M. Heidegger: Holderlin y la esencia de la poesía
Las cinco palabras-guía
1. Poetizar: la más inocente de todas las ocupaciones (III,
377).
2. Y se le ha dado al hombre el más peligroso de
los bienes, el lenguaje... para que
muestre lo que es... (IV, 246.)
3. El hombre ha experimentado mucho. Nombrado a muchos celestes, desde que
somos un diálogo y podemos oír unos de otros (IV, 343).
4. Pero lo
que queda, lo instauran los poetas
(IV, G3).
5. Pleno de méritos,
pero es poéticamente como el hombre habita esta tierra (VI, 25).
Por qué se ha escogido la obra de Hölderlin
con el propósito de mostrar la esencia de la poesía? ¿Por qué no Hornero o
Sófocles, por qué no Virgilio o Dante, por qué no Shakespeare o Goethe? En las
obras de estos poetas se ha realizado la esencia de la poesía tan ricamente o
aún más que en la creación de Hölderlin, tan prematura y bruscamente
interrumpida. Puede ser. Sin embargo, sólo es Hölderlin el escogido. Pero ¿es
posible deducir de la obra de un único poeta, la esencia general de la
poesía? Lo general, es decir, lo que vale para muchos, sólo podemos
alcanzarlo por medio de una reflexión comparativa. Para esto es necesario la
muestra del mayor número posible de la multiplicidad de poesías y géneros
poéticos. La poesía de Hölderlin es sólo una entre muchas. De ninguna manera
basta ella sola como modelo para la determinación de la esencia de la poesía.
Por eso nuestro propósito ha fracasado en principio, si entendemos por
"esencia de la poesía" lo que se contrae en el concepto que vale
igualmente para toda poesía. Pero esto general que vale igualmente para todo
particular es siempre o indiferente, aquella "esencia" que nunca
puede ser esencial. Buscamos precisamente lo esencial de la esencia que nos
fuerza a decidir si en lo venidero tomamos en serio la poesía y cómo; si
junto obtenemos los supuestos para mantenernos en el dominio de la poesía y
cómo.
Hölderlin no se ha
escogido porque su obra, como una entre otras, realice la esencia general de
la poesía, sino únicamente porque está cargada con la determinación poética
de poetizar la propia esencia de la poesía.
Hölderlin es para nosotros en
sentido extraordinario el poeta del poeta. Por eso está en el punto decisivo.Sólo que poetizar
sobre el poeta ¿no es la señal de un narcisismo extraviado y a la vez la
confesión de una carencia de plenitud del mundo? ¿Poetizar sobre el poeta no
es un exceso desconcertante, algo tardío, un final?
La respuesta es la
siguiente: es indudable que el camino por el que logramos la respuesta es una
salida. No podemos aquí como sería necesario, exhibir cada una de las poesías
de Hölderlin en un recorrido completo. En vez de esto, sólo reflexionaremos
en cinco palabras-guía del poeta sobre la poesía. El orden determinado de
estos motivos y su conexión interna deben poner ante los ojos la esencia
esencial de la poesía.
uno
En una carta a su
madre de enero de 1799 Hölderlin llama a la poesía "la más inocente de
todas las ocupaciones" ¿Hasta dónde es "la más inocente"? La
poesía se muestra en la forma modesta del juego. Sin trabas, inventa su mundo
de imágenes y queda ensimismada en el reino de lo imaginario.
Este juego se escapa de lo serio de la decisión
que siempre de un modo o de otro compromete (schuldig macht). Poetizar es por ello enteramente
inofensivo. E igualmente es ineficaz, puesto que queda como un hablar y
decir. No tiene nada de la acción que inmediatamente se inserta en la realidad
y la transforma. La poesía es como un sueño, pero sin ninguna realidad, un
juego de palabras sin lo serio de la acción. La poesía es inofensiva e
ineficaz. ¿Qué puede ser menos peligroso que el mero lenguaje? Al llamar a la
poesía "la más inocente de las ocupaciones", todavía no hemos
concebido su esencia. Pero al menos indicamos por dónde debemos buscarla. La
poesía crea su obra en el dominio y con la "materia" del lenguaje.
