Nilda Susana Redondo: Fragmento de “Ha pasado el tiempo de la espera”. Lo poético político en Adolecer de Francisco Urondo. FRAGMENTO
Extractado de la página El Ortiba |
“Ha
pasado el tiempo
de
la espera”.
Lo
poético político en Adolecer de
Francisco
Urondo
Nilda
Susana Redondo
Universidad
Nacional de La Pampa - Argentina
[
redondonildasu@cpenet.com.ar ]
En La Literatura
Latinoamericana como Proceso, Ana Pizarro desarrolla un aspecto que me parece
central para comprender parte del trabajo literario de Francisco Urondo: me
refiero a las consideraciones acerca del tiempo; al cuestionamiento profundo
que realiza de las categorías unidireccionales del positivismo y que han sido
identificadas como formas de pensamiento propias de la llamada modernidad. Se
plantea allí que para comprender los procesos histórico-culturales de América
Latina no sólo nos debemos descentrar del tiempo europeo sino además concebir
múltiples caminos, paralelismos de tiempos diversos, avances y retrocesos. El
descentramiento del tiempo europeo no significa ignorar los vínculos con esa
cultura sino todo lo contrario: es reconocer que existió la conquista y
colonización y que luego no hubo independencia sino dependencia. Es decir que
crecimos justamente no repitiendo su desarrollo sino que su desarrollo fue a
nuestra costa, por lo que nuestros tiempos se dislocaron; se hicieron otros.
Aun existiendo la más intencionada búsqueda de mímesis, nuestros tiempos
siempre son otros.
Se recomienda en dicho texto
un método: el comparatismo contrastativo; y la necesidad de tener en cuenta por
lo menos tres perspectivas de comparación: con la cultura occidental, con las
otras culturas nacionales de América Latina; y con las expresiones de la
oralidad, de la cultura popular y el llamado folklore. Son necesarias estas
múltiples perspectivas porque se considera que la construcción de los
estados-nación, luego de la descolonización, abrió procesos forzados que se
asentaron en la negación de la multietnicidad y el plurilingüismo. Además, no
es posible centrar el estudio de la literatura y de la cultura solamente en sus
expresiones dominantes, en la mayoría de los casos impuesta a sangre y fuego.
Debe tenerse la capacidad de ver las intertextualidades, las distintas voces
que se expresan en cada voz y lo que eso significa en un proceso que es
deseable, sea de acercamiento a la autonomía.
El
poema que vamos a analizar, Adolecer, fue escrito entre1965 y 1967, un
momento que puede considerarse de emergencia prerrevolucionaria en Argentina, y
que se desarrolla –más allá de particularidades nacionales como el “peronismo
de la resistencia”– en un contexto latinoamericano signado por el proceso
abierto por la Revolución Cubana en 1959, el mito creciente en torno al Che
Guevara y el surgimiento del cristianismo liberacionista que enfrenta a las
estructuras eclesiásticas oficiales. Un tiempo en el que está presente la
percepción de que la época de la revolución ha llegado y con ella la redención.
En este poema podemos ver la mixtura
que intencionadamente realiza el poeta: la literatura sagrada occidental –la
Biblia–, los escritores cultos españoles como Bécquer, los cultos pero
revolucionarios como José Martí; los cultos de la Argentina como Borges; los
cultos vanguardistas a los que admira, como Girondo; los bohemios comunistas
como Raúl González Tuñón; su compañero de militancia política y poética, Juan
Gelman. Pero también está el registro popular de los tangos, algunos de ellos
en lunfardo; la gauchesca con los versos de Martín Fierro; la cultura de masas
de la radio a través de discursos referidos a la transmisión de carreras de
autos, boxeo y fútbol; de la canción trivial de los mass media; la propaganda
de Coca-Cola. Toma la tradición de Aristófanes para desacralizar a los dioses
del Olimpo; el discurso del revisionismo histórico referido a las montoneras y
los caudillos; las voces de las crónicas de Ulrico Schmidl y del gran
“civilizador” Domingo Faustino Sarmiento. Urondo habla con las voces de otros
construyendo una nueva gran significación: ellas son su médium. Todo se re significa
en el sentido de decir “aquí ya no hay más que hacer sino la revolución: ha
llegado el tiempo de la guerra y de la ira”. Para esto desplaza el tiempo
cronológico: las diversas culturas se ponen en paralelo y se muestran en el
mismo momento de este Apocalipsis. Los oprimidos del pasado estallan en este
tiempo-ahora; se puede decir que se interpenetran los discursos –las visiones–
benjaminiano y cristiano.
