jueves, diciembre 08, 2011

Gracias a Télam, Sección Nuestros Poetas

Agradezco a http://nuestrospoetas.telam.com.ar/?p=778 (Télam, Sección Nuestros Poetas) por esta hermosa nota y publicación de mis poemas.

(Bs. As., 1950)
María del Carmen Colombo es una de las voces más innovadoras de la poesía argentina. Dueña de un estilo intransferible y personalísimo, Colombo viste a sus poemas con telas recorridas por asombrosas filigranas, donde se mezclan hechuras orientales y un pulso barrial alucinado. Como pensamientos que se aceleran cerca del abismo de las cosas, su poesía se enanca a ritmos y velocidades de una orquesta interpretando disonancias; hay frenadas imprevistas en un terreno ripioso, patria chica que se agazapa en lo mínimo para reconstruir el rompecabezas de la Patria, con paciencia amorosa. El fluir interno de los hablantes de Colombo estalla en los entresijos del poema en formas estrambóticas; la incompletud del fraseo, los silencios, muestran el lugar de la herida, las rajaduras generacionales, la espesa incertidumbre, las interrupciones: “Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas”, dice en Una familia china, una auténtica gema de la poesía argentina contemporánea, donde Colombo pone toda la carne al asador y exhibe un lujo verbal apabullante recorrido por imágenes enrarecidamente barrocas que invitan a un viaje lisérgico por un oriente que deja de ser lejano, acercado por el zoom de la palabra.
Munida de trebejos vallejianos, Colombo restaura averiados sonidos familiares y les devuelve la dignidad de la belleza, una belleza de cara sucia, bendecida por el barro de la historia, de alta graduación humana y comprometida con el sumario de la tribu; voz sobre voz, erige una Babel argentina, imprevisible, indomable, erizada y alerta como gato de la calle.
En 1992 recibió el Primer Gran Premio de Poesía V Centenario, organizado por el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires. Entre sus libros cabe destacar Blues del amasijo (1985),  La muda encarnación (1993) y La familia china (1999)
SALLY LA LUNGA
felino de ceniza en la cimbreante
piel de labios revueltos
(gimen sus
nalgas
en el maquillaje)
agridulce los senos
desordena la pena
mil pedazos
frente al espejo
liz
la pelirroja bailará roc an rol
algún vestido de papel glacé
y sus pestañas de velludo sexo
esa mujer a punto de volar

CUMBIA
es mostrar pero no
lenguaje de puntillas como aquel abanico multicolor
de mar su balanceo en ondas
hondo rulo
de las enaguas que a rozarse vienen
estambres de una flor teclado en las polleras
ese goloso giro de cortinas caracol a lunares
rosca       enrosca   los plisados peldaños  de una
escalera en otra circular que nunca que no acaba
gajos en marejada en degradé carnal corola
de las sombrillas cae un desnudar
de a poco
el nudo el insinúo que desabre
escotes como nombres al aire
dejan ver y no
pliegues donde taparse todo
menos la punta
la puntita

LA FAMILIA CHINA (fragmento)
Todas las noches, la madre china pone su mente adentro de una copita
quieta. La llena con sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade,
la copita, y parece un párpado vaciado por la punta de una vara de
bambú. Puede ser también un pájaro mudo que se sostiene en una sola
pata de gallo.

La mente maternal imita el salto de los equilibristas, esos que tiran el
alma por el aire y cae, hecho un bollito, en las aguas secas del vacío.

A la mañana, la mente china sale lívida del párpado, como un pez o un
ánima que ha vagado por los vericuetos del limbo.

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En el cine teatro Olavarría, el único número vivo es el trío de voces chinas El Trébol: con fondo de timbales las artistas se presentan en el escenario, y después de una triple reverencia, comienza el recitado cuando el gong así lo indica.
“Japonesitas, coreanas nos dicen, pero nosotras somos chinas, chinas de la Manchuria”, gritan las chicas al unísono, mientras golpean el piso como encaprichadas, con uno de sus dos pies diminutos. Y apelando a un tono de  familia,  conceden con desprecio, en fila y de perfil a la platea: “Porteños provincianos todo lo confunden”. Agregan, ahora sí, de frente y enojadas:  “Está bien que en los puertos los pensamientos se mezclen como mercaderías al sol. Pero es un atropello a la moral china, este cambalache que convierte en mamarracho todo lo que toca. Que mezcla las sangres en la memoria, ah…, colorinches del pensamiento de esta tierra”.   Avanzan por el escenario  las tres juntas y paradas en la orilla de la plataforma, descargan sobre el público unos dedos de espadachín cuando preguntan: “¿Te dicen japonés y sos malayo? ¿Colchonero te llaman y sos cura?  Qué rabia, qué dolor, qué desencanto”, gritan las chicas y  llevan como marionetas sus manos al peinado.  Más delicadas y mientras retroceden, se arropan sigilosas en sus  batas de seda: “Argentinos –sentencian– basta de confusión, no se dejen engañar como libélulas enamoradas de la imagen de las cosas y no de las cosas  mismas”.
Siempre al llegar a esta parte del parlamento, suenan las castañuelas
acuáticas porque El Trébol se despide. Sin despegar los seis pies del
piso, las tres bocas arrastran las palabras, hasta  que  cada  sílaba del
estribillo se separa lo suficiente como para evocar el fraseo de su lengua
madre: “Ja-po-ne-si-tas-co-rea-nas-nos-di-cen”.

La gente aplaude con ganas, y nunca se sabe si es porque el Trío colmó sus expectativas, o porque la retirada de las muchachas anuncia el comienzo de la primera película.


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