La familia china, de María del Carmen Colombo: El exotismo lunfardo. Un naif siniestro (Segunda Parte)
Por Érika Martínez Cabrera*
Transcribimos a continuación otro de los capítulos del ensayo Carnaval negro: Veinte poetas argentinas de los años 80, (págs. 493 a 496), dedicados al libro La familia china, de la poeta María del Carmen Colombo. El texto corresponde a la tesis doctoral de la docente e investigadora española Erika Martínez Cabrera* (dirigida por el doctor Álvaro Salvador Jofré), de la Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras del Depto. de Literatura Española.
Poema 2. El exotismo lunfardo. Un naíf siniestro
Son chinas las tres chicas, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol exótico. Le dibujan persianas cerradas para protegerla de un sol de siesta, insoportable.El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.
La duda nos asalta: ¿”son chinas las tres chicas”? Una lectura rápida del segundo poema despertará necesariamente las suspicacias del lector sensibilizado: en cada párrafo tropezará con una esencia (las chicas chinas, “el alma china de la familia”, “el alma de un dragón subiendo al cielo”). En una segunda lectura, sin embargo, más allá de monopolizar el sentido, las esencias del texto se tambalean. En Argentina, como todo el mundo sabe, una china no es una mujer de origen asiático, sino simple y llanamente una mujer. Así lo quiso el lunfardo, ese ladrón que le afanó al quechua parte de su vocabulario (325). De la lengua indígena proceden “china”, pero también “chinaje” y “chinerío”, que vinieron a confundirse en el lunfardo con otra palabra de uso popular y origen latino “chicha” (326). Las referencias a una identidad ajena o exótica empiezan de esta manera a entrecruzarse con otra identidad mucho más familiar: la propia de los suburbios y las clases marginales de Buenos Aires. Progresivamente, el amplio y difuso concepto de “lo chino” irá tomando cuerpo para representar a la evanescente otredad: el extranjero desconocido, la mujer, el miserable, el segregado, el campesino, el indígena.
¿Son chinas las tres chicas?, nos preguntábamos. Son y no son. De hecho, si en nuestra primera lectura hubiéramos aceptado la invitación al juego de Colombo, habríamos comprendido que “china” y “chica” son términos intercambiables, como nombre y adjetivo, como sujeto y atributo. ¿O acaso no es un juguete sonoro esa aliteración checheante? Aunque las Academias de las Letras Uruguaya y Argentina entienden por “checheo” exclusivamente el tratamiento de “che” (327), su frecuente utilización en el lenguaje coloquial rioplatense convierte en característica la sola repetición del fonema /^c/: /cîkas/,^cinas/. El lunfardo, el checheo, el voseo, el cocoliche (328) y la jerga ítalo-criolla propia del sainete, conforman la base de la oralidad argentina que aparece estilizada en La familia china. Una oralidad que deviene “primaria” según Nora Mazzioti en el género kitsch por antonomasia: las telenovelas latinoamericanas (1993, 158). Más adelante veremos cómo se abre paso en nuestros poemas la estructura sentimental del melodrama.
En este segundo texto por el momento, La familia ensaya su cara más infantil e ingenua permitiéndose un giro naíf, Las chicas-chinas son obra de un “copista” y la mirada de la madre una “imitación”. El imaginario orientalista va del copista al kimono, del árbol exótico al dragón, barajándose con el imaginario porteño, con la palangana y el piletón. Más allá de la realidad estética de cada objeto, la mezcla aparentemente inadecuada de ambos imaginarios es responsable del efecto kitsch que percibimos, de su ser estrambótico, extravagante y de mal gusto (329). La enorme distancia estética que impone este efecto es ostensiblemente irónica y se materializa, además, en una conciencia del propio orientalismo: desde esa distancia se leen de otra manera sintagmas como “árbol exótico”, “alma china” o “copista oriental”.
