lunes, junio 06, 2011

Marcelo Carnero: Una tierra, de Victoria Schcolnik

Transcribirmos a continuación, el texto de Marcelo Carnero, de la presentación del libro Una tierra, de la poeta Victoria Schcolnik, publicado recientemente por Curandera Ediciones.


Hoy quiero arribar lo máximo posible a mi subjetividad, no sólo porque es la materia viva de lo emotivo, sino también porque descreo totalmente de toda mirada que observa un texto como se observa desde detrás de una vitrina, con la triste arrogancia de un veterinario. Quizás porque no me gusta la idea formal de presentar un libro, pienso que no me gusta ninguna situación que sienta como amenazadora del acto íntimo de leer. Entiendo que los libros son, sin necesidad de presentación. Por eso, cuando surgió la posibilidad de presentar éste, también surgió como una necesidad, poder trabajarlo como un profundo acto de amor y de esperanza, y sé que es así también como Vicky nos entrega su poesía. Entonces sólo quiero mencionar algunas cuestiones sobre las que la poesía de Vicky me lleva a reflexionar.


Una tierra, deseo realizado en sí mismo, porque es pedido y fundación. Nace de la necesidad del tránsito, de la juventud a la madurez del amor.


Pero si en El refugio, su libro anterior, ese veneno irresistible de ser inoculado, se evadía en su propia suspensión, en Una tierra, ya no hace falta, porque la fuerza está, se hace visible en su existencia. En su destino propio de lenguaje único.

Porque si en El refugio, las coordenadas se ordenaban para nombrar y exorcizar el caos en un tándem cerrado, en Una tierra todo es ya, y para siempre, deseo a cielo abierto.


La poeta comienza un libro ya empezado. Regresando de un allá, de un más allá que estaba adentro, y donde su corazón como en toda fundación, ya fue ofrendado. Un más allá en el que la mirada que se erigió como vigía y protectora de nuestra intimidad, pero que sólo pudo hacerlo quebrándola, la dejo a la vera de todos los desastres.


En ese jardín- nos dice uno de sus poemas- se entierran los corazones


de los niños, así lo más sagrado
aprende a vivir en la tierra. Y un día
alguien les pone ropa, les da una lengua
y van olvidando como atravesar
las sequias, las tormentas. Y lo curioso es que aún viven
a la vera de un peligro:
que el viento los toque y los desarme
porque están hechos de barro.


Pareciera que el único territorio posible para una certeza, sobre todo la del amor, fuera la infancia, y que el resto, la cantidad de acciones que conforman un momento o época de nuestras vidas, estuvieran forzadas a reconstruir ese calor, esa alegría originaria. Pero pienso, cuando el poeta no construye el mundo con su voz, el espíritu de su amor ¿no termina siendo un extranjero temeroso, prescindible de todo lo demás?

Ciorán nos diría que: Cuando el comienzo de una vida ha estado dominado por el sentimiento de la muerte, el paso del tiempo acaba pareciéndose a un retroceso hacia el nacimiento, a una reconquista de las etapas de la existencia.

Y también nos diría que: Quien ha superado el miedo de morir, ha triunfado sobre la vida, la cual no es más que el otro nombre de ese miedo.


Una tierra viene entonces a abrir la posibilidad de una existencia fuera de los márgenes cerrados. De una existencia recuperada, emigrando de lo que se nos ha negado de ser visto, a lo que deseamos mirar. Y decir, como mirar, rompe la primera regla de oro de mantener una distancia.


Dice Victoria:

Aprendí a guardar el dolor:
una costumbre parecida a la de esas familias
en las que hay un ancho silencio y lo custodian
como si fuera una herencia.


No es fácil renunciar al refugio que hemos aprendido a hacer de nosotros mismos, y ser expulsados como una astilla que ha permanecido demasiado tiempo clavada en la carne. Y por el temor de sentirnos alegres y vivos, escindir, operar. Y aunque lo sepamos doloroso, conocemos de memoria la magnitud de su dolor, sabemos dominar las posturas del cuerpo y del ánimo ante él, apartarnos para que nos hiera lo necesario, sin matarnos. Porque un refugiado, no es un sobreviviente. Un refugiado es un expulsado hacia adentro. Hacia la pesadilla repetible de que la diferencia está construida en los bordes, en los márgenes de su refugio, y que esos bordes son el hábitat natural de su terror.

Lo otro, la alegría, tiene su propia forma de entregarse, de expandirse. Habrá que aprender a leer entonces nuevamente, reeducar la memoria, obtener los márgenes, las distancias, reescribir los ritos, las palabras.


No es tarea sencilla saberse el portador de una diferencia, sortear la soledad de su destino.


¿Pero no es eso acaso lo que nos va a salvar? ¿No pasa la vida, no radica en principio y desde el principio sólo y únicamente en esa diferencia?


En la riqueza del borde es donde la vida prolifera desenfrenadamente.

Desde ese pequeño, potentísimo estado tenemos la posibilidad de ser en la poesía.

Cuando como bien dice Victoria en uno de sus poemas dejamos entrar al grano de sal que va a fundirnos en perlas, seremos felices sí, seremos un valor en nosotros mismos sí, pero habremos abolido la vida, y ahí sí, no habrá tierra que nos descanse.


Nada que no sea captado en su total magnitud, puede soltar su necesidad de vacío. La vida es una tierra legada a la belleza del peligro, pero por sobre todas las cosas a la posibilidad infinita del amor. Podemos prescindir de la inocencia, pero de igual manera no podremos avanzar sin entender la verdadera memoria del origen. Y el origen pareciera no ser desde donde partimos, sino desde donde comenzamos a partirnos.

Sólo proscribiendo (atravesando) el duelo que se corresponde a esa partida, es donde adentro y afuera, se pueden hacer carne y poesía. Y la búsqueda, como la espera, sin miedo, sin esperanza como dice el poeta Gamoneda, es precisamente la posibilidad de esa proscripción.

No hay posibilidad de crecer, fundar un territorio donde el amor, el deseo, la alegría, la vida sean posibles sin esa proscripción. Y Vicky, que como toda verdadera poeta conoce ese camino mejor que nadie, toma y crece de su propia voz, de su propia humanidad como una fruta.


Para terminar, quiero decir que en un momento, en el que se escribe mucho como se anda a oscuras, sin indagar a los nombres, reverenciando las cosas desde lejos para no tocarlas, en fin sin rebelarse, ni revelarse ante nada, la poesía de Vicky es faro. Guiado por ese faro, atravesé Una tierra tomado por la belleza. Siento que sus palabras, cuando hablan, cuando las hace decir, me colocan ante una intimidad que al primer contacto, al primer roce se abre como el pudor que puede sentirse delante de las cosas puras. Y pienso que esa pureza, de la palabra como invocación, como gran realizadora, es la pureza de la poesía. La poesía, como la expresa Vicky, implica valentía.

Mucha valentía que hay que tener en el corazón, para dejar de lado nuestros miedos, nuestras ataduras, para que esa fuerza, esa magia incrustada en nosotros no se quede en el simple hecho de nombrar para sufrir o para desvanecerse.

No se me ocurre llamar a ese valor de otra manera que no sea amor.

Gracias Vicky por partir y compartir esta alegría, porque vuelvo a confirmar y a celebrar la fuerza, el valor y el amor de tus palabras para abrir e iluminar este misterio bendito que es la poesía.

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