Laura Klein: Notas acerca de El cansancio de los hijos, de María Mascheroni
A continuación, transcribimos el texto de Laura Klein, leído en ocasión de la presentación del libro de poemas El cansancio de los hijos, de
María Mascheroni (Hilos Editora, 2011) www.facebook.com/pages/Hilos-Editora/133262183438317
"Muchos no han comenzado aún a ser lectores de este libro con el que se
encuentran hoy aquí. Por eso, por ese solo motivo, quiero comenzar diciendo
algo, una idea un poco obvia que tiene que ver con fantasías que el título
puede despertar.
El cansancio de los hijos no
refiere a los padres. No se trata de hijos cansados de ser hijos, de hijos que
quisieran emanciparse de esa condición o liberarse, directa o indirectamente,
de sus padres, ni viceversa, sino de una expresión compacta.
“Cansancio de los hijos” no se puede
descomponer en una sensación (espiritual o física, con extensión animal) y un
sujeto humano universal. El lenguaje no nos deja decir todo junto, pero a
veces, bajo la presión empeñosa de la escritura poética, permite avizorar una
babilonia más orgánica que este gran caos de significaciones hacinadas una al
lado de otra, exteriores entre sí, obligadas a precipitarse en explicaciones.
En Tiempo Cero, hay un cuento de
Calvino donde los pájaros son un error en la evolución, una irrupción a
destiempo, un lapsus en medio de la causalidad. Todo este libro bordea e
investiga con perplejidad ese misterio de la vida que, al final del libro,
encuentra su origen en un olvido, una distracción: “Los depredadores se
olvidaron en la cima / un error de mecanismo suspende en picada el descenso…
Así fuimos despreciados / elegidos para
no morir durante dos inviernos.”
El “cansancio de los hijos” menta la
agitación silenciosa de las células que avanzan hacia su incierta culminación.
Ese esfuerzo: “todo eso todo eso sólo para volver a comenzar / entre tumores y
milagros / la inveterada la empeñosa vida”. Azorada, la voz confirma que
seguimos vivos y que nada justifica ese error. Del cansancio al desconcierto.
Las criaturas en las cuales no se ha apagado la voz de dios (el instinto)
corren otra suerte –no más feliz sino menos aleatoria. Sin embargo, metódica,
loca, insistentemente, esas criaturas son convocadas para comprender adónde ir
cuando caen / comprender cómo caen a
nuestros pies los pichones desde un principio “acosados de esperanza”.
Porque “Sólo los hombres permanecen
inmóviles innumerables días con sus noches y quieren vivir” (pág. 24).
Y quieren vivir.
2
Los animales han entrado a la
literatura de diversas maneras.
En las fábulas de animales, los
personajes tienen cuerpo de animal y conciencia humana. Puede ser una
explicación mítica de la manera en que las cosas llegaron a ser como son. En el
símil animal se describe su comportamiento considerado típico suyo y lo demás
no interesa.
El cansancio de los hijos no es un encuentro romántico con el animal. No es un encuentro. No son
los pájaros, sino lo pájaro –el viaje, el cruce, el pasaje-: lo único que
aparece de estos pájaros es morir. No son objeto de interés y afecto. Excepto
por la observación de la agonía.
Los pájaros como cuerpo propio, en
la agonía, de una vida que no se puede enterrar.
“El pájaro es una interrupción, otra
la muerte”.
3
¿Cómo vuelan?
“Pueden verse cientos miles de patas
encogidas y de espaldas / surcar cada día la mañana” (pág. 51).
Vigilancia sobre el detalle de la
vida. Vigilancia sobre el detalle de la vida que se apaga. De la vida que no se
quiere apagar. De la vida indiferente a la mirada que vela.
Un árbol no construye sus ramas y
hojas ni un pájaro sus plumas y pico. Empero, Mascheroni inquiere en esas
lejanas formas de la vida para descubrir el mecanismo de la nuestra.
Y nunca se queda en la reflexión;
con todo lo interesante que es, podría sacarle usura pero no; no es que se
aburre, se va a observar para no descansar en lo humano. Porque el animal tiene
que actuar, acecha la caída, la respiración, el corte de la vida, el no va más
del pasto y la comida.
