un gran destino.
también sirven y transforman adelantándose a un gran destino.
«¡Antes del tiempo!» ¿Antes de qué tiempo
dicen su palabra los poetas vocados a ello? ¿Qué es ese gran destino? Hölderlin
habla del tiempo en referencia al cual el poeta habla antes de tiempo, en el
cántico Mnemosyne (StA II, p. 193, v. 16 ss.):
Largo es / el tiempo.
Qué largo entonces, preguntamos. Tan largo,
que llega incluso más allá de nuestra presente época sin dioses. Correspondiendo
a ese largo tiempo, debe también estar mucho antes -aguardando hacia mucho más
allá- la palabra antes de tiempo del poeta. Debe poetizar la venida de los
dioses presentes.
Pero ¿debe entonces advertir todavía lo que
está «presente»? «Advenimiento» no quiere decir aquí: haber llegado ya, sino el
acontecer del advenimiento temprano. Los que así advienen se muestran en un
peculiar acercamiento. En ese venir están a su manera en presencia del poeta:
los que advienen son dioses presentes, en presencia. Los dioses presentes que
lo son porque advienen así, claro que no son los dioses huidos que regresan,
los dioses de la antigua Grecia, aunque también éstos permanecen presentes a su
manera para Hölderlin, en cuanto que son los huidos, y afectan al poeta. El
comienzo de la segunda estrofa del himno Germanía
dice así (StA II, p. 149):
Dioses huidos! también vosotros, oh presentes,
entonces
más verdaderos, vosotros tuvisteis vuestro tiempo!
más verdaderos, vosotros tuvisteis vuestro tiempo!
Los presentes antaño más verdaderos no han
pasado, no se han extinguido, sino que sólo se han apartado. El advenimiento de
los dioses presentes no significa por tanto de ningún modo el regreso de los
antiguos dioses. Del advenimiento que Hölderlin percibe poéticamente, habla más
claramente otra variante de la elegía Pan
y vino (StA II, p. 603, 19
ss.):
Larga y difícil es la palabra de ese
advenimiento pero
blanco es (esto es, luminoso) el instante. Servidores de los celestiales son
pero, sabedores de la tierra, su paso es contra el abismo
de los hombres.
blanco es (esto es, luminoso) el instante. Servidores de los celestiales son
pero, sabedores de la tierra, su paso es contra el abismo
de los hombres.
Si pudiéramos interpretar bien este texto, nos
ofrecería una ayuda para percibir lo peculiar del poema que Hölderlin se
aprestó a poetizar. Pero este texto ofrece para la meditación a que ahora nos
atrevemos dificultades demasiado grandes; por tanto elegimos otra palabra del
poeta.
Inmediatamente nos sale esa palabra, con toda
la densidad poética de su articulación, al encuentro de nuestra pregunta por el
poema de Hölderlin. Las palabras del poeta a continuación comentadas son
también una variante, y precisamente de su gran cántico El archipiélago v.
261-268 (StA II, p. 111).
Son siete versos. Los publicó por primera vez
Friedrich Beissner en 1951 en la segunda mitad del segundo tomo de la edición
hölderliniana de Stuttgart (p. 646). El texto dice así:
Pero porque están tan cerca los dioses
presentes
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre; sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía,
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado, y digo: ¡florece sin embargo!
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre; sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía,
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado, y digo: ¡florece sin embargo!
Tan pronto como Hölderlin tiene «lo suyo» está
firmemente en la determinación que le corresponde, es el poeta de su poema.
Preguntamos por la peculiaridad de éste. Ha ,de percibirse cuando nos metamos
en las siguientes preguntas:
¿Qué es «lo suyo» para el poeta? ¿Qué es lo
propio que le ha correspondido? ¿Hacia dónde le obliga a ir su necesidad? ¿De
dónde viene esa necesidad? ¿De qué modo obliga?
Pero porque están tan cerca los dioses
presentes
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre ...
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre ...
Oímos dos veces «deber». Una, al comienzo del
segundo verso, otra al comienzo del tercero. «Debo» se refiere a la relación
del poeta con la presencia de los dioses presentes. El otro «debe» se refiere
al modo de los nombres con los que el poeta nombra a los dioses presentes. En
qué medida el uno y el otro «deber» se corresponden mutuamente y afectan a lo
mismo, esto es, el poetizar, se echará de ver en cuanto se haga más claro a qué
modo de poetizar debe ajustarse el poeta.