Es importante recordar aquí a
Bajtin quien plantea que un discurso directo está lleno de enunciados ajenos y
que aun la propia lengua del autor es una de las lenguas posibles (1998: 307).
Por su parte, Voloshinov sostiene que el hombre está pleno de discursos
internos y que siempre existe un primer momento de comentario y uno segundo de
réplica (1992: 159), por lo que se dan una serie de matices en los distintos
tipos de discursos que se mueven entre dos polos: el monológico y dogmático y
el dialógico, capaz de comprender e interpretar. E insiste en que no hay que
aislar las formas de transmisión del discurso ajeno del contexto transmisor,
porque en la interrelación que se da entre lo ajeno y lo autorial existe la
posibilidad de conocer el proceso de comunicación ideológico-verbal (1992:
160).
Por su parte, Deleuze y
Guattari en “Postulados de la lingüística” de Mil Mesetas, referenciándose en Bajtín, Pasolini y Foucault,
sostienen que la enunciación siempre es social, nunca individual y que ni
siquiera hay sujeto de la enunciación; la subjetivación se produce sólo en la
medida en que es un requerimiento colectivo. Por esto es que destacan el valor
del discurso indirecto y del indirecto libre porque en ellos los límites entre
lo colectivo y lo individual no son claros. Es este discurso el que permite
explicar “todas las voces presentes en una voz” (1997: 85). Para ellos, el
discurso indirecto abarca la totalidad del lenguaje, y el directo es un
fragmento de esa masa. De ese rumor es de donde extraemos nuestro propio
nombre, y este no es un hecho plenamente consciente ni depende “de mis
determinaciones sociales aparentes”(89). Por esto, sostienen que la escritura
es la reunión de muchos signos individuales heterogéneos; es “sacar a la luz
ese agenciamiento del inconsciente, seleccionar las voces susurrantes, convocar
las tribus y los idiomas secretos de los que extraigo algo que llamo yo” (89).
Desde esta perspectiva podemos
decir que una voz, el autor, es un murmullo de voces que expresan su tiempo y
también otros tiempos, y esa voz no solamente construye significado a partir de
hechos que ya han devenido sino que tiene la capacidad de producir nueva
realidad, si es que entendemos por realidad todo aquello con lo cual podemos entrar en
diálogo. Diálogo que puede ser, entre otras múltiples opciones, divergente,
confrontativo o complementario. Es decir, que las palabras y las cosas se
interpenetran en un movimiento de rizoma que hace imposible que se las pueda
reducir a sistemas monocausales tales como
los que sostienen que el
contenido determina a la forma, o viceversa; o que la literatura es un reflejo
de la realidad. Según Deleuze y Guattari tampoco estas relaciones podrían
expresarse con sistemas dialécticos.
La
voz de Francisco Urondo es el murmullo de otras voces que expresan su tiempo y
en algunas de sus obras, como Adolecer, esto se lleva a la máxima expansión. La
polifonía se desarrolla de la mano de su sumergirse en el mundo de la
revolución y se expande en este poema-libro
de siete cantos. Aquí, además, hay una intencionalidad de romper el tiempo
cronológico y lo logra: la historia se alterna de manera chispeante con el
presente; se mezcla en el poema a los Irala, los Dorrego y los Che Guevara, a
los Frondizi y los Mitre; los Pancho Ramírez, los quiroga, los rosas, los lópez
jordán, con el presente agobiante de traiciones que sufre el pueblo. El título hace referencia al dolor que
produce el crecimiento, y también, a cómo en esa inocencia adolescente del
pueblo, los diversos poderes establecidos han ido desenvolviendo una continua
entrega de la nación a los poderes expoliantes extranjeros.