Sin embargo, de forma inesperada, el imaginario porteño del libro genera una serie de resonancias siniestras, ajenas al folclore urbano argentino, y que contaminan la aparente esterilidad del imaginario orientalista. Conforme profundizamos en el poema, los personajes se van alejando de la esencia orientalista, para renacer a una realidad histórica y geográfica concreta: la de la post dictadura porteña. La sangre ensucia el kimono y los agujeros de bala atraviesan el cuadro idílico. Las ojeras de la madre se erigen como el signo principal de su existencia, de su memoria, de su vida. La sombra de una amenaza se cierne sobre La familia, una familia que teme la luz del mediodía, que se esconde. A modo de corto, las tres hijas, en un segundo plano, se hacen eco de la tragedia. Protegen a la madre con su pincel (le pintan una persiana), ennoblecen la muerte del padre (dibujan su alma como un dragón que sube al cielo).
El copista oriental que pinta a las chicas se transforma repentinamente en aquello que pinta, para que las chicas puedan pintar ellas mismas. La relación artista (hombre) y objeto (mujer) se quiebra desde el primer párrafo del poema. Los personajes femeninos se apoderan de su historia y nos la representan. No casualmente esta es la historia de una familia de mujeres de padre ausente. El fantasma masculino deambulará por el libro, simbolizando unas veces la presencia aplastante de su patriarcado y otras su profunda ausencia, su realidad de desaparecido.
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Notas
325) “Lunfardo” significó n su origen ladrón y “afanar” se entiende, en dicha jerga, como robar o estafar. Ver Diccionario etimológico del lunfardo (Conde 2004, 205 y 38).
326) Del mismo diccionario proceden las siguientes definiciones: “Chichi”. F. Mujer joven. (Del esp. Pop. chichi, de origen expresivo: vulva, por sinédoque)”. China. f. Mujer querida/ 2. –despect.- Mujer aindiada. (del quichua, china: hembra, mujer; para la segunda acep.., v. chino)”. “Chino, na. Adj. Dícese de la persona aindiada (dado por el DRAE)// CHINO BÁSICO: muy difícil de entender. (Es AMER.; puede ser despec., o afec.; v. china)”. Del Diccionario del habla de los argentinos (DHA, en adelante) es el siguiente test5imonio literario: “chinaje. M. chinerío. A. R. Bufano, Zoología, 1935, 59: Como conoce el lado flaco del “chinaje”, cuando va al campo, sustituye su traje de ciudad por el típico de la campaña”. Y del DRAE (1992) la siguiente definición: “chinerío. M. rur. Argentina, Chile y Urug. Conjunto de chinas y mujeres aindiadas”.
327) En guaraní, “che” significa “yo” y “mi”. El habla del litoral argentino (part. Corientes y Misiones), con su mezcla de modismos y palabras guaraníes, dio origen al característico “checheo” argentino; en la zona se dice “che amigo”, “che patrón”, “che señor”, etc. (“mi amigo”, etc.). De allí quedó, como muletilla, el uso del che fuera de contexto para dirigirse a las personas.
328) “Cocoliche. L. m. Arg. y Urug. Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español” (DRAE).
Poema 2. El exotismo lunfardo. Un naíf siniestro
Son chinas las tres chicas, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol exótico. Le dibujan persianas cerradas para protegerla de un sol de siesta, insoportable.El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.
La duda nos asalta: ¿”son chinas las tres chicas”? Una lectura rápida del segundo poema despertará necesariamente las suspicacias del lector sensibilizado: en cada párrafo tropezará con una esencia (las chicas chinas, “el alma china de la familia”, “el alma de un dragón subiendo al cielo”). En una segunda lectura, sin embargo, más allá de monopolizar el sentido, las esencias del texto se tambalean. En Argentina, como todo el mundo sabe, una china no es una mujer de origen asiático, sino simple y llanamente una mujer. Así lo quiso el lunfardo, ese ladrón que le afanó al quechua parte de su vocabulario (325). De la lengua indígena proceden “china”, pero también “chinaje” y “chinerío”, que vinieron a confundirse en el lunfardo con otra palabra de uso popular y origen latino “chicha” (326). Las referencias a una identidad ajena o exótica empiezan de esta manera a entrecruzarse con otra identidad mucho más familiar: la propia de los suburbios y las clases marginales de Buenos Aires. Progresivamente, el amplio y difuso concepto de “lo chino” irá tomando cuerpo para representar a la evanescente otredad: el extranjero desconocido, la mujer, el miserable, el segregado, el campesino, el indígena.
