Pier Paolo Pasolini: La luz de Caravaggio
Todo lo que yo puedo saber acerca de Caravaggio es lo que dijo sobre él Longhi. Es verdad que Caravaggio fue un gran inventor, y por tanto un gran realista. ¿Pero qué inventó Caravaggio? Para responder a esta pregunta, que no me planteo por pura retórica, no puedo más que remitirme a Roberto Longhi. Caravaggio inventó, primero: un nuevo modo que según la terminología cinematográfica se denomina “profílmico”, y con esto entiendo todo lo que está delante de la cámara cinematográfica: es decir, Caravaggio inventó todo un mundo a poner delante del caballete en su estudio: tipos nuevos de personas, en el sentido social y caracterológico, tipos nuevos de objetos, tipos nuevos de paisajes.
Segundo: inventó una nueva luz: sustituyó la luz universal del Renacimiento platónico por una luz cotidiana y dramática. Tanto los nuevos tipos de personas y de cosas como el nuevo tipo de luz, Caravaggio los inventó porque los vio en la realidad. Se dio cuenta de que a su alrededor -excluidos por la ideología cultural vigente desde hacía casi dos siglos- había hombres que no eran horas del día, formas de iluminación lábiles pero absolutas, que nunca habían sido reproducidas y al haberse alejado cada vez más del uso y de la norma, habían acabado siendo escandalosas y, por lo tanto, olvidadas. Tanto que probablemente los pintores, y en general los hombres hasta Caravaggio probablemente no las veían siquiera.
La tercera cosa que inventó Caravaggio es un diafragma (también él luminoso, pero de una luminosidad artificial que pertenece sólo a la pintura y no a la realidad) que separa tanto a él, el autor, como a nosotros, los espectadores, de sus personajes, de sus naturalezas muertas, de sus paisajes. Este diafragma, que traspone las cosas pintadas por Caravaggio en un universo separado, en cierto sentido muerto, al menos respecto de la vida y del realismo con que esas cosas habían sido percibidas y pintadas, ha sido estupendamente explicado por Roberto Longhi con la suposición de que Caravaggio pintaba mirando sus figuras reflejadas en un espejo. Tales figuras eran las que Caravaggio había elegido de la realidad, descuidados aprendices de frutero, mujeres del pueblo jamás tomadas en consideración, etc., y también ellas estaban inmersas en esa luz real de una hora cotidiana concreta, con todo su sol y toda su sombra: y sin embargo…, sin embargo, dentro del espejo todo parece como suspendido, como con un exceso de verdad, un exceso de evidencia, que lo hace parecer muerto.
Puedo amar críticamente la opción realista de Caravaggio de recortar en los personajes y en los objetos el mundo a pintar; puedo amar, aún más, críticamente, la invención de una nueva luz donde hacer acaecer los inmóviles acontecimientos. Sin embargo, en cuanto al realismo se precisa una buena dosis de historicismo para identificarlo en toda su imponencia: al no ser yo un crítico de arte, y viendo las cosas desde una perspectiva histórica falsa y escueta, en definitiva a mí el realismo de Caravaggio me parece un hecho bastante normal, superado a lo largo de los siglos por otras, nuevas formas de realismo. En cuanto a la luz, puedo apreciar su invención estupendamente dramática, pero por una forma estética mía particular -debida quién sabe a qué maniobras de mi subconsciente- no amo las invenciones de formas. Un nuevo modo de percibir la luz me entusiasma mucho menos que un nuevo modo de percibir, pongamos, la rodilla de una virgen bajo el manto o el escorzo del primer plano de un santo: amo las invenciones y las aboliciones de los claroscuros, de las geometrías, de las composiciones. Ante el caos luminoso de Caravaggio me quedo admirado pero un poco distanciado (si es mi opinión estrictamente personal lo que aquí se quiere conocer). La que me entusiasma es la tercera invención de Caravaggio: es decir, el diafragma luminoso que hace de sus figuras unas figuras apartadas, artificiales, como reflejadas en un espejo cósmico. Aquí los rasgos populares y realistas de los rostros se pulimentan en una caracterología mortuoria, y así la luz, aun estando tan empapada del instante del día en el que está captada, se fija en una grandiosa máquina cristalizada. No sólo el Baco joven está enfermo, sino también su fruta. Y no sólo el Baco joven, sino todos los personajes de Caravaggio están enfermos, ellos, que deberían ser por definición vitales y sanos, tienen, en cambio, la piel deslucida por una cenicienta palidez de muerte.