Pero antes preguntamos: ¿De dónde viene esa
obligación? ¿Por qué ese mandato de dos vertientes?
El primero de los siete versos da la
respuesta, que abarca todo lo sucesivo:
«Porque están tan cerca los dioses presentes».
Es extraño, se pensaría, si los dioses
presentes están tan cerca del poeta, entonces el nombrar sus nombres surgiría
por sí mismo y no requeriría de ninguna apelación especial al poeta. Sin
embargo el «tan cerca» no significa «suficientemente cerca» sino «demasiado
cerca». El himno Patmos empieza:
«Cerca está y difícil de captar el dios.» El
«y» significa «y por eso». El dios está demasiado cerca para que sea fácil de
captar. La misma palabra que «cerca» [nahe] se manifiesta en
«exacto» [genau]. El antiguo genau significa: aproximándose. En el mismo himno Patmos leemos en el v. 78 ss. (StA II, p. 167) estos versos difíciles de
entender:
Amaba el portador de tempestades la
sencillez
del discípulo y veía al hombre atento
el rostro del dios exactamente [genau] ...
del discípulo y veía al hombre atento
el rostro del dios exactamente [genau] ...
Demasiado cerca, acercándose demasiado, están
los dioses que advienen en la dirección hacia el poeta, en presencia de él.
Patentemente, ese venir dura mucho tiempo, por eso es aún más opresivo y por
tanto más difícil de decir que la presencia completa. Pues también ésta no la
puede percibir el hombre inmediatamente recibiendo así el bien otorgado. Por
eso se dice al final de la quinta estrofa de Pan y vino (StA II,
p. 92/93 v. 87 ss.):
Así es el hombre, si está ahí el bien, y le
provee de dones
un dios mismo para él, él no lo conoce ni ve.
Llevarlo debe por adelantado; pero entonces nombra a su más querido,
entonces, entonces deben surgir para ello palabras, como flores.
un dios mismo para él, él no lo conoce ni ve.
Llevarlo debe por adelantado; pero entonces nombra a su más querido,
entonces, entonces deben surgir para ello palabras, como flores.
Hasta que se ha encontrado la palabra y ha
florecido, es preciso sustentar lo difícil y pesado. Este difícil lleva el
decir poético a la necesidad. Obliga. Viene de la «esfera del dios». El
elemento de lo divino es lo sagrado. Por eso dice Hölderlin en el cántico A
la fuente del Danubio (StA
II, p. 128, v. 89 ss.):
Te nombramos, movidos por sagrada necesidad,
te nombramos
oh Naturaleza!, y nuevo, como del baño surge
de ti lo divinamente nacido.
oh Naturaleza!, y nuevo, como del baño surge
de ti lo divinamente nacido.
«Movidos por sagrada necesidad» - esas
palabras sólo las oímos una vez en este lugar dentro de toda la obra poética de
Hölderlin. Expresa la exigencia dominante por todas partes en ella sin
expresarse y bajo la cual está su poetizar. Esas palabras significan para
nosotros el «debe» que obliga al poeta «para que tenga su / haber».
¿Hacia dónde se encuentra el poeta obligado?
Pero porque están tan cerca los dioses
presentes
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre; sólo ...
...
me los nombro yo en silencio ...
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre; sólo ...
...
me los nombro yo en silencio ...
El poeta se ve «obligado» a un decir que
«solamente» es un nombrar en silencio.
El nombre en que habla ese nombrar debe ser
oscuro.
El lugar desde el que debe nombrar el poeta a
los dioses, debe ser de tal modo que los que han de .ser nombrados en la
presencia de su venida le estén lejanos, y así precisamente sigan siendo los
que vienen. Para que esa lejanía se abra como lejanía, debe el poeta
retrotraerse de la cercanía de los dioses que le apremia y «nombrarles sólo en
silencio».
¿De qué índole es tal nombrar? ¿Qué significa
en general «nombrar»? ¿Consiste el «nombrar» en que algo sea dotado de un
nombre? ¿Y cómo llega eso a tener un nombre?
El nombre dice cómo se llama algo, cómo suele
llamarse algo. El nombrar está remitido a un nombre. Y el nombre resulta del
nombrar. Con esa explicación damos vueltas en un círculo.
