jueves, abril 10, 2008

Anton Chejov

"(…) Mi padre tenía gallinas de las razas más variadas y extraordinarias y de una constitución tan delicada, que no podían soportar los fríos invernales y causaban al criador muchas preocupaciones e inquietudes. Sus relaciones con las gallinas eran tan complejas e íntimas que era difícil descifrarlas. Cuando el gallo no cortejaba a la gallina que mi padre había designado para tal objeto, en el corral se oían gritos e insultos y el gallo huía de mi padre, clamando por socorro; todo el gallinero se alborotaba, y mi padre, enfurecido, se alejaba a su gabinete. Pero cuando llegaba el momento de “cargar la incubadora” (los huevos se empollaban, naturalmente, en forma artificial), se ponía en movimiento toda la casa. La sirvienta calentaba el agua, mi hermano llevaba esa agua al cuarto con la incubadora, yo cuidaba del termómetro y la lámpara, mientras que mi padre disponía sobre la red de la incubadora los huevos, marcando en ellos las fechas, las razas, etc. Y cuando, al cabo de tres semanas, salían de los huevos los pollitos, mi madre y yo debíamos representar a la gallina clueca, pronunciando tiú-tiú-tiú y golpeando con un dedo contra la mesa ante el pico mismo de cada pollito, al paso que mi padre inventaba en ese tiempo toda clase de dispositivos, los cuales, bajando de arriba sobre las diminutas espaldas de toda la gran familia de pollitos recién nacidos, debían crear para éstos la ilusión de la pancita vellosa de la gallina."*

*Texto extraído del libro Autobiografía (Ediciones Índice, Buenos Aires, 1960).