¿Qué dice Hölderlin sobre el lenguaje? Oigamos una segunda palabra del poeta.
dos
En un bosquejo fragmentario que data del
mismo tiempo 1800 que el citado pasaje de la carta, dice el poeta:
"Pero el hombre vive en cabañas
recubriéndose con un vestido recatado, pues mientras es más íntimo, es más
solícito y guarda su espíritu, como la sacerdotisa la flama celeste, que es
su entendimiento. Y por eso se le ha dado el albedrío y un poder superior
para ordenar realizar lo semejante a los dioses y se le a dado al hombre el
más peligroso de los bienes, el lenguaje, para que con él cree y destruya, se
hunda y regrese a la eternamente viva, a la maestra madre, para que muestre
lo que es, que ha heredado y aprendido de ella lo que tiene de más divino, el
amor que todo lo alcanza" ( IV, 246).
El lenguaje, el campo del "más inocente
de los bienes", "el más peligroso de los bienes": cómo se
concilian ambas frases? Dejemos estas primeras preguntas y reflexionemos en
tres cuestiones previas: 1) ¿De quién es el lenguaje un bien? 2) ¿Hasta dónde
es el más peligroso de los bienes? 3) ¿En qué sentido es en general un bien?
Fijémonos desde luego en qué lugar está la
palabra sobre el lenguaje: en el bosquejo de una poesía que debe decir quién
es el hombre a diferencia de otros seres de la naturaleza; se nombran la
rosa, el cisne, el ciervo en el bosque ( IV, 300 y s85). En el contraste de
la planta frente al anima empieza el citado pasaje: "Pero el hombre vive
en cabañas."
¿Quién es el hombre? Aquel que debe mostrar
lo que es. Mostrar significa por una parte patentizar y por otra que lo
patentizado queda en lo patente. El hombre es lo que es aun en la
manifestación de su propia existencia. Esta manifestación no quiere decir la
expresión del ser del hombre suplementaria y marginal, sino que constituye la
existencia del hombre. Pero ;qué debe mostrar el hombre? Su pertenencia a la
tierra. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y aprendiz
en todas las cosas. Pero éstas están en conflicto. A lo que mantiene las
cosas separadas en conflicto, pero que igualmente las reúne, Hölderlin llama
"intimidad". La manifestación de la pertenencia a esta intimidad
acontece mediante la creación de un mundo, así como por su nacimiento, su
destrucción y su decadencia. La manifestación del ser del hombre y con ello
su auténtica realización acontece por la libertad de la decisión. Esta
aprehende lo necesario y se mantiene vinculada a una aspiración más alta. El
ser testimonio de la pertenencia al ente en totalidad acontece como historia.
Pero para que sea posible esta historia se ha dado el habla al hombre. Es un
bien del hombre.
Pero, ¿hasta dónde es el habla "el más
peligroso de los bienes"? Es el peligro de los peligros, porque empieza
a crear la posibilidad de un peligro. El peligro es la amenaza del ser por el
ente. Pero el hombre expresado en virtud del habla es un Revelado a cuya
existencia como ente asedia e inflama, y como no-ente engaña y desengaña. El
habla es lo que primero crea el lugar abierto de la amenaza y del error del
ser y la posibilidad de perder el ser, es decir, el peligro. Pero el habla no
es sólo el peligro de los peligros, sino que encierra en sí misma, para ella
misma necesario, un peligro continuo. El habla es dada para hacer patente, en
la obra, al ente como tal y custodiarlo. En ella puede llegar a la palabra lo
más puro y lo más oculto, así como lo indeciso y común. La palabra esencial,
para entender y hacerse posesión más común de todos, debe hacerse común.
Respecto a esto se dice en otro fragmento de Hölderlin: "Tú hablas a la
divinidad, pero todos han olvidado que siempre las primicias no son de los
mortales, sino que pertenecen a los dioses. Los frutos deben primero hacerse
más cotidianos, más comunes, para que se hagan propios de los mortales"
( IV, 238 ). Lo puro y lo común son de igual manera un dicho. La palabra como
palabra no ofrece nunca inmediatamente la garantía de que es una palabra
esencial o una ilusión. Al contrario una palabra esencial, a menudo toma, en
su sencillez, el aspecto de inesencial. Y lo que, por otra parte, da la
apariencia de esencial por su atavío es sólo una redundancia o repetición.
