Presentación de Memoria de polen, del poeta Crispín Ortiz
Fueron casi ciento cincuenta las personas que se dieron cita el día jueves 6 de noviembre en la sede de la SEA (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina), Bartolomé Mitre 2815 2 piso, con motivo de la presentación del libro Memoria de polen del poeta Crispín Ortiz* , a la que, en su oportunidad, invitamos desde este blog del amasijo.
Además de las palabras de la editora, Alejandrina Devescovi –miembro también de la Comisión Directiva de la entidad--, todos los presentes pudimos disfrutar de la bella presentación que hizo el poeta Alejandro Castro** –que reproducimos a continuación--, y, por supuesto, de la lectura de los poemas de Crispín***.
Pero la cosa no terminó ahí, porque el poeta agasajó a sus invitados con música, baile y exquisitos platos de su tierra paraguaya… No faltó el vino, claro, así que la noche fue completa, lo que se dice una verdadera fiesta.
El paisaje americano en la poesía de Crispín Ortiz
Además de las palabras de la editora, Alejandrina Devescovi –miembro también de la Comisión Directiva de la entidad--, todos los presentes pudimos disfrutar de la bella presentación que hizo el poeta Alejandro Castro** –que reproducimos a continuación--, y, por supuesto, de la lectura de los poemas de Crispín***.
Pero la cosa no terminó ahí, porque el poeta agasajó a sus invitados con música, baile y exquisitos platos de su tierra paraguaya… No faltó el vino, claro, así que la noche fue completa, lo que se dice una verdadera fiesta.
El paisaje americano en la poesía de Crispín Ortiz
Por Alejandro Castro
“Nada vuela / ocaso en desbandada / un pétalo cavila en el instante / temblor que enlaza los abrazos”: encontré en estos versos, entre otras cosas, el sabio pedido de la rosa floreciendo en el poema. Crispín Ortiz interpreta y traduce un saber que está en relación con el paisaje que lleva dentro de sí, un paisaje que es tan su patria como lo es su lengua. En cada poema canta su versión de esa naturaleza imponente y proveedora. En la desmesura de ese paisaje, cuyas señales físicas (sonoras, visuales, olfativas, táctiles) van siendo generadoras de textos, el lenguaje va enramándose como una forma de percibir el mundo, reproduciendo su cosmovisión personalísima.
Resulta simplificador y muchas veces nos es más sencillo incluir determinadas poéticas dentro de estilos donde hay acuerdos respecto de sus formas y modos, pero sería genuino recordar aquí los conceptos que encuentran la raíz barroca en el espacio americano. Para Lezama Lima “el barroco no es un arte que se limita a la pura expresión formal, sino que posee un significado profundo. El barroco americano, como estilo, abarca todas las formas imaginables de vida. El barroco es un arte autóctono de América, que tiene esas raíces en la gracia de su territorio y en el mestizaje de sus habitantes”.
Los poemas de Crispín Ortiz asimilan lo que la riqueza de ese entorno nos comunica. Nuestra vida ligada, por cada emoción, a la naturaleza. Nos hablan de un tiempo de siembra, pero también de cosecha “la piel del tallo / donde descansa la mansa espiga / la maduración de los frutos / que provee con su don”. El paisaje de Ortiz es, sin dudas, el paisaje americano.
En su forma tan personal de construir sus textos, ese paisaje que el poeta lleva dentro de sí, es multiplicado por una doble traducción. Si antes decía que en sus poemas está presente una versión de ese entorno donde naturaleza y vida “cantan sin cesar” como dice Crispín, me parece escuchar también, en muchos versos, el latido de otro idioma. Enlazándose y marcando un ritmo y una música que se despliega sutilmente, la lengua guaraní parece habitar, delicada y misteriosa, en todo el libro. Sabiendo que el guaraní es la lengua madre de Ortiz y que recién a los ocho años incorporó el castellano, esta apreciación está tomada de la seguridad de que somos lo que hablamos. “El habla habla” decía Heidegger. Esa otra lengua presente no está luchando por manifestarse. No hay una guerra de una, el castellano, contra la otra, el guaraní, sino una coexistencia y un encuentro que tal vez esté expresado en algunas de las metáforas del libro: “sigo el pulso de tu cielo / donde siento el pasado / dictar su pluma distante”. En todo caso la lucha será, justamente, por la identidad, la lengua que habla a través de él. Lo que se ha sido y lo que se es: “nombra el suspiro de trémula vivencia / momento que desagua / la presencia cautiva de otro cielo”.
En todo Memoria del polen leemos la voluntad indomable de la naturaleza mientras nos acompañan las referencias del río y el mar, el agua y la orilla que supone su presencia “Alma viva de río abierto /prendidos a la aurora se enlazan / los pájaros. Se vuelven trinos garganta de tierno timbre / sonido de extensa calma” ¿Estará en ese encuentro vital la conciliación de dos paisajes, dos lenguas?
Si hay un vestigio de esa armonía, es, en palabras de Ortiz, “la huella obligada que al pasar te define”.
