Patricio Torne: Materialismo dialéctico
En ella cualquiera entraba sin permiso
ni justificación alguna salvo la de saciar
sus propios deseos.
El lechero, por ejemplo, cada mañana
abusando de todas y cada una de mis hermanas.
Leche en abundancia para ellas, que vinieron,
con el tiempo, a representarlas concienzudamente
como holando-argentinas y helvecianas.
No es casual y aquí se explica el por qué
me espanta la aparente fugacidad de los vendedores
ambulantes: heladeros; afiladores de cuchillos; verduleros;
pescadores; buscavidas de todo tipo, siempre atentos
a cualquier descuido de mi parte.
Mi padre, sin embargo, quiso –sin poder–
poner algo de orden. Lo único que consiguió
–lo pienso ahora– es lucir una mortaja
proporcionalmente blanca y bordada
a su desesperación, ya sin problemas en la próstata.
En mi casa entraban los perros; los suicidas;
los atorrantes de toda laya, y organizaban
campeonatos de fútbol, después de comerse
lo que había en la fiambrera.
Uno de esos atrevidos –el turco negro–
confundió mi cama con la de mi madre,
y desde entonces
vive enamorado de mí, igual que lapa adherido a la piedra,
lo llevo en cada instante, y escribo cosas con qué satisfacerlo,
o espantarlo definitivamente.
La cuestión sería despertar, y saber que ya no duerme
a mi lado, recordándome la casa en que me crié.
Esta manera de ser que confunde a toda gente
señalando como extravagante lo que sólo fue indigencia.
*Patricio Torne (Prov. de Santa Fe, Argentina, 1956).
**De Materialismo dialéctico, Ed. deacá, 2013.
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