El verbo «nombrar» deriva el sustantivo
«nombre», nomen amnö. En él se esconde la raíz
«gno», wisÇng, esto es, conocimiento. El
nombre da a conocer. Quien tiene un nombre, es conocido de lejos. Nombrar es un
decir, esto es, mostrar que abre como qué y cómo ha de percibirse algo y
mantenerse en su presencia. El nombrar desvela, patentiza. Nombrar es el
indicar que deja percibir. Pero si esto ha de ocurrir de tal modo que se aleje
de la cercanía de lo que se ha de nombrar, entonces tal decir de lo lejano se
convierte en decir en la lejanía para llamar. Pero si lo que hay que llamar
está demasiado cerca, su nombre debe ser «oscuro» para que lo llamado
permanezca preservado en su lejanía. El nombre debe velar. El nombrar es al
mismo tiempo un ocultar en cuanto llamada desveladora.
La palabra «Naturaleza» que acabamos de oír es
el nombre verdaderamente oscuro, velador y desvelador, en la poesía de
Hölderlin. Si precisamente el nombrar está «divinamente obligado», entonces los
nombres en que ella llama, deben ser nombres sagrados.
En la estrofa conclusiva de la elegía Retorno a la patria, que surgió poco después del regreso de
Hölderlin desde Suiza -el poeta había residido allí sólo unos pocos meses como
preceptor doméstico en Hauptwil, cercana aquí a nosotros- se dice (StA II, p.
99, v. 101):
Callar debemos a menudo: faltan nombres sagrados ...
Callar; ¿significa esto solamente no decir,
permanecer mudos? ¿O sólo puede verdaderamente callar quien tiene algo que
decir? En este caso callaría en suprema medida quien fuera capaz de dejar
aparecer lo no dicho en su decir y precisamente únicamente mediante éste, y
precisamente en cuanto tal.
Hölderlin confiesa:
... sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía
me los nombro yo en silencio ...
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía
me los nombro yo en silencio ...
¿Va a significar esto que el poeta se guarde
meramente para sí lo que hay que nombrar y no deje resonar nada de eso ante los
demás hombres? Si así ocurriera, entonces se habría hecho infiel a su vocación
poética.
El poeta se nombra «en silencio» «los dioses
presentes». «En silencio» significa: acallado, llegado al reposo, a ese reposo
en que reposa el ajustarse a lo asignado, en cuanto que corresponde a la
sagrada obligación y con ello se contenta. En el cántico de Hölderlin Fiesta de la paz vuelve a hablar una vez y otra la palabra «en silencio».
El nombrar silencioso ocurre «antes que la
mañana / se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía».
«Antes» es una determinación temporal, y
precisamente del tiempo que se temporaliza sólo por advenimiento y cercanía,
por huida y elusión de los dioses.
El nombrar por sagrada obligación debe
acontecer antes que empiece el verdadero advenimiento en la mañana del día de
los dioses y llegue a su plenitud en el mediodía, cuando arde el fuego en el
cielo. En ese tiempo aparece «El dios envuelto en acero». Así dice Hölderlin en
la estrofa final del Himno al Rhin (StA
II, p. 148, v. 210 ss.). En
el esbozo para una poesía posterior (StA II, p. 249, v. 6 ss.) habla del «acero
de fuego del hogar con calor de vida». (El acero produce chispas y queda así
referido al fuego.) «El dios envuelto en acero» significa: el dios envuelto en
el fuego del cielo, o en nubes. El fuego celeste que ciega los ojos no es menos
velador que la oscuridad de las nubes.
La determinación temporal «antes» significa
ese «antes del tiempo» al que los poetas están lanzados por delante con su
decir nombrador. «sólo ... / me los nombro yo en silencio» -el «me» podría
referirse al Yo de la persona de Hölderlin, si no siguieran, excluyéndolo
directamente, estas palabras en el mismo verso:
... para que el poeta tenga
/ su haber ...
«Me», es decir, al poeta le
están asignados los dioses presentes, los que se acercan desde lejos, como los
que hay que nombrar en la llamada. Su presencia demasiado cercana le obliga a
retrotraer su decir nombrador al lugar ya citado de la lejanía.
¿Qué le aguarda allí? Hölderlin lo dice en el
comienzo de su último gran himno Mnemosyne, que surgió el año 1800 (StA II, p.