Así, el habla debe mantenerse siempre en una apariencia creada por ella
misma, y arriesgar lo que tiene de más propio, el decir auténtico.
Pero ¿en qué sentido es un "bien"
para el hombre éste que es el más peligroso? El habla es su propiedad.
Dispone de ella con el fin de comunicar experiencias, decisiones, estados de
ánimo. El habla sirve para entender. Como instrumento eficaz para ello es un
"bien". Sólo que la ausencia del habla no se agota en eso de ser un
medio de entenderse. Con esta determinación no tocamos su propia esencia,
sino que indicamos nada más una consecuencia de su esencia. El habla no es
sólo un instrumento que el hombre posee entre otros muchos, sino que es lo
primero en garantizar la
posibilidad de estar en medio de la publicidad de los entes. Sólo hay mundo
donde hay habla, es decir, el círculo siempre cambiante de decisión y obra,
de acción y responsabilidad, pero también de capricho y alboroto, de caída y
extravío. Sólo donde rige el mundo hay historia. El habla es un bien en un
sentida más original. Esto quiere decir que es bueno para garantizar que el
hombre puede ser histórico. El habla no es un
instrumento disponible, sino aquel acontecimiento que dispone la más alta
posibilidad de ser hombre. Debemos primero asegurarnos de esa esencia del
habla, para concebir verdaderamente el campo de acción de la poesía y a ella
misma. ¿Cómo acontece el habla? Para encontrar la respuesta a esta pregunta,
reflexionemos sobre una tercera palabra de Hölderlin.
tres
Tropezamos con esta palabra en un proyecto
grande y desarrollado para el poema incompleto que comienza:
"Reconciliador en que tú nunca has creído..." (IV, 162 y 339 s.)
El hombre ha experimentado
mucho
Nombrado a muchos celestes, desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otro
(IV, 343),
Hagamos resaltar luego, en estos versos, lo
de inmediato referido en el contexto hasta aquí discutido: "Desde que
somos un diálogo"... Nosotros los hombres somos un diálogo. El ser del
hombre se funda en el habla; pero ésta acontece primero en el diálogo. Sin
embargo, esto no es sólo una manera como se realiza el habla, sino que el
habla sólo es esencial como diálogo. Lo que de otro modo entendemos por
"habla", a saber, un repertorio de palabras y de reglas de
sintaxis, es sólo el primer plano del habla. Pero ¿qué se llama ahora un
"diálogo"? Evidentemente el hablar unos con otros de algo. Así
entonces el habla es el medio para llegar uno al otro. Sólo que Hölderlin
dice: "Desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otros." El
poder oír no es una consecuencia del hablar mutuamente, sino antes al
contrario el supuesto de ello. Sólo que también el poder oír, en si, está
arreglado sobre la posibilidad de la palabra y necesita de ésta. Poder hablar
y poder oír son igualmente originarios. Somos un diálogo quiere decir que
podemos oírnos mutuamente. Somos un diálogo significa siempre igualmente que
somos un diálogo. Pero la unidad de este diálogo consiste en que cada vez
está manifiesto en la palabra esencial el uno y el mismo por el que nos
reunimos, en razón de lo cual somos uno y propiamente nosotros mismos. El
diálogo y su unidad es portador de nuestra existencia (Dasein).
Pero Hölderlin no nos dice simplemente que
somos un diálogo, sino: "Desde que somos un diálogo..."
Cuando la capacidad de hablar del hombre
está presente y se ejercita, no está ahí sin más el acontecimiento esencial
del habla: el diálogo. ¿Desde cuándo somos un diálogo? Donde debe haber un
diálogo es preciso que la palabra esencial quede relacionada con el uno y el
mismo. Sin esta relación es también justamente imposible disputar. Pero el
uno y el mismo sólo pueden ser patentes a la luz de algo permanente y
constante. Sin embargo, la constancia y la permanencia sólo aparecen cuando
lucen la persistencia y la actualidad. Pero esto sucede en el momento en que
se abre el tiempo en su extensión. Hasta que el hombre se sitúa en la
actualidad de una permanencia, puede por primera vez exponerse a lo mudable,
a lo que viene y a lo que va; porque sólo lo persistente es mudable. Hasta
que por primera vez "el tiempo que se desgarra" irrumpe en
presente, pasado y futuro, hay la posibilidad de unificarse en algo
permanente. Somos un diálogo desde el tiempo en que "el tiempo es".
