Henri Michaux: Tengo siete u ocho sentidos, uno de ellos el sentido de lo que falta
Muerte de un pájaro
Tenía un color magnífico; era un Carpintero,
Le descargué mis perdigones,
Pareció titubear, luego cayó sobre una ancha hoja de palmera.
Lo tomé en mi mano. Era así: oro, negro, rojo.
Lo palpé, le desplegué las alas, lo examiné minuciosa y largamente: Estaba intacto.
Debió morir de una conmoción súbita.
He nacido agujereado
Sopla un viento tremendo.
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo.
Pueblecito de Quito, tú no eres para mí.
Yo necesito odio, y envidia; ésta es mi salud.
Es una gran ciudad la que necesito.
Un gran consumo de envidia.
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo.
En el agujero hay odio (siempre), espanto también
e impotencia.
Hay impotencia y el viento está cargado de ella;
fuerte como los torbellinos,
rompería una aguja de acero,
y no es más que un viento sin embargo, un vacío.
¡Caiga la maldición sobre toda la tierra, sobre toda
la civilización, sobre todos los seres en la superficie
de todos los planetas, a causa de este vacío!
Un señor crítico ha dicho que yo no alimentaba
odio.
Este vacío, he ahí mi respuesta.
¡Qué mal se está, ay, en mi pellejo!
Siento la necesidad de llorar sobre el pan de lujo de la
dominación y del amor, sobre el pan de gloria
que está afuera.
Siento la necesidad de mirar por el cuadro de la ventana,
que está vacío como yo, que no se alimenta de nada.
Dije llorar: no, es un barreno a frío, que barrena,
barrena incansablemente,
como sobre una viga de haya en la que 200 generaciones
de gusanos se hubiesen legado esta herencia; "barrena, barrena..."
Esto ocurre a la izquierda, no digo que sea el corazón.
Digo agujero, y no digo más, es rabia y contra ella no puedo.
Tengo siete u ocho sentidos. Uno de ellos: el sentido
de lo que falta.
Lo toco y lo palpo como se palpa una madera,
una madera que sería más bien una gran selva de
esas que ya no se ven en Europa desde hace mucho.
Y esto es mi vida, mi vida en medio del vacío.
Si este vacío desaparece, yo me busco, enloquezco y
eso es todavía peor./Yo me he construido sobre una columna ausente.
¿Qué habría dicho el Cristo si hubiese estado hecho
de este modo?
Hay algunas de estas enfermedades que, si se las cura, no le dejan
nada al hombre.
Muere pronto, era demasiado tarde.
¿Puede acaso una mujer contentarse solamente con odio?
Si es así, amadme, amadme mucho y no dejéis de decírmelo,
y que alguna de vosotras me escriba.
¿Pero qué significa este ínfimo ser?
Casi no lo había advertido.
Ni dos nalgas ni un gran corazón pueden llenar mi vacío.
Ni ojos llenos de Inglaterra y de ensueños, como suele decirse.
Ni una voz cantante que dijese completivo y calor.
Los estremecimientos encuentran en mí un frío siempre alerta.
Mi vacío es un gran glotón, gran moledor, gran aniquilador.
Mi vacío es algodón y silencio.
Silencio que todo lo detiene.
Un silencio de estrellas.
Y aunque ese agujero es profundo carece totalmente de forma.
Las palabras no lo encuentran,
chapotean a su alrededor.
Siempre he admirado a esos que por creerse revolucionarios
se consideraban hermanos.
Hablaban los unos de los otros con emoción: chorreaban como sopa.
Eso no es odio, amigos míos, eso es gelatina.
El odio es siempre duro,
hiere a los demás,
pero también desgarra al hombre en su interior,
continuamente.
Es el reverso del odio.
Y no hay nada que hacer. No hay nada que hacer.
(De Ecuador, 1929)
Mi vida
Te vas sin mí, vida mía.
Ruedas,
mientras yo espero dar un paso todavía.
Siempre libras la batalla en otra parte.
De ese modo, me abandonas.
Nunca te he seguido.
Nada claro vislumbro en tus ofrecimientos.
Lo muy poco que ansío, nunca lo traes.
A causa de ese olvido, ¡es tanto a lo que aspiro!
A tantas cosas, casi al infinito…
A causa de ese poco que falta, que tú nunca traes.