El tono del poema es el del
murmullo de confesión, a veces en un aparente divague propio de la conversación
no formal; pero a veces se torna mesiánico y omnipotente: cuando se advierte
que se acerca el tiempo de la ira, de la guerra, del combate y entonces se
recurre al discurso religioso. Pero la particularidad de Urondo es que se coloca en papel del que
también sufre como los otros, también tiene incoherencias, culpas, pecados que
expiar, dolores con los cuales disputar el espacio de la vida. Urondo se coloca
ante nosotros desnudo: también en sus prejuicios, defectos y necesarias
condenas.
En Adolecer Francisco Urondo
nace en otro, es decir se pone en evidencia una transformación del sujeto
reformista en sujeto revolucionario, dentro de una perspectiva nacionalista;
esto tiene que ver con el marxismo mediatizado por el nacionalismo
revolucionario de la izquierda peronista a la que pronto adheriría al
incorporarse a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que combinarán
guevarismo con peronismo y lucha armada. Con mucho peso en este poema está
presente el cristianismo liberacionista (Cfr. Micael Löwy). porque es el
momento de crecimiento del movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo, tal como
se denominan en Argentina los cristianos que realizan su opción por los pobres
y en algunos casos, por la lucha armada.
Hay diversas formas de cita en
este poema: colocar en bastardilla el texto prestado e incorporarlo a la propia
voz autorial, la que a veces toma distancia y lo coloca entre comillas, y
otras, polemiza con ese texto invirtiéndole el sentido.
En algunas ocasiones
identifica la autoría de las voces a las que recurre, pero otras no: las citas
bíblicas, las de Ulrico Schmidl y los poetas cultos o populares no están
identificadas, sí escritas en bastardilla. Sarmiento, por el contrario, sí es nombrado
y la cita entrecomillada. No hace referencia específicamente a los títulos de
las letras de tango, pero sí menciona a autores o cantantes como Alberto
Castillo (226), Piazzola y Troilo (227), Discépolo (229), Carlos Gardel (226),
Edgardo Donato (230). Y además alude a la cultura del cine norteamericano y
europeo a través de comparaciones que tienen como protagonistas a Humphrey
Bogart (227) o a Jean Gabin (255).
En el primero de los siete
cantos del poema confluyen el Génesis y las crónicas de Ulrico Schmidl
referidas al hambre que padecen estando sitiados y bajo el mando de Domingo
Martínez de Irala, al que el poeta considera un primer revolucionario (212). Se
mezcla también el relato bíblico del origen de la humanidad con el Martín Fierro, en el momento en que el
poeta invoca a los santos del cielo para referir la historia de su país:
… hagamos al hombre
a nuestra imagen, conforme
a nuestra semejanza, ya que se
trata de una ocasión
tan dura; no por las desdichas
personales o las alegrías de
cada uno; o por los trofeos,
sino
por el país que nos ha
sucedido. Es
una fama sin sustento; una
realidad. Santos
milagrosos, yo soy
esta patria, vengan en mi
ayuda (216).
Este sumergirse en los textos
y construir nueva significación es una de las marcas más notables de sus
poemas, que se intensifica a partir de este momento y que remite, en el caso de
Adolecer, a las voces extendidas en
el pueblo, estén o no manipuladas desde el poder. El sentido es, creo,
demostrar que esa voz masificada puede ser re significada por un nuevo poder
popular, en virtud de que lo institucionalizado está absolutamente corrompido y
ha dejado de funcionar. Si esto es posible puede dejar de afirmarse que todo
está alienado por la propaganda5
En Adolecer, Urondo se interna en el proceso histórico argentino
retomando la tradición de las montoneras del siglo XIX hasta llegar a las
luchas populares contra la dictadura de Onganía, es decir, el presente de la
producción del poema. Reivindica a algunos de los caudillos como al entrerriano
Pancho Ramírez y su esposa Delfina; al coronel Dorrego, a quien fusiona con el
Che; destaca el carácter nacional de la gestión de Juan Manuel de Rosas. Ataca
a toda la tradición liberal y habla expresamente del mitrismo como responsable
de la entrega al Imperio Británico. Toma en definitiva en este poema la tradición
de lucha de los caudillos, reivindicada por la izquierda peronista.