197, v. 5 ss.):
Y mucho
como en los hombros
una carga de leños
ha de mantenerse.
como en los hombros
una carga de leños
ha de mantenerse.
La lejanía del dios que se acerca relega a los
poetas en la dirección hacia ese lugar de su existencia donde se le hunde y
desaparece a ésta el suelo, el fundamento sustentador. La ausencia de ese fundamento
es lo que Hölderlin llama el «abismo». En la citada variante de la elegía Pan y vino que empieza «Larga y difícil es la palabra de ese advenimiento»
dice Hölderlin de los «servidores de los celestiales», esto es, de los poetas:
Su paso va contra el abismo
/ de los hombres.
«Contra» significa: en dirección hacia el
abismo.
Al poeta le está asignado durar tenazmente en
el decir de la palabra del advenimiento: «para que tenga su / haber». El acento
no está puesto sólo en la palabra «lo suyo», «su haber», sino igual y aún más
en el «haber», palabra que está destacada en el comienzo de la siguiente línea.
Se trata de llevar a plenitud el auténtico haber de lo propio. Se trata de
«mantener la carga». Se trata de prevalecer y durar en la necesidad del decir
nombrador del advenimiento. Se trata de llevar «en .silencio» ese nombrar.
Pero lo suyo no le pertenece tampoco al poeta
como una posesión que se haya ganado él mismo. Lo suyo consiste más bien en que
el poeta pertenezca a aquello para lo que se le necesita. Pues el decir del
poeta está tomado, indicando, velando al desvelar, en su uso de dejar aparecer
el advenimiento de los dioses, que necesitan la palabra del poeta para su
aparición, para que empiecen a ser ellos mismos en su aparecer.
En la octava estrofa del himno El Rhin se dice (StA II, p. 145,
v. 109 ss.):
Pues como
los más bienaventurados nada sienten por sí mismos,
es preciso, si está permitido decir
tal cosa, en los nombres de los dioses
tomando parte, que sienta Otro,
el que necesitan ellos...
los más bienaventurados nada sienten por sí mismos,
es preciso, si está permitido decir
tal cosa, en los nombres de los dioses
tomando parte, que sienta Otro,
el que necesitan ellos...
Y en el canto surgido un año antes (en torno a
1800) El archipiélago dice Hölderlin (StA II, p. 104, v. 60
ss.):
Siempre necesitan, como los héroes la corona,
los consagrados
elementos, para gloria, el corazón de los hombres que sienten.
elementos, para gloria, el corazón de los hombres que sienten.
Gloria y glorificación han de pensarse aquí en el sentido pindárico y griego, como «dejar aparecer». El que siente por delante
del corazón de los hombres que sienten, es el poeta. Es el Otro, el necesitado
y usado por los dioses.
Con esa palabra arriesgada tímidamente sobre
la necesidad de los dioses y el correspondiente ser necesitado del poeta,
Hölderlin reposa en la experiencia básica de su condición poética. Para pensar
esa experiencia conforme a la realidad, para preguntar por el dominio en que se
desarrolla, todavía no se ha puesto a la altura debida el pensamiento hasta
ahora.
El poema, el poema de Hölderlin reúne el
poetizar como el nombrar, por sagrada obligación, necesitado por los
celestiales, de los dioses presentes en ese decir articulado que, desde que lo
ha dicho Hölderlin, habla en nuestra lengua, tanto si se lo oye como si no.
La oda titulada Animación, acabada
por el poeta a comienzos del año 1801, empieza con una llamada: « ¡Eco del
cielo!» Ese eco es el poema de Hölderlin.
Pero porque están tan cerca los dioses
presentes
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre, sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado y digo: ¡florece sin embargo!
debo estar yo como si estuvieran lejos, y oscuro en las nubes
debe estarme su nombre, sólo que, antes que la mañana
se me ilumine, antes que la vida arda al mediodía
me los nombro yo en silencio, para que el poeta tenga
su haber, pero cuando desciende la luz celeste
me gusta pensar en la del pasado y digo: ¡florece sin embargo!
*Martin Heidegger. Traducción de José María Valverde en HEIDEGGER, M., Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin, Ariel, Barcelona,
1983, pp. 193-203.
*Texto extractado de: http://www.heideggeriana.com.ar/textos/el_poema.htm
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