Desde que el tiempo surgió y se hizo estable, somos históricos. Ser un
diálogo y ser histórico son ambos igualmente antiguos, se pertenecen uno al
otro y son lo mismo.
Desde que somos un diálogo, el hombre ha
experimentado mucho, y nombrado muchos dioses. Hasta que el habla aconteció
propiamente como diálogo, vinieron los dioses a la palabra y apareció un
mundo. Pero, una vez más, importa ver que la actualidad de los dioses y la aparición del mundo no son una
consecuencia del acontecimiento del habla, sino que son contemporáneos. Y
tanto más cuanto que el diálogo, que somos nosotros mismos, consiste en el
nombrar los dioses y llegar a ser el mundo en la palabra.
Pero los dioses sólo pueden venir a la
palabra cuando ellos mismos nos invocan, y estamos bajo su invocación. La
palabra que nombra a los dioses es siempre una respuesta a tal invocación.
Esta respuesta brota, cada vez, de la responsabilidad de un destino. Cuando
los dioses traen al habla nuestra existencia, entramos al dominio donde se
decide si nos prometemos a los dioses o nos negamos a ellos.
Con esto podemos estimar plenamente lo que
significa: "Desde que somos un diálogo..." Desde que los dioses nos
llevan al diálogo, desde que el tiempo es tiempo, el fundamento de nuestra
existencia es un diálogo. La proposición de que el habla es el acontecimiento
más alto de la existencia humana ha obtenido así su explicación y
fundamentación.
Pero inmediatamente surge la cuestión: ¿cómo
empieza este diálogo que nosotros somos? ¿Quién realiza aquel nombrar de los
dioses? ¿Quién capta en el tiempo que se desgarra algo permanente y lo
detiene en una palabra? Hölderlin nos lo dice con la segura ingenuidad del
poeta. Oigamos una cuarta palabra.
cuatro
Esta palabra forma la conclusión de la
poesía En memoria (Andenken) y dice: "Mas
lo permanente lo instauran los poetas" ( IV, 63 ) . Esta palabra
proyecta una luz sobre nuestra pregunta acerca del origen de la poesía. La
poesía es instauración por la palabra y en la palabra. Qué es lo que se
instaura? Lo permanente. Pero ¿puede ser instaurado lo permanente? ¿No es ya
lo siempre existente? ¡No! Precisamente lo que permanece debe ser detenido
contra la corriente, lo sencillo debe arrancarse de lo complicado, la medida
debe anteponerse a lo desmedido. Debe ser hecho patente lo que soporta y rige
al ente en totalidad. El ser debe ponerse al descubierto para que aparezca el
ente. Pero aun lo permanente es fugaz. "Es raudamente pasajero todo lo
celestial, pero no en vano" ( IV, 163 s.). Pero que eso permanezca, eso
está "confiado al cuidado y servicio de los poetas" ( IV, 145 ). El
poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son. Este nombrar no
consiste en que sólo se prevé de un nombre a lo que ya es de antemano
conocido, sino que el poeta, al decir la palabra esencial, nombra con esta
denominación, por primera vez, al ente por lo que es y así es conocido como
ente. La poesía es la instauración del ser con la palabra. Lo permanente
nunca es creado por lo pasajero; lo sencillo no permite que se le extraiga
inmediatamente de lo complicado; la medida no radica en lo desmesurado. La
razón de ser no la encontramos en el abismo. El ser nunca es un ente. Pero
puesto que el ser y la esencia de las cosas pueden ser calculados ni
derivados de lo existente, deben ser libremente creados, puestos y donados.
Esta libre donación es instauración.