Esta revisión de la historia
había sido realizada por el nacionalismo pero no desde la gestión estatal
durante los primeros gobiernos peronistas, en donde la galería de próceres
había continuado siendo la misma que la de la tradición liberal (Cfr. Ciria
1983).
En el momento de la producción
de Adolecer este proceso está en
plena construcción de la mano de intelectuales como Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo
Ramos, ambos provenientes de diversas vertientes de la izquierda; otros de la
tradición de F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina)
como Arturo Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz; y algunos de extracción
yrigoyenista como Juan José Hernández Arregui. Pero también el pasado de la
lucha americana contra el “europeísmo” es recuperado por intelectuales ligados
al guevarismo y no-populistas, como André Gunder Frank6, en debates que se
desarrollan en Cuba y en otros países en busca de la vía socialista, como
Chile.
Urondo se inscribe en esta
tradición interpretativa de la historia. Recordando las palabras del Eclesiastés respecto de la avaricia,
recupera la figura del caudillo federal Pancho Ramírez quien protegía a los
gauchos acusados de vagancia por quienes se querían apropiar de sus espacios
libres de alambrado:
Francisco Ramírez y su mujer
vivían
como adolescentes en un país
que recién despertaba a la
adolescencia, no
atinaron demasiado, pero sufrían
de un mal incurable, por
aquellos años
y por estos: adolecían
sin remedio. No quisieron
delirar o prescindir: juntaron
puños y desdichas de gente de
buena memoria
y, sin agobios, continuaron
peleando. La vida de ellos fue
un gran golpe y las aguas
pesadas
del Paraná acariciaron varias
veces la bota
y el potro. Habían olido
la libertad de cambio de los
porteños
libres de espíritu; el
portento
de los dueños, los ademanes
de la avaricia –el que ama el
dinero
no se hartará de dinero–, los
odios cerriles,
bordeando los alambrados
flamantes. Pancho
Ramírez y
la Delfina, protegieron a sus
hombres, esos que andaban
por ahí, acusados de vagancia;
desenredaron
la vida por un tiempo
demasiado corto (236).
Dorrego también aparece en la
galería nacional antiliberal, victimizado por el unitario Lavalle. Juan Manuel
de Rosas es la figura que asciende luego del asesinato de Dorrego,
representando los intereses de los hacendados de la provincia de Buenos Aires,
pero ajeno a la tradición unitaria. Su imagen nunca nos es entregada por Urondo
de manera clara, aunque reivindica aquí su enfrentamiento a las metrópolis
durante el bloqueo anglo-francés apoyado por los jóvenes de la generación del
‘37. Así, dice el poeta:
No muere de muerte natural,
quien se deja
matar antes de tiempo. No
destruye
los olvidos ni los tristes
amores: muere
en manos de su conciencia,
fusilado
por la preocupación y las
celadas de Ponsomby y otros
secuaces –Juan Cruz
y Florencio Varela y Salvador
María del Carril– y Lavalle
convierte
al coronel Dorrego en otra
víctima
del aire que el país demanda
para respirar. Las pasiones
incautas, la buena fe. La
adolescencia
que cae fusilada por los
cómplices
y los embajadores. Arrastrando
los campos privilegiados
de Buenos Aires, Juan Manuel
de Rosas producirá
anécdotas, interpretaciones,
miedo, corajes,
valentonadas; enfrenta
al represor
de la Comuna de París y a los
ingleses
que destrozan
a cañonazos las cadenas
efímeras de Mansilla
y la imagen
del coronel Dorrego irá
creciendo
como una advertencia
inesperada: jugando
se comienza a decir alguna
verdad, se la defiende
y luego llega la luz
y los riesgos y fácilmente
se cae de rodillas
ante la mirada ciega
del pelotón que recibe órdenes
precisas (249-50).
