sábado, junio 25, 2011

Edith Sitwell: Aún cae la lluvia...

Aún cae la lluvia
oscura como el mundo de los hombres:
negra como nuestra destrucción:
ciega como los mil novecientos cuarenta clavos
hincados en la cruz.
Aún cae la lluvia
con un son parecido al latir del corazón
convertido en golpear de martillo
en el campo del Alfarero, y al son del pie impío
sobre la tumba.
Aún cae la lluvia
en el campo de la sangre, donde crecen diminutas esperanzas,
y el cerebro del hombre
se nutre de codicia, aquel gusano de rostro de Caín.
Aún cae la lluvia
a los pies del hombre extenuado
pendiente de la cruz.
Cristo, día y noche clavado, apiádate de nosotros,
del opulento y de Lázaro:
bajo la lluvia las llagas y el oro son lo mismo.
Aún cae la lluvia
cae la sangre aún del herido costado del hombre extenuado:
lleva en su corazón las heridas todas, las de la luz que se extinguió,
la última y débil chispa
del corazón suicida, las heridas de la triste e incomprendida oscuridad,
las heridas del oso atrapado:
el oso ciego y gimiente, cuya carne indefensa
azotan los guardianes... las lágrimas de la acosada liebre.
Aún cae la lluvia
Entonces -"Oh, saltaré hasta mi Dios, que me ata al suelo"
-ved cómo la sangre de Cristo surca el firmamento:
se derrama de la frente que clavamos al madero
hasta el profundo y moribundo, el sediento corazón
que custodia los fuegos del mundo,
desgarrado de dolor
como una cesárea corona de laurel.
Entonces se oye la voz de Aquel que,
como el corazón del hombre,
fue una vez niño y durmió entre animales:
"Te amo aún, derramo aún mi luz
inocente y mi sangre por ti.

* Edith Sitwell (Reino Unido, 1887-1964). Publicó, entre otros, los siguientes libros:  La madre y otros poemas, Costumbres de la Costa de Oro, Música y ceremonias.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Este poema lo leí en mi adolescencia lejanísima. No recordaba su nombre ni el de su autora. Le busqué tanto... Y ahora que le reencontré, con su desoladora belleza, con su luminosidad despiadada, me duele tanto como en ese ayer lejano.

Unknown dijo...

Este poema lo leí en mi adolescencia lejanísima. No recordaba su nombre ni el de su autora. Le busqué tanto... Y ahora que le reencontré, con su desoladora belleza, con su luminosidad despiadada, me duele tanto como en ese ayer lejano.