Pero al ser nombrados los dioses
originalmente y llegar a la palabra la esencia de las cosas, para que por
primera vez brillen, al acontecer esto, la existencia del hombre adquiere una
relación firme y se establece en una razón de ser. Lo que dicen los poetas es
instauración, no sólo en sentido de donación libre, sino a la vez en sentido
de firme fundamentación de la existencia humana en su razón de ser. Si
comprendemos esa esencia de la poesía como instauración del ser con la
palabra, entonces podemos presentir algo de la verdad de las palabras que
pronunció Hölderlin, cuando hacía mucho tiempo la noche de la locura lo había
arrebatado bajo su protección.
cinco
Esta quinta palabra-guía la encontramos en
el gran poema, poema inmenso que principia:
En azul amable
florece
el techo metálico del campanario
(VI, 24 s. ).
Aquí dice Hölderlin (v. 32 s.):
Pleno de méritos, pero es
poéticamente
como el hombre habita esta tierra.
Lo que el hombre hace y persigue lo adquiere
y merece por su propio esfuerzo. "Sin embargo -dice Hölderlin en duro
contraste-, todo esto no toca la esencia de su morada en esta tierra, todo
esto no llega a la razón de ser de la existencia humana." Esta es
"poética" en su fundamento. Pero nosotros entendemos ahora a la
poesía como el nombrar que instaura los dioses y la esencia de las cosas.
"Habitar poéticamente" significa estar en la presencia de los
dioses y ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Que la existencia es
"poética" en su fundamento quiere decir, igualmente, que el estar
instaurada (fundamentada) no es un mérito, sino una donación.
La poesía no es un adorno que acompaña la
existencia humana, ni sólo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión.
La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es
tampoco una manifestación de la cultura, y menos aún la mera
"expresión" del "alma de la cultura".
Que nuestra existencia sea en el fondo
poética no puede, en fin, significar que sea propiamente sólo un juego
inofensivo. Pero ¿no llama Hölderlin mismo a la poesía, en la primera
palabra-guía citada, "la más inocente de las ocupaciones"? ¿Cómo se
compagina esto con la esencia de la poesía que ahora explicamos? Con esto
retrocedemos a la pregunta que de pronto habíamos puesto a un lado. Y al
contestar ésa pregunta tratemos a la vez de resumir ante la mirada interna la
esencia de la poesía y del poeta.
El primer resultado fue que el reino de
acción de la poesía es el lenguaje. Por lo tanto, la esencia de la poesía
debe ser concebida por la esencia del lenguaje. Pero en segundo lugar se puso
en claro que la poesía, el nombrar que instaura el ser y la esencia de las
cosas, no es un decir caprichoso, sino aquel por el que se hace público todo
cuanto después hablamos y tratamos en el lenguaje cotidiano. Por lo tanto, la
poesía no toma el lenguaje como un material ya existente, sino que la poesía
misma hace posible el lenguaje. La poesía es el lenguaje primitivo de un
pueblo histórico. Al contrario, entonces es preciso entender la esencia del
lenguaje por la esencia de la poesía.
El fundamento de la existencia humana es el
diálogo como el propio acontecer del lenguaje. Pero el lenguaje primitivo es
la poesía como instauración del ser. Sin embargo, el lenguaje es "el más
peligroso de los bienes". Entonces la poesía es la obra más peligrosa y
a la vez "la más inocente de las ocupaciones".
En efecto, cuando podamos concebir ambas
determinaciones en un solo pensamiento, concebiremos la plena esencia de la
poesía.
Pero entonces: ¿es la poesía la obra más
peligrosa? En la carta a un amigo, antes de su partida para el último viaje a
Francia, escribe Hölderlin: "¡Oh amigo! El mundo está ante mí más claro
que otra vez y más serio. Me gusta como va, me gusta, como cuando en verano
el viejo padre sagrado, con mano tranquila, sacude la nube rojiza con
relámpagos de bendición. Pues entre todo lo que puedo ver de Dios es esta
señal la que se ha hecho predilecta. Antes saltaba de júbilo por una nueva
verdad, una visión mejor de lo que está sobre nosotros y a nuestro alrededor;
ahora temo que me suceda al final lo que al viejo Tántalo, que recibió de los
dioses más de lo que podría digerir" (V, 321).