Ubica a Rosas en la lógica del
antiprogreso tecnológico porque es el impedimento para la concreción de la
libre navegación de los ríos interiores, razón por la cual se ha realizado el
bloqueo anglo-francés. Esta lógica antiprogreso es positiva para Urondo; pero a
la vez presenta a Rosas como un terrateniente bonaerense que oprime a otras
provincias. Aparece también Urquiza traicionando la lucha popular por ser fiel
a sus intereses de gran hacendado al abandonar el campo de batalla (260). Y
Urondo fusiona los tiempos, al cambiar el sentido a la consigna que el general
Lonardi habrá de levantar en 1955 luego de derrocar al segundo gobierno constitucional
de Juan Domingo Perón: “ni vencedores ni vencidos”; alude a la traición de la
causa federal por parte de Urquiza, pero ahora el poeta dice: “vencedores y
vencidos”. Es fuerte la presencia de los que vencen, los librecambistas y
entregadores a la nueva metrópoli: Mitre, la agroexportación, el sometimiento a
los capitales ingleses, el ferrocarril, los teléfonos; el orden y el progreso
instaurados por la oligarquía:
El barco sin velas navega
por primera vez las aguas del
Paraná
y del Uruguay. Es el vapor
de agua, la nueva fuerza que
moverá el mundo; es
el progreso
y Rosas, receloso,
ahoga otras provincias, no les
deja
fabricar un poco de pólvora
por el amor
de Dios, para extraer
en la blanca edad de las
industrias
y no para volar
la tapa de sus sueños
celestes. Urquiza exhibe
por la calle Florida,
a un paso del puerto y la
aduana, su divisa
punzó; se hablaría ya en las
calles de “vencedores
y vencidos” y sería tarde
para juntar lanzas del
interior
y Mitre abriría
las piernas de la patria que
habíamos
jurado defender y vendría
el progreso
y el ferrocarril llevándose
hasta el puerto que supimos
concebir,
el trigo, nuestros sueños
dorados,
cotizados en Londres
nerviosamente, por los
flamantes teléfonos (253-4).
Este progreso es impuesto por
el exterminio y el terror. Urondo lo dice con las palabras de uno de los
pilares de la “argentina moderna”, Domingo Faustino Sarmiento. En este caso
entrecomilla la cita, la distancia de su propia voz:
… Nuestra
base de operaciones debe ser
la audacia
y el terror-amenaza Sarmiento
a los chupandinos: el miedo
es una enfermedad endémica
en este pueblo (255).
Manifiesta una posición
crítica respecto del liderazgo de Perón –toma la Marcha peronista y la escribe
en tiempo pasado– e indica que es el propio pueblo el que tiene que tomar el
poder en sus manos. No sólo tomar un poder simbólico, sino también armarse para
destruir la realidad que lo oprime y construir una nueva sociedad. Con la cita
del tango le advierte a Perón que el tiempo lo ha de atrapar o que el tiempo lo
corre:
… Mi coronel, qué grande eras,
qué
temeroso
de los parientes ricos de
propiedad de espíritu y de
tierras: guarda
tené cuidado
que te cacha el porvenir
(230).
… No fue sin duda
aquella nuestra lucha, por más
que tartamudeara
el soberano anunciando
el apocalipsis. No era eso
tampoco, sino
una de las tantas guerras, públicas
o personales, por la primacía.
La guerra
entre avaros y nosotros
pensamos
que era nuestro combate y
salimos
a gritar… (242).
Las propuestas de conciliación
de clases sociales han fracaso y siempre han tenido un poder de ficción y
ocultamiento de cuáles son los verdaderos intereses de los explotados. Hemos
creído estar incluidos en un bando pero en realidad éramos los convidados de
piedra y los engañados. Urondo no propicia, entonces, la unidad de la nación en
términos abstractos: para salvar una
parte es necesario eliminar a la otra que en el poema se identifica
genéricamente como los que dominan y entregan la patria: los liberales. Desde esta
perspectiva antiliberal hay que leer el “nadie va en coche al muere”, que contradice
el poema de Borges; el liberalismo es el mal y el pueblo, en éxodo, debe ser
salvado; pero esto no tiene un discurrir sencillo, mucho dolor produce. Urondo
manifiesta estos núcleos conceptuales con el texto del Éxodo y de la Lamentación 3
de Jeremías:
… muchos llegaron
así a gobernar sus países en
este continente
golpeado, conciliaron
ecuménicamente
rebeldías de juventud;…
Aquí no hubo víctimas ni
frustraciones. Hay
una larga escaramuza, pocos
encuentros, algunas
bajas imponderables,
delaciones. Nadie
va en coche al muere, sólo
los elegidos; hemos
venido a derramar la sangre de
nuestros
hermanos que son también
nuestros traidores…
…y tornó el mar en seco
y las aguas quedaron divididas
y arrancaron
la piel
del liberalismo, y saltan
con la memoria empujando el
tiempo (243-4).