¿Son chinas las tres chicas?, nos preguntábamos. Son y no son. De hecho, si en nuestra primera lectura hubiéramos aceptado la invitación al juego de Colombo, habríamos comprendido que “china” y “chica” son términos intercambiables, como nombre y adjetivo, como sujeto y atributo. ¿O acaso no es un juguete sonoro esa aliteración checheante? Aunque las Academias de las Letras Uruguaya y Argentina entienden por “checheo” exclusivamente el tratamiento de “che” (327), su frecuente utilización en el lenguaje coloquial rioplatense convierte en característica la sola repetición del fonema /^c/: /cîkas/,^cinas/. El lunfardo, el checheo, el voseo, el cocoliche (328) y la jerga ítalo-criolla propia del sainete, conforman la base de la oralidad argentina que aparece estilizada en La familia china. Una oralidad que deviene “primaria” según Nora Mazzioti en el género kitsch por antonomasia: las telenovelas latinoamericanas (1993, 158). Más adelante veremos cómo se abre paso en nuestros poemas la estructura sentimental del melodrama.
En este segundo texto por el momento, La familia ensaya su cara más infantil e ingenua permitiéndose un giro naíf, Las chicas-chinas son obra de un “copista” y la mirada de la madre una “imitación”. El imaginario orientalista va del copista al kimono, del árbol exótico al dragón, barajándose con el imaginario porteño, con la palangana y el piletón. Más allá de la realidad estética de cada objeto, la mezcla aparentemente inadecuada de ambos imaginarios es responsable del efecto kitsch que percibimos, de su ser estrambótico, extravagante y de mal gusto (329). La enorme distancia estética que impone este efecto es ostensiblemente irónica y se materializa, además, en una conciencia del propio orientalismo: desde esa distancia se leen de otra manera sintagmas como “árbol exótico”, “alma china” o “copista oriental”.
Sin embargo, de forma inesperada, el imaginario porteño del libro genera una serie de resonancias siniestras, ajenas al folclore urbano argentino, y que contaminan la aparente esterilidad del imaginario orientalista. Conforme profundizamos en el poema, los personajes se van alejando de la esencia orientalista, para renacer a una realidad histórica y geográfica concreta: la de la post dictadura porteña. La sangre ensucia el kimono y los agujeros de bala atraviesan el cuadro idílico. Las ojeras de la madre se erigen como el signo principal de su existencia, de su memoria, de su vida. La sombra de una amenaza se cierne sobre La familia, una familia que teme la luz del mediodía, que se esconde. A modo de corto, las tres hijas, en un segundo plano, se hacen eco de la tragedia. Protegen a la madre con su pincel (le pintan una persiana), ennoblecen la muerte del padre (dibujan su alma como un dragón que sube al cielo).
El copista oriental que pinta a las chicas se transforma repentinamente en aquello que pinta, para que las chicas puedan pintar ellas mismas. La relación artista (hombre) y objeto (mujer) se quiebra desde el primer párrafo del poema. Los personajes femeninos se apoderan de su historia y nos la representan. No casualmente esta es la historia de una familia de mujeres de padre ausente. El fantasma masculino deambulará por el libro, simbolizando unas veces la presencia aplastante de su patriarcado y otras su profunda ausencia, su realidad de desaparecido.
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Notas
325) “Lunfardo” significó n su origen ladrón y “afanar” se entiende, en dicha jerga, como robar o estafar. Ver Diccionario etimológico del lunfardo (Conde 2004, 205 y 38).