El poeta está expuesto a los relámpagos de
Dios. De eso habla aquella poesía que nosotros reconocemos como la más pura
poesía de la esencia de la poesía y que comienza:
Como cuando en día de fiesta, para ver el campo,
sale el labrador, en la mañana. . .
(IV, 151 s.).
Y se dice en la última estrofa:
Es derecho de nosotros, los
poetas,
estar en pie ante las tormentas de Dios, con la cabeza desnuda. para apresar con nuestras propias manos el rayo de luz del Padre, a él mismo. Y hacer llegar al pueblo envuelto en cantos el don celeste.
Y un año más tarde, después de que Hölderlin
tocado por la locura regresa a la
casa de su madre, escribe
al mismo amigo, recordando su estancia en Francia:
"El poderoso elemento, el fuego de los
cielos, la tranquilidad de los hombres, su vida en la naturaleza, su
limitación y contentamiento, me han impresionado siempre y, como se repite de
los héroes, bien puedo decir que Apolo me ha herido" (V. 327) . La
excesiva claridad lanza al poeta en las tinieblas. ¿Se necesita todavía otro
testimonio del máximo peligro de su "ocupación"? Lo dice todo el
propio destino del poeta. Suena como un presagio esta palabra en el Empédocles de Hölderlin:
Debe partir a tiempo,
aquel por el que habla el espíritu
(III, X54).
Y, sin embargo, la poesía es "la más
inocente de las ocupaciones". Hölderlin escribe así en su carta no sólo
para no lastimar a su madre, sino porque sabe que este inofensivo aspecto
externo pertenece a la esencia de la poesía de igual modo que el valle a la
montaña. Pero ¿cómo se elaboraría y conservaría esta obra peligrosa, si el
poeta no estuviera "proyectado fuera" de lo cotidiano, y protegido
por la apariencia de inocuidad de su ocupación?
La poesía parece un juego y, sin embargo, no
lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo.
Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su
existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo de la
inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en que están en
actividad todas las energías y todas las relaciones (cf. la carta a su
hermano, 14 de enero de 1799; 111, 368 s.).
La poesía despierta la apariencia de lo
irreal y del ensueño, frente a la realidad palpable y ruidosa en la que nos
creemos en casa. Y, sin embargo, es al contrario, pues lo que el poeta dice y
toma por ser es la realidad. Así lo confiesa la Panthea de Empédocles en su
clarividencia de amiga ( III, 78 ) .
... ser uno mismo.
Eso es la vida, y nosotros, los otros, somos ensueños de aquélla.
Así parece vacilar la esencia de la poesía
en su apariencia exterior, pero, sin embargo, está firme. Es, pues, ella
misma instauración en su esencia, es decir, fundamento firme.
Ciertamente toda instauración queda como una
donación libre, y Hölderlin oye decir: "Sean libres los poetas como las
golondrinas" (IV, 168 ). Pero esta libertad no es una arbitrariedad sin
ataduras y deseo caprichoso, sino suprema necesidad.
La poesía como instauración del ser tiene
una doble vinculación. En vista de esta ley
íntima, aprehendemos por primera vez de un modo total su esencia.
Poetizar es el dar nombre original a los
dioses. Pero a la palabra poética no le tocaría su fuerza nominativa, si los
dioses mismos no nos dieran el habla. ¿Cómo hablan los dioses?
...Y los signos son, desde tiempos remotos, el lenguaje de los dioses
(IV, 135).
El dicho de los poetas consiste en
sorprender estos signos para luego transmitirlos a su pueblo. Este sorprender
los signos es una recepción y, sin embargo, a la vez, una nueva donación;
pues el poeta vislumbra en el "primer signo" ya también lo acabado
y pone audazmente lo que ha visto en su palabra para predecir lo todavía no
cumplido.
... vuela el espíritu
audaz
como el águila en la tormenta, prediciendo sus dioses venideros
(IV, 135).