Los privilegios se arrancan y
la adolescencia
se consume, el mundo
se pone serio, se dispone a
morir. Muestra
los dientes y caen fusilados
los blasones
de la seguridad; nadie nos
protege…
y Perón también duda
y todo queda entre amigos,
entre facciosos,
entre caballeros, entre
cortesías y acuérdate
de mi aflicción y de mi
abatimiento (250).
El tiempo pasado se ve desde
el presente, desde la posibilidad revolucionaria
percibida ahora. Se va
intensificando una carga de indignación y de sofocamiento. Todos los caminos de
las reformas quedan cerrados y son falaces: las diversas posibilidades
electorales con su sistema de partidos y de fraudes; las múltiples alternativas
promovidas por diversos caudillos, jefes o líderes; en la vida cotidiana los
hombres están controlados por el trabajo y la represión estatal.
Dice Urondo, tomando el
concepto del Eclesiastés: “ha pasado
el tiempo de la espera”, y con la Lamentación
5 de Jeremías anuncia la renovación de los días que al presente es la
revolución. Pero debe estar pensada desde nuestra situación: el poeta rechaza
las copias de otras revoluciones y lo dice invirtiendo el sentido del padre nuestro:
“líbranos de todo amén”; no acepta la vía insurreccional porque lleva a la
derrota y no tiene en cuenta las condiciones histórico-culturales de nuestro
pueblo; toma como propias las formas de lucha armada de la tradición
guevarista. Opone la vida de mímesis, alienada por la propaganda –ahí refiere
el “todo va mejor con coca-cola”– e instrumentada por los que sí saben lo que
hacen cuando oprimen –aquí invierte el sentido de la expresión de Jesús al ser
crucificado–, al camino de la resurrección religiosa de San Lucas 11:
bienaventurados los que guardaren mis caminos:
… Ha pasado
el tiempo de la espera, de no
elegir
las opciones, los comicios
han caído
con el general hace más de
treinta años, con los padrones,
punteados, y la libreta de los
muertos, y las
listas incompletas y los
próceres
de trapo –corazón de papel– y
los atentados
entre caudillos y los
reñideros
de mi abuelo. Nada puede
esperarse, es otra
edad: Renueva
nuestros días como al
principio… (251).
Muro que no caerá fácilmente,
que nos enrarece
y nos despierta en otros
gestos, en otros
idiomas que veneramos
y aceptamos como buenas amas
de casa
y así todo
va mejor y ellos saben lo que
hacen
y no tenemos otra cosa que
copiar un poco, sin
odiarnos, por favor; ver y
espiar lo que otros
han hecho, apelar
a la seguridad y no caer
en la tentación
y líbranos de todo mal, de
todo amén. Copiando
a brazo partido; también
la insurrección, masticando
la incertidumbre, asegurando
el éxito,
el triunfo de otros, hasta que
el porvenir
no llegue y no destape
más botellas y recién entonces
partiremos
hacia el frente y
derrumbaremos
estos escombros
–bienaventurados
los que guardaren
mis caminos–, el muro
alrededor
del que nos paseamos; el patio
de la cárcel, la vieja pared
preventiva,
en averiguación de
antecedentes, de mala
memoria. Es la primera línea
de futuro indivisible,
aparentemente
muerto; es el porvenir que
debe resucitar
en nuestras manos, aunque haya
pasado
hace mucho el tercer día…
(256-7).
El relato histórico es
introducido por el relato bíblico y los padecimientos del pueblo oprimido y su
liberación son referidos con palabras del Éxodo. La venta de la patria por la
oligarquía es colocada en símil con el faraón de Egipto y su injusticia hacia
el pueblo de Israel, por eso aparecen los primeros signos de la venganza divina
(243). Versos de las Lamentaciones de
Jeremías y de los Salmos de David son
los que tomará Urondo para expresar el desamparo (…). Respecto del trabajo y de
la enajenación que produce en el capitalismo, este poema pone en evidencia un
rechazo a la cultura del trabajo. Para Urondo el trabajo no dignifica, y cita
el Eclesiastés. Toma la referencia
bíblica para alejarse de las culturas oficiales –cristiana, peronista,
capitalista y socialista– centradas en la ideología del progreso. La opresión y
la explotación generan tristeza y de ellas no surge el deseo de la revolución:
Un ómnibus cansado por la
derrota, llega
hasta una casa tristísima, a
una calle
sin veredas. Zanjas
aguas metálicas y penumbra.
