lunes, julio 16, 2007

Alfonsina Storni: Un viaje hacia la tierra del danzón

Por María del Carmen Colombo


"Cuando cambian los vientos/ el alma femenina se trastorna y varía"

A partir de su libro Ocre, publicado en 1925, Alfonsina cambia de aires; abandona las grandes masas ardientes del Zonda e ingresa, lentamente, en el territorio de la sudestada. El desprendimiento supone, entre otras cosas, la despedida de su amante-padre literario, Rubén Darío, ante quien reconoce: "otras formas me atraen, otros nuevos colores". La dona e´ móbile pero no una pluma, porque la sostiene el peso de sus condiciones materiales, monedas que cuenta como las primaveras, sus ideas: "otra ha de ser mi poesía de mañana", decía ya en 1920, en su libro Languidez. Nunca mejor traducido ese mañana que por la travesía poética que emprende, cinco años después.
Atenta siempre a los cambios de estación, a la intemperie del tiempo personal e histórico, su voz avanza hacia la tierra del danzón: zona del desencanto, hasta el oro de unas rimas se descubre, falso, ante el cansado soplo de la muerte. Esa caída en la cuenta del tiempo, esa conciencia de la finitud genera en quien habla en los textos de Ocre un estado de alerta que sorprende a sus lectoras del 2000, no sólo por la precocidad del suceso (“en mi año treinta y uno”, lo fecha Alfonsina).
Brisas humedecidas del sudeste desarman la escenografía tradicionalmente asignada a una mujer en edad madura. En la escena de representación, la humana cabeza se enfría, toma distancia y contempla el propio drama como desde afuera: la tristeza se aligera y muda en melancolía, la pesadez de lo cómico se transforma en humor, ironía, la antigua furia en inteligente desafío de payadora: tonos, matices de la voz otoñal que hablan de una apuesta de Alfonsina por el rodeo, la visión indirecta necesaria para vencer al monstruo del desengaño, rey devorante que impide al lobezno corazón alzar el vuelo.
Si en Ocre predominan los tonos y los matices de la voz, en Mundo de siete pozos (1924) el trabajo es con el ritmo y el espacio. Versos emparentados con la prosa o ritmos liberados de la rima dan entrada a la materia espacial, los poemas van dibujando sus