Johan Ashbery: Desconocer la ley no es excusa
Nos advirtieron de las arañas y la hambruna ocasional. Fuimos en coche al centro para ver a nuestros vecinos. Ninguno estaba en casa. Nos acurrucamos en jardines creados por el municipio, rememoramos otros lugares diferentes: pero ¿lo eran? ¿Acaso no lo conocimos todo antes?
En viñedos donde el himno de la abeja anega la monotonía, dormimos buscando la paz, sumándonos a la gran estampida. Él vino hacia mí. Todo era como había sido, salvo por el peso del presente, que saboteó el pacto que hicimos con el cielo. En verdad no había motivo para la alegría, ni necesidad, tampoco, de volver atrás. Estábamos perdidos con sólo estar de pie, escuchando el zumbido de los cables en lo alto.
Lloramos la defunción de esa meritocracia que, salvaje, vibrante, había preservado la comida en la mesa y la leche en el vaso. Con estilo chapucero, barriobajero, regresamos al cristal de roca original en que él se había convertido, todo nos parecía inquietud, todo eran miedos. Descendimos con cuidado hasta el escalón más bajo. Allí puedes lamentarte y respirar, enjuagar tus posesiones en el frío manantial. Guárdate tan sólo de los osos y lobos que lo rondan y de la sombra que llega cuando esperas el alba.
(Poema traducido por Jiménez Heffernan del libro Where I Shall Wander.)
Ignorance of the law is no excuse
We were warned about spiders, and the occasional famine. We drove downtown to see our neighbors. None of them were home. We nestled in yards the municipality had created, reminisced about other, different places – but were they? Hadn’t we known it all before?
In vineyards where the bee’s hymn drowns the monotony, we slept for peace, joining in the great run. He came up to me. It was all as it had been, except for the weight of the present, that scuttled the pact we made with heaven. In truth there was no cause for rejoicing, not need to turn around, either. We were lost just by standing, listening to the hum of the wires overhead.
We mourned that meritocracy which, wildly vibrant, had kept food on the table and milk in the glass. In skid-row, slapdash style, we walked back to the original rock crystal he had become, all concern, all fears for us. We went down gentlyto the bottom-most step. There you can grieve and breathe, rinse your possessions in the chilly spring. Only beware the bears and wolves that frequent it and the shadow that comes when you expect dawn.
En viñedos donde el himno de la abeja anega la monotonía, dormimos buscando la paz, sumándonos a la gran estampida. Él vino hacia mí. Todo era como había sido, salvo por el peso del presente, que saboteó el pacto que hicimos con el cielo. En verdad no había motivo para la alegría, ni necesidad, tampoco, de volver atrás. Estábamos perdidos con sólo estar de pie, escuchando el zumbido de los cables en lo alto.
Lloramos la defunción de esa meritocracia que, salvaje, vibrante, había preservado la comida en la mesa y la leche en el vaso. Con estilo chapucero, barriobajero, regresamos al cristal de roca original en que él se había convertido, todo nos parecía inquietud, todo eran miedos. Descendimos con cuidado hasta el escalón más bajo. Allí puedes lamentarte y respirar, enjuagar tus posesiones en el frío manantial. Guárdate tan sólo de los osos y lobos que lo rondan y de la sombra que llega cuando esperas el alba.
(Poema traducido por Jiménez Heffernan del libro Where I Shall Wander.)
Ignorance of the law is no excuse
We were warned about spiders, and the occasional famine. We drove downtown to see our neighbors. None of them were home. We nestled in yards the municipality had created, reminisced about other, different places – but were they? Hadn’t we known it all before?
In vineyards where the bee’s hymn drowns the monotony, we slept for peace, joining in the great run. He came up to me. It was all as it had been, except for the weight of the present, that scuttled the pact we made with heaven. In truth there was no cause for rejoicing, not need to turn around, either. We were lost just by standing, listening to the hum of the wires overhead.
We mourned that meritocracy which, wildly vibrant, had kept food on the table and milk in the glass. In skid-row, slapdash style, we walked back to the original rock crystal he had become, all concern, all fears for us. We went down gentlyto the bottom-most step. There you can grieve and breathe, rinse your possessions in the chilly spring. Only beware the bears and wolves that frequent it and the shadow that comes when you expect dawn.
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