Los hombres
descienden y se diluyen
en el cansancio, en la
costumbre,
en la impotencia, en la
traición: qué provecho
tiene el hombre de todo
su trabajo con que se afana
debajo del sol; un trago
puede animarlo o exasperarlo
un poco; pero al día
siguiente, seguirán saliendo
por esa puerta, viajarán
y regresarán al ghetto de los
pobres (236).
Los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 de Carlos Marx,
determinan en el poeta la concepción que tiene del trabajo y de los
trabajadores: toma la categoría del trabajo como alienante por ser el producto
de una relación también de alienación que se da entre los hombres dado que unos
son propietarios de los medios de producción y los otros no. El trabajo así
planteado sólo sirve para alimentar al capital y destruir al obrero. El hombre
lo que más desea es alejarse del trabajo porque es lejos de él que puede
sentirse a sí mismo, mientras tanto sólo tiene la vivencia del extrañamiento.
Esta es la visión que
encontramos en Adolecer cuando el
poeta dice que el hombre no tiene ningún provecho del trabajo que realiza y que
siempre tiene que volver al “ghetto de los pobres”. (En el “El trabajo
enajenado” de los Manuscritos, dice Marx que la objetivación del trabajo en un
objeto manifiesta “la privación de la realidad del obrero” quien ante su propio
producto se siente extraño ya que se le es apropiado por otro; la realización
del trabajo significa la aniquilación del hombre quien a veces es “anulado
hasta la muerte por hambre”, pero sin llegar a ella, al obrero se lo despoja de
los objetos de trabajo y de su propio ser del que se puede apoderar de una
manera cada vez más interrumpida e irregular, según el ritmo de trabajo que se
imponga. “Cuantos más objetos produce el obrero menos puede poseer y más cae
bajo la férula de su propio producto, del capital” (1984: 75). El trabajo es
enajenante porque siempre es algo externo al obrero, quien se niega en su
trabajo, se siente a disgusto, “no desarrolla sus libres energías físicas y
espirituales, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu”. )
La extensión de la calificación de enajenado a
todo trabajo lleva a considerar que nada puede hacerse dentro del trabajo en
contra del capital, sino que más bien hay que liberarse de ese yugo esclavizante
para ser plenamente humano. Se debe eliminar la propiedad privada, el capital y
el trabajo con su salario como categoría de intercambio. Por esto no es extraño
que Urondo no vea como sujetos sociales de la revolución a los obreros, sino
que considere que la modificación revolucionaria deberá venir desde afuera, a
través de una vanguardia que nos libere de las cadenas enajenantes del capital,
y esa vanguardia va a actuar por vía de la lucha armada hasta generalizar la
guerra del pueblo. Esto mismo aparece en Adolecer
con un discurso interpenetrado por el Eclesiastés
y de tono profético, en el sentido de que el tiempo de la revolución vendrá
necesariamente, claro que de manera circular, es decir que vendrán alternativamente
unos tiempos y otros:
Para todas las cosas hay sazón
y todo
lo que se quiere debajo del
cielo,
tiene su tiempo. Tiempo
de nacer y tiempo de morir;
tiempo de plantar
y tiempo de arrancar
lo plantado. Tiempo de matar y
tiempo de curar; tiempo de
destruir
y tiempo de edificar; tiempo
de llorar
y tiempo de reír. Tiempo
de endechar y tiempo de
bailar; tiempo de esparcir
las piedras; tiempo de allegar
las piedras; tiempo de abrazar
y tiempo de alejarse
de abrazar; tiempo de agenciar
y tiempo de perder; tiempo de
guardar y tiempo
de arrojar; tiempo de romper
y tiempo de coser; tiempo de
callar
y tiempo de hablar. Tiempo de
amar y tiempo
de aborrecer, tiempo de guerra
y tiempo de paz.
