miércoles, octubre 12, 2011

Apuntes de mi cuaderno "Alfonsina Storni"


Hace mención Macedonio Fernández* a Alfonsina Storni en su Museo de la novela de la eterna. En una sección de ese libro llamada "La conquista de Buenos Aires" (pp. 204 de la edición de Corregidor) puede leerse lo siguiente:




"Y el Misterio quedó brindado al revelar el Presidente, concluida la Conquista, el hecho más singular de ciudad alguna, de que fue único testigo sabiente. Pues he aquí que en un día del año 1938 y dentro de un período de mero vivir, de frivolidad, al ocurrir que el cuerpo de Alfonsina Storni tocó las aguas de la muerte, la ciudad se desplazó sobre su eje girando su perímetro unos centímetros. El Presidente, perplejo aún al ignorar si ese esguince urbano fue un clamante "no mueras" o una, aunque dolida, aprobación a una temida y triste declinación de vivir, sabe que gracias a ese hecho, a la sensibilidad de la sede de una ciudad al instante de la muerte de un alma soñadora, Buenos Aires entró al Misterio." Bello homenaje a Alfonsina de Macedonio, el mismo que, según cuentan algunos, supo decir de Eva Perón: "Es nuestra Juana de Arco".


*Macedonio Fernández, escritor argentino (1874-1952 ).
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-Fue en 1980, cuando el poeta Joaquín Gianuzzi me recomendó que leyera este poema de Alfonsina, que él consideraba como uno de los más bellos. ¡Gracias, Joaquín!

Danzón porteño

Una tarde, borracha de tus uvas
amarillas de muerte, Buenos Aires,
que alzas en sol de otoño en las laderas
enfriadas del oeste, en los tramontos,

vi plegarse tu negro Puente Alsina
como un gran bandoneón y a tus compases
danzar tu tango entre haraposas luces
a las barcazas rotas del Riachuelo:

Sus venenosas aguas, vivoreando
hilos de sangre; y la hacinada cueva;
y los bloques de fábricas mohosas,

echando alientos, por las chimeneas,
de pechos devorados, machacaban
contorsionadas su obsedido llanto.

*Del libro Mascarilla y trébol, 1938.
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Dos poemas de Alfonsina:


Orden



Conato de tormenta. El mar se alza contra el buque; caballo encabritado quiere voltear a su jinete.
Sopapeado por las olas, aquél brama rencorosamente con sus fibras, cuerdas vocales.
La proa brinca el mar.
La hélice, cola enloquecida de vacío, quiere desprenderse y saltar hacia el espacio.
Un orden superior, una armonía de subordinación mantiene tabla sobre tabla, hierro sobre hierro.
Ejército de "pioneers" cada clavo, cada cuña, cada remache, se mantiene en su puesto celando su pequeño radio.
Un grito solo de deserción, un comienzo de desbande, y los perros azules del mar se lanzarían a la caza humana.
Pero hay una palabra colectiva del humilde guardián: -¡Presente!
Así, el buque cabecea a su antojo, se deja gustar, coquetea gallardamente.
¡Ah, la libertad, el impulso absoluto, la explosión del yo!
Cabello tembloroso sobre una fauce ávida, penetro el sentido íntimo del orden.


(La Nación, 1930)

Auto

Desde mi asiento solamente veía la parte superior de tu espalda, los hombros potentes dominados por tu traje gris, el cuello tostado y primitivo, la cabeza húmeda y brillante, y tu perfil perfecto cortado a grandes golpes de hacha.
De pronto, en una actitud de fuerza y comando, las manos motoras sujetaron el volante.
Y la máquina, dócil como mi corazón, te obedeció en silencio.

*Serie de poemas en prosa publicados en el diario La Nación, el 8 de diciembre de 1929.
(Véase Alfonsina Storni, Losada 1999. Prólogo, investigación y recopilación Delfina Muschietti.)