La instauración del ser está vinculada a los
signos de los dioses. La palabra poética sólo es igualmente la interpretación
de la "voz del pueblo". Así llama Hölderlin a las leyendas en las
que un pueblo hace memoria de su pertenencia a los entes en totalidad. Pero a
menudo esta voz enmudece y se extenúa en sí misma. No es capaz de decir por
sí lo que es propio, sino que necesita de los que la interpretan. El poema
que lleva por título La voz del
pueblo se nos ha trasmitido
en dos versiones. Ante todo, las estrofas finales son diferentes, aun cuando
se complementan. En la primera versión dice la conclusión
Por eso, porque es piadosa
y ama a los celestes,
venero la voz del pueblo, voz reposada. Pero, por los Dioses y los Hombres, que no sé complazca demasiado en su reposo
(IV, 141).
Y he aquí la segunda versión:
. . . En verdad
son buenas las leyendas, si son en memoria del Altísimo, sin embargo, es preciso uno que interprete lo sagrado
(IV, 144).
Así, la esencia de la poesía está encajada
en el esfuerzo convergente y divergente de la ley de los signos de los dioses
y la voz del pueblo. El poeta mismo está entre aquéllos, los dioses, y éste,
el pueblo. Es un "proyectado fuera", fuera en aquel entre, entre los dioses y los hombres. Pero sólo en este entre y por primera vez se decide quién es el
hombre y dónde se asienta su existencia, "Poéticamente el hombre habita
esta tierra."
Ininterrumpidamente, y cada vez más seguro
en medio de la plenitud desbordante de imágenes, Hölderlin ha consagrado su
vocabulario poético, con la mayor sencillez, a este reino intermedio. Esto
nos fuerza a decir que es el poeta de los poetas.
¿Pensaríamos ahora que Hölderlin se haya
engolfado en un vacío y exagerado narcisismo por la falta de plenitud del
mundo? o ¿reconoceremos que este poeta ha penetrado poéticamente el fondo y
e1 corazón del ser con un excesivo impulso? Para Hölderlin mismo valen las
palabras que dice Edipo, en aquel tardío poema, "En amable azul florece.
. .":
Quizá el rey Edipo tiene un ojo de más
(VI, 2G).
Hölderlin poematiza la esencia de la poesía,
pero no en el sentido de un concepto de valor intemporal. Esta esencia de la
poesía pertenece a un tiempo determinado. Pero no conformándose a este tiempo
como algo ya existente. Cuando Hölderlin instaura de nuevo la esencia de la
poesía, determina por primera vez un tiempo nuevo. Es el tiempo de los dioses
que han huido y del dios que vendrá. Es el tiempo de indigencia porque está en una doble carencia y negación: en
él ya no más de los dioses que han huido, y en él todavía no del que viene.
La esencia de la poesía que instaura
Hölderlin es histórica en grado supremo, porque anticipa un tiempo histórico.
Pero como esencia histórica es la única esencia esencial.
El tiempo es de indigencia y por eso muy
rico su poeta, tan rico que, con frecuencia, al pensar el pasado y esperar lo
venidero, se entumece y sólo podría dormir en este aparente vacío. Pero se
mantiene en pie, en la nada de esta noche. Cuando el poeta queda consigo
mismo en la suprema soledad de su destino, entonces elabora la verdad como
representante verdadero de su pueblo. Esto anuncia la séptima estrofa de la
elegía Pan y vino (IV, 123). En ella
se dice poéticamente lo que sólo se ha podido pensar analíticamente.
Pero ¡amigo! venimos
demasiado tarde.
En verdad viven los dioses pero sobre nuestra cabeza, arriba en otro mundo trabajan eternamente y parecen preocuparse poco de si vivimos. Tanto se cuidan los celestes de no herirnos. Pues nunca pudiera contenerlos una débil vasija, sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina. La vida es un sueño de ellos. Pero el error nos ayuda como un adormecimiento. Y nos hace fuertes la necesidad y la noche. Hasta que los héroes crecidos en cuna de bronce, como en otros tiempos sus corazones son parecidos en fuerza a los celestes.
Ellos vienen entre
truenos.
Me parece a veces mejor dormir, que estar sin compañero Al esperar así, qué hacer o decir que no lo sé. Y ¿para qué poetas en tiempos aciagos? Pero, son dices tú, como los sacerdotes sagrados del Dios del vino, que erraban de tierra en tierra, en la noche sagrada. |
*Texto extractado de la página: http://www.heideggeriana.com.ar/textos/holderlin_esencia-poesia.htm
Etiquetas: Martin Heideger
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