(¿Alguien vio alguna vez a un ser
vivo tratando, inmóvil, de seguir viviendo?
Eso no se olvida. Queda al fondo del ojo como una espina para el futuro
sobreviviente.
Seriedad del cuerpo enfermo.
Cada célula ocupada en sobrevivir.
Esto es lo que observa la hija –con curiosidad, meticulosa, expectante.
No huye. También el amor es crueldad.
¿Alguien observó cómo en ese cuerpo que intenta juntar sus células para
seguir viviendo no hay tiempo para las convenciones?)
“Y las flores muestran su obligada
manera de nacer”. Ciclos o naturaleza, cada cual obligado a hacer lo único que sabe hacer, que puede
hacer: envejecer, unos, florecer, otras.
Una y otra vez, María nos enfrenta,
implacable, a la “zona que la cámara no capta”. La pared, la obstrucción, se
alzó justo cuando empezaba a sonar “una aterrada canción de cuna”. En esa
secuencia ínfima, puede condensarse el espíritu de El cansancio de los hijos.
Ningún nudo se ata al cuello del dolor. Gritos no se arrastran ni presumen:
deletrean g-r-i-t-o-.
4
Si no mueren en el cielo, el que
surcan todas las mañanas, y no se encuentran sus cuerpos muertos en los
adoquines ni en las veredas del alba, dónde sucede ese acontecimiento que en
los seres queridos vigilamos al detalle y sin pudor?
Perdido el referente, árboles y
pájaros suplen la falta de idea de cómo es -cómo vive y muere un hombre, los
hombres:
“de tal palo pobres ramas”
“un árbol frenético, impotente, pide
socorro con todas sus hojas”
“busco pájaro en cada cosa que
muere”
¿Qué hace que encuentre a pájaro para enterrar a padre?
5
Antes de que aparecieran los
pájaros, cuando sólo había pichones y gorriones y pobres ramas, había un nido
de este lado. No de pájaros. Ni hecho por pájaros. “Y en el centro mero de ese
nido / los ojos redondos como las bodas conectadas más acá de mi padre que
mientras tanto / agoniza” (pág. 21).
Si un pájaro queda de espaldas
podremos enterrarlo / enterrar al padre
y dejar una piedra en el camino / y avanzar hacia el producto numeroso de la
tierra
Se entierra al pájaro como sustituto
del padre. Pero en realidad el pájaro,
ya lo sabíamos, era uno mismo.
6
María Mascheroni nos empuja a los
lectores, hijos, a observar a ese que a veces es llamado padre como a un ser
aún vivo que se trata de reconocer. Nos conmina al esfuerzo de conocer aún
aquello que quería abandonarse, y albergarlo en este refugio cruel de seguir,
si no amando, el contacto.
Reconocer: no porque vaya a
coincidir con lo que conocíamos, sino como se ha de reconocer algo bajo
juramento porque, desfigurado, no se sabe quién es.
Como un detective que persigue las
pistas que ha dejado el criminal en su huída, así el ojo del poema detecta
lugares donde hubo vida y ahora están vacíos, el cuerpo donde hubo alguien y
ahora sólo vida, las partes donde el pájaro que muere se escondería si pudiese
vivir un minuto más.
Pero lejos de ser pistas falsas que
desvían del camino, aquí las mismas nos devuelven al camino del que escribe. La
“anatomía deshabitada” no levantó el juego. Por un lado, esos “tendones
aferrados a los parietales del hombre” parecen indicarnos lo que del padre
queda y, empeñoso, inmóvil, humano, quiere vivir. Por otro, la gramática del
poema señala que ese es el lugar de los hijos, esas “costas ociosas huesos
inútiles”. “Restos erectos”.
Los tendones siguen aferrados, los
hijos no pueden abandonar el juego, los lectores encuentran, sobre cada
declaración de pista falsa, que la investigación no es si algo o alguien está
vivo o muerto sino sobre la propia mirada que quiere discernir lo que sabe que
es indiscernible.
7
“Vigilia absorta”. Para qué estar
despierto?
- “¿Cómo es esto?”
- Esto: qué?
- Esto: lo que puedo señalar con el dedo.
Esto, aquí, se mueve.
Esto, ahí, respira.