326) Del mismo diccionario proceden las siguientes definiciones: “Chichi”. F. Mujer joven. (Del esp. Pop. chichi, de origen expresivo: vulva, por sinédoque)”. China. f. Mujer querida/ 2. –despect.- Mujer aindiada. (del quichua, china: hembra, mujer; para la segunda acep.., v. chino)”. “Chino, na. Adj. Dícese de la persona aindiada (dado por el DRAE)// CHINO BÁSICO: muy difícil de entender. (Es AMER.; puede ser despec., o afec.; v. china)”. Del Diccionario del habla de los argentinos (DHA, en adelante) es el siguiente test5imonio literario: “chinaje. M. chinerío. A. R. Bufano, Zoología, 1935, 59: Como conoce el lado flaco del “chinaje”, cuando va al campo, sustituye su traje de ciudad por el típico de la campaña”. Y del DRAE (1992) la siguiente definición: “chinerío. M. rur. Argentina, Chile y Urug. Conjunto de chinas y mujeres aindiadas”.
327) En guaraní, “che” significa “yo” y “mi”. El habla del litoral argentino (part. Corientes y Misiones), con su mezcla de modismos y palabras guaraníes, dio origen al característico “checheo” argentino; en la zona se dice “che amigo”, “che patrón”, “che señor”, etc. (“mi amigo”, etc.). De allí quedó, como muletilla, el uso del che fuera de contexto para dirigirse a las personas.
328) “Cocoliche. L. m. Arg. y Urug. Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español” (DRAE).
329)Con estas palabras definía al Barroco Martínez Amador (Sarduy 1972, 167). Su definición nos sirve de excusa para volver a señalar similitudes entre lo kitsch y lo barroco en su variante posmoderna.
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*Erika Martínez Cabrera es docente e investigadora de la Universidad de Granada. Entre sus diversos trabajos se encuentran: “La narrativa breve de Silvina Ocampo”, “Dos ventanas, una luz: la prosa de Sor Juana y Santa Teresa de Jesús; “El ser invisible. Poesía argentina de los años 80, escrita por mujeres”.
**María del Carmen Colombo nació en 1950 en Buenos Aires. Ha publicado: La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992, reedit. 1998); La muda encarnación (1993, reedit. 2006) y La familia china (1999, reedit. 2006); además publicó Santo y Seña (publicación conjunta, 1984) y Folletín (Plaquetas del Herrero, 1998). Tiene un libro inédito: Bestiario sentimental. Ha recibido, en otros, el Primer Gran Premio de Poesía V Centenario (1992) y Mención Especial del Premio Nacional de Poesía, Producción 1996-1999 (2005). Integra antologías de poetas argentinos editadas en el país y en el extranjero -la más reciente Puentes/Pontes (Fondo de Cultura Económica, 2003)-. Colabora en diarios y revistas. Desde 1980 coordina talleres literarios.
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*Erika Martínez Cabrera es docente e investigadora de la Universidad de Granada. Entre sus diversos trabajos se encuentran: “La narrativa breve de Silvina Ocampo”, “Dos ventanas, una luz: la prosa de Sor Juana y Santa Teresa de Jesús; “El ser invisible. Poesía argentina de los años 80, escrita por mujeres”.
**María del Carmen Colombo nació en 1950 en Buenos Aires. Ha publicado: La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992, reedit. 1998); La muda encarnación (1993, reedit. 2006) y La familia china (1999, reedit. 2006); además publicó Santo y Seña (publicación conjunta, 1984) y Folletín (Plaquetas del Herrero, 1998). Tiene un libro inédito: Bestiario sentimental. Ha recibido, en otros, el Primer Gran Premio de Poesía V Centenario (1992) y Mención Especial del Premio Nacional de Poesía, Producción 1996-1999 (2005). Integra antologías de poetas argentinos editadas en el país y en el extranjero -la más reciente Puentes/Pontes (Fondo de Cultura Económica, 2003)-. Colabora en diarios y revistas. Desde 1980 coordina talleres literarios.
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