(De La noche se agita, 1934)
Tenía un color magnífico; era un Carpintero,
Le descargué mis perdigones,
Pareció titubear, luego cayó sobre una ancha hoja de palmera.
Lo tomé en mi mano. Era así: oro, negro, rojo.
Lo palpé, le desplegué las alas, lo examiné minuciosa y largamente: Estaba intacto.
Debió morir de una conmoción súbita.
He nacido agujereado
Sopla un viento tremendo.
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo.
Pueblecito de Quito, tú no eres para mí.
Yo necesito odio, y envidia; ésta es mi salud.
Es una gran ciudad la que necesito.
Un gran consumo de envidia.
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo.
En el agujero hay odio (siempre), espanto también
e impotencia.
Hay impotencia y el viento está cargado de ella;
fuerte como los torbellinos,
rompería una aguja de acero,
y no es más que un viento sin embargo, un vacío.
¡Caiga la maldición sobre toda la tierra, sobre toda
la civilización, sobre todos los seres en la superficie
de todos los planetas, a causa de este vacío!
Un señor crítico ha dicho que yo no alimentaba
odio.
Este vacío, he ahí mi respuesta.
¡Qué mal se está, ay, en mi pellejo!
Siento la necesidad de llorar sobre el pan de lujo de la
dominación y del amor, sobre el pan de gloria
que está afuera.
Siento la necesidad de mirar por el cuadro de la ventana,
que está vacío como yo, que no se alimenta de nada.
Dije llorar: no, es un barreno a frío, que barrena,
barrena incansablemente,
como sobre una viga de haya en la que 200 generaciones
de gusanos se hubiesen legado esta herencia; "barrena, barrena..."
Esto ocurre a la izquierda, no digo que sea el corazón.
Digo agujero, y no digo más, es rabia y contra ella no puedo.
Tengo siete u ocho sentidos. Uno de ellos: el sentido
de lo que falta.
Lo toco y lo palpo como se palpa una madera,
una madera que sería más bien una gran selva de
esas que ya no se ven en Europa desde hace mucho.
Y esto es mi vida, mi vida en medio del vacío.
Si este vacío desaparece, yo me busco, enloquezco y
eso es todavía peor./Yo me he construido sobre una columna ausente.
¿Qué habría dicho el Cristo si hubiese estado hecho
de este modo?
Hay algunas de estas enfermedades que, si se las cura, no le dejan
nada al hombre.
Muere pronto, era demasiado tarde.
¿Puede acaso una mujer contentarse solamente con odio?
Si es así, amadme, amadme mucho y no dejéis de decírmelo,
y que alguna de vosotras me escriba.
¿Pero qué significa este ínfimo ser?
Casi no lo había advertido.
Ni dos nalgas ni un gran corazón pueden llenar mi vacío.
Ni ojos llenos de Inglaterra y de ensueños, como suele decirse.
Ni una voz cantante que dijese completivo y calor.
Los estremecimientos encuentran en mí un frío siempre alerta.
Mi vacío es un gran glotón, gran moledor, gran aniquilador.
Mi vacío es algodón y silencio.
Silencio que todo lo detiene.
Un silencio de estrellas.
Y aunque ese agujero es profundo carece totalmente de forma.
Las palabras no lo encuentran,
chapotean a su alrededor.
Siempre he admirado a esos que por creerse revolucionarios
se consideraban hermanos.
Hablaban los unos de los otros con emoción: chorreaban como sopa.
Eso no es odio, amigos míos, eso es gelatina.
El odio es siempre duro,
hiere a los demás,
pero también desgarra al hombre en su interior,
continuamente.
Es el reverso del odio.
Y no hay nada que hacer. No hay nada que hacer.
(De Ecuador, 1929)
Mi vida
Te vas sin mí, vida mía.
Ruedas,
mientras yo espero dar un paso todavía.
Siempre libras la batalla en otra parte.
De ese modo, me abandonas.
Nunca te he seguido.
Nada claro vislumbro en tus ofrecimientos.
Lo muy poco que ansío, nunca lo traes.
A causa de ese olvido, ¡es tanto a lo que aspiro!
A tantas cosas, casi al infinito…
A causa de ese poco que falta, que tú nunca traes.
(De La noche se agita, 1934)
*Poemas extractados del libro Michaux, poemas (Fabril Editora, 1959). Traducción Lysandro Galtier.
Etiquetas: HENRI MICHAUX
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