´Esto´ está muy cerca, más que ´eso´, mucho más que ´aquello´.
- Pero este ´esto´, que parece tan concreto, es tan abstracto…
- Ciertamente táctil.
Absolutamente bajo la vista, pero indiscernible.
De ninguna manera visible.
Ciertamente táctil, bajo cuerda.
….
- ¿Cómo es que la vida se extingue y la muerte no llega?
- ¿Cómo es que el riel del nacimiento tropieza con el malentendido de la
edad?
La mano que escribe hace un rodeo
fantasmal alrededor de la materia: cuando parece que va a decir lo que siente, describe
lo que ve. De lo cocido a lo crudo. “Casi lastimando”. Casi. Pero se bifurca en
ojo, cámara, visión. Vigilancia de la respiración. Mirada inquisidora y un
afecto desencarnado, un poco suelto. Si se respira o no respira, no busca
provocar algo, ni especula, convoca un trabajo.
De la vigilancia muda a la
vigilancia absorta.
¿Cómo es que el pájaro,
padre en el entierro, sigue volando con las patas plegadas y el párpado
encubierto / en el medio / entreabierto / abierto?
El mundo absorto deja pasar a la
espía que precipita.
8
Del ojo que vigila los signos de la
agonía a los ojos que se ven obligados a esconderse para sobrevivir, esa espía
se convierte en un nosotros desamparado.
Una vigila los rastros del morir, el
otro rastrea, a la intemperie que se abrió en la cueva, dónde, cuándo, cómo,
despertamos del sueño a la muerte vigilada. Una acecha la visible próxima
extinción de la vida, el otro es la primera persona que se retuerce sobre sí
misma, plural y presente, para contar lo que vio, ya no el pan inalcanzable,
sino su impropio desmoronamiento.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? la
cosa es urgente, no porque así se vaya a evitar otros desastres –“hubo otros
muertos, los habrá”- ni porque haya una confianza en aprender algo –la
confianza está puesta claramente en otro lado- sino como un recurso momentáneo
contra la confusión –esos otros pájaros que gritan en la noche y seguirán
gritando “hasta que algo, algo encaje por favor”.
9
El animal que muere en el aire
articula la evidencia cerrada de nuestro presente con una historia imposible de
contar.
La mirada que persigue los signos de
la vida se convierte en un nosotros infuso.
¿Cómo vigilar la agonía cuando no es el cuerpo individual el que está en
peligro? ¿Cómo observar la respiración enjundiosa del cuerpo social que no se
aviene a morir ni a vivir? ¿Cómo mantener esa impiedad, sí, esa amorosa vista
impiadosa, cuando el organismo agónico ya no es alguien, allá, muy querido,
sino nosotros, aquí, orfanados por la historia que se cortó por la mitad, la
que ahora no se puede contar?
Del yo al nosotros. De un año a
treinta años. De lo humano a la espiral de las especies, se ubica el miedo
animal, el mundo animal que nos contiene.
El pájaro de El cansancio de los hijos vuela pero no es libre. Surca el cielo
pero no para alcanzar otras tierras –la primavera- sino para caer bajo el
montículo escrito golpe a golpe. Se abraza a un madero ¡el pájaro! como si un
mar fuera el cielo y lo atraviesa de espaldas, con las patas encogidas y las
alas plegadas. En esta desaforada bóveda terrestre que cubre a una generación –la
nuestra- ese pájaro no es metáfora de la libertad sino del violento después que
no fue enterrado –esa muerte y esta imposibilidad de decirla.
La primavera de todos modos llegará,
porque no es cosa nuestra.
10
Esta escritura rastrea, en el ojo
encapuchado, el ciego ímpetu de vivir.
Mirada que se adelanta sin dejar atrás lo mirado. Asombro de estar vivos.
Asombro de estar vivos después de haber estado muertos.
El sobreviviente no pregunta, es la
mano que escribe, el ojo que arroja el futuro en la flecha de un pájaro que
vuela porque no sabe qué otra cosa hacer con las plumas.
Si lo supiera, escribiría El cansancio de los hijos.
Etiquetas: María Mascheroni
1 Comments:
Deslumbrante. Buscaré el libro. Copio en mi blog.
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