La noche irá preparando
sus filos. Aunque esté
condenada
por la espontaneidad de los
adolescentes
que pueden equivocarse,
destruirse: en cierta medida
estará anegada
En el trabajo se encuentra
fuera de sí; sólo fuera de él vuelve a ser sí mismo. Su trabajo es forzado; no
satisface su necesidad sino necesidades extrañas a él, por eso es que “huye del
trabajo como de la peste, en cuanto cesa la coacción física, o cualquier otra
que constriñe a realizarlo” (1984: 78).
por los sueños dorados, las
sustituciones
del alcohol, los rencores
mansos o ebrios que no
alcanzan
peligrosidad. Pero indefensos
dejarán de serlo
hasta los dientes. Sí,
alaridos
como de vidrio, irán
calibrando
el acero y el pulso; descartan
el regreso del general, el
sortilegio
de los fracasos, la voz de
tantos
cantores, sus famas
perfectamente adquiridas.
Recuerdo,
los ruidos opacos de la
cureña. Respiro
la voz tartamuda y suave
que anuncia los peores
desastres (237-8).
En este caso el elemento
mesiánico se deriva al “general”, en alusión al general Perón; la palabra
“descartan” tiene un uso ambiguo: ¿está de más el regreso del general para
llevar adelante la revolución o sólo se puede llevar adelante con ese regreso?
En el ‘70 su definición será por sí al regreso. Aquí hay claros signos ominosos
de futuros desastres: ¿por la derrota?, ¿por el efecto de la violencia
vengadora de la injusticia?, ¿por la alienación a manos de un mesías, como
puede ser Perón?
Hay una sintonía entre la
visión apocalíptica de Adolecer y la
concepción mesiánica de Carlos Olmedo,
de las FAR8 por la cual se debe ir a destruir esa telaraña
de la ideología dominante que ata al sistema y que compromete a todos en su
dinámica (Olmedo es uno de los intelectuales más destacados de las FAR, Fuerzas
Armadas Revolucionarias, organización político-militar del peronismo
revolucionario, a la que Urondo se integra en 1970, llevado por su hija Claudia).
En este poema Urondo expresa
su decisión personal de compromiso y no le preocupa conservar la vida si es por
luchar para cambiar la realidad, aunque esa situación le genere miedos y
aprensiones. Afirma una vez más que la búsqueda de la libertad está anegada de
sangre, de prisiones, de sufrimientos y toma los XXIII Versos Sencillos de José Martí, vinculándose así con la tradición
romántico-liberal; también con la de reivindicación de la resistencia montonera
del siglo XIX con el estribillo de la zamba Felipe Varela, canción popular
referida al caudillo que lucha contra el liberalismo durante la época de la
presidencia de Sarmiento:
…No quiero
ocultar las cautelas, los miedos. Mi rabiosa
esperanza en esta vida que tarde
o temprano voy a perder; esta vida
que sonríe, que muestra
los dientes como un perro rabioso, dejándonos
las manos vacías de fáciles y tortuosas esperanzas…
(258-9).
…El terreno
que se gane a la libertad –Felipe
Varela viene– será un terreno
anegado de sangre y virtud
de muchos prisioneros: no me tiren
en lo oscuro, a morir
como un traidor, yo soy bueno
y como bueno, moriré
de cara al sol… (259).
En Adolecer se profundiza la duda respecto de qué es lo que se busca;
su confusión es de un nosotros que quiere “empujar el tiempo”, desplazarlo,
construir otra dimensión. Y esa búsqueda es laberíntica: “cruzo arenales y
cornisas, esquivo / laderas, sorteaba / peligros inútiles, y no sé si todo/
esto ha servido para algo” (246). A lo largo del poema va aumentando su sufrimiento
y su bronca y se siente casi compulsivamente obligado a dar su vida para
revolucionar. Lo expresa con la voz del tango “como una condena”:
… debo confesar
mi tristeza que ruge y afila
las uñas, como una condena,
como si estuviera a punto de partir
en dos este universo que pisamos
como una tumba, como el día menos pensado (261).
---------------------------------
*Los destacados son de este blog.
Etiquetas: Urondo
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home