Segundo: inventó una nueva luz: sustituyó la luz universal del Renacimiento platónico por una luz cotidiana y dramática. Tanto los nuevos tipos de personas y de cosas como el nuevo tipo de luz, Caravaggio los inventó porque los vio en la realidad. Se dio cuenta de que a su alrededor -excluidos por la ideología cultural vigente desde hacía casi dos siglos- había hombres que no eran horas del día, formas de iluminación lábiles pero absolutas, que nunca habían sido reproducidas y al haberse alejado cada vez más del uso y de la norma, habían acabado siendo escandalosas y, por lo tanto, olvidadas. Tanto que probablemente los pintores, y en general los hombres hasta Caravaggio probablemente no las veían siquiera.
La tercera cosa que inventó Caravaggio es un diafragma (también él luminoso, pero de una luminosidad artificial que pertenece sólo a la pintura y no a la realidad) que separa tanto a él, el autor, como a nosotros, los espectadores, de sus personajes, de sus naturalezas muertas, de sus paisajes. Este diafragma, que traspone las cosas pintadas por Caravaggio en un universo separado, en cierto sentido muerto, al menos respecto de la vida y del realismo con que esas cosas habían sido percibidas y pintadas, ha sido estupendamente explicado por Roberto Longhi con la suposición de que Caravaggio pintaba mirando sus figuras reflejadas en un espejo. Tales figuras eran las que Caravaggio había elegido de la realidad, descuidados aprendices de frutero, mujeres del pueblo jamás tomadas en consideración, etc., y también ellas estaban inmersas en esa luz real de una hora cotidiana concreta, con todo su sol y toda su sombra: y sin embargo…, sin embargo, dentro del espejo todo parece como suspendido, como con un exceso de verdad, un exceso de evidencia, que lo hace parecer muerto.
Puedo amar críticamente la opción realista de Caravaggio de recortar en los personajes y en los objetos el mundo a pintar; puedo amar, aún más, críticamente, la invención de una nueva luz donde hacer acaecer los inmóviles acontecimientos. Sin embargo, en cuanto al realismo se precisa una buena dosis de historicismo para identificarlo en toda su imponencia: al no ser yo un crítico de arte, y viendo las cosas desde una perspectiva histórica falsa y escueta, en definitiva a mí el realismo de Caravaggio me parece un hecho bastante normal, superado a lo largo de los siglos por otras, nuevas formas de realismo. En cuanto a la luz, puedo apreciar su invención estupendamente dramática, pero por una forma estética mía particular -debida quién sabe a qué maniobras de mi subconsciente- no amo las invenciones de formas. Un nuevo modo de percibir la luz me entusiasma mucho menos que un nuevo modo de percibir, pongamos, la rodilla de una virgen bajo el manto o el escorzo del primer plano de un santo: amo las invenciones y las aboliciones de los claroscuros, de las geometrías, de las composiciones. Ante el caos luminoso de Caravaggio me quedo admirado pero un poco distanciado (si es mi opinión estrictamente personal lo que aquí se quiere conocer). La que me entusiasma es la tercera invención de Caravaggio: es decir, el diafragma luminoso que hace de sus figuras unas figuras apartadas, artificiales, como reflejadas en un espejo cósmico. Aquí los rasgos populares y realistas de los rostros se pulimentan en una caracterología mortuoria, y así la luz, aun estando tan empapada del instante del día en el que está captada, se fija en una grandiosa máquina cristalizada. No sólo el Baco joven está enfermo, sino también su fruta. Y no sólo el Baco joven, sino todos los personajes de Caravaggio están enfermos, ellos, que deberían ser por definición vitales y sanos, tienen, en cambio, la piel deslucida por una cenicienta palidez de muerte.
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