Aquí la ciudad es una ironía lejana que obliga a un refugio, una bruma ruidosa en la que Ortiz convoca el fluir de un mar vegetal. Aquí renace esta memoria de polen donde todo se deshace para volver a crecer.
“Nada vuela / ocaso en desbandada / un pétalo cavila en el instante / temblor que enlaza los abrazos”: encontré en estos versos, entre otras cosas, el sabio pedido de la rosa floreciendo en el poema. Crispín Ortiz interpreta y traduce un saber que está en relación con el paisaje que lleva dentro de sí, un paisaje que es tan su patria como lo es su lengua. En cada poema canta su versión de esa naturaleza imponente y proveedora. En la desmesura de ese paisaje, cuyas señales físicas (sonoras, visuales, olfativas, táctiles) van siendo generadoras de textos, el lenguaje va enramándose como una forma de percibir el mundo, reproduciendo su cosmovisión personalísima.
Resulta simplificador y muchas veces nos es más sencillo incluir determinadas poéticas dentro de estilos donde hay acuerdos respecto de sus formas y modos, pero sería genuino recordar aquí los conceptos que encuentran la raíz barroca en el espacio americano. Para Lezama Lima “el barroco no es un arte que se limita a la pura expresión formal, sino que posee un significado profundo. El barroco americano, como estilo, abarca todas las formas imaginables de vida. El barroco es un arte autóctono de América, que tiene esas raíces en la gracia de su territorio y en el mestizaje de sus habitantes”.
Los poemas de Crispín Ortiz asimilan lo que la riqueza de ese entorno nos comunica. Nuestra vida ligada, por cada emoción, a la naturaleza. Nos hablan de un tiempo de siembra, pero también de cosecha “la piel del tallo / donde descansa la mansa espiga / la maduración de los frutos / que provee con su don”. El paisaje de Ortiz es, sin dudas, el paisaje americano.
En su forma tan personal de construir sus textos, ese paisaje que el poeta lleva dentro de sí, es multiplicado por una doble traducción. Si antes decía que en sus poemas está presente una versión de ese entorno donde naturaleza y vida “cantan sin cesar” como dice Crispín, me parece escuchar también, en muchos versos, el latido de otro idioma. Enlazándose y marcando un ritmo y una música que se despliega sutilmente, la lengua guaraní parece habitar, delicada y misteriosa, en todo el libro. Sabiendo que el guaraní es la lengua madre de Ortiz y que recién a los ocho años incorporó el castellano, esta apreciación está tomada de la seguridad de que somos lo que hablamos. “El habla habla” decía Heidegger. Esa otra lengua presente no está luchando por manifestarse. No hay una guerra de una, el castellano, contra la otra, el guaraní, sino una coexistencia y un encuentro que tal vez esté expresado en algunas de las metáforas del libro: “sigo el pulso de tu cielo / donde siento el pasado / dictar su pluma distante”. En todo caso la lucha será, justamente, por la identidad, la lengua que habla a través de él. Lo que se ha sido y lo que se es: “nombra el suspiro de trémula vivencia / momento que desagua / la presencia cautiva de otro cielo”.
En todo Memoria del polen leemos la voluntad indomable de la naturaleza mientras nos acompañan las referencias del río y el mar, el agua y la orilla que supone su presencia “Alma viva de río abierto /prendidos a la aurora se enlazan / los pájaros. Se vuelven trinos garganta de tierno timbre / sonido de extensa calma” ¿Estará en ese encuentro vital la conciliación de dos paisajes, dos lenguas?
Si hay un vestigio de esa armonía, es, en palabras de Ortiz, “la huella obligada que al pasar te define”.
Aquí la ciudad es una ironía lejana que obliga a un refugio, una bruma ruidosa en la que Ortiz convoca el fluir de un mar vegetal. Aquí renace esta memoria de polen donde todo se deshace para volver a crecer.
*Crispín Ortiz nació en Paraguay. El poema que se transcribe está includio en su libro de reciente aparición, Memoria de polen, editado por Botella al Mar.
**Alejandro Castro nació en Buenos Aires, en 1956. Músico y poeta. Recibió el Segundo Premio Poesía del Fondo Nacional de las Artes. Publicó: Reportes de la noche (Edicione en Danza,2008).
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**Alejandro Castro nació en Buenos Aires, en 1956. Músico y poeta. Recibió el Segundo Premio Poesía del Fondo Nacional de las Artes. Publicó: Reportes de la noche (Edicione en Danza,2008).
***
I
Una paloma de súbita aparición
retrata el cielo con su cuerpo,
abre un refugio en la ciudad.
Cae la lluvia, su estirada melena,
y yo te busco, mis manos tibias
en tu rostro, sol mío, porque siento
la siembra sin tardanza, el despertar
del árbol en tu arribo.
La paloma suspendida reparte su trinar
en busca de su vergel perdido
remueve la viuda luz de la ciudad
su ala en danza sin fin
movida en la cuerda del viento
con su paso retira la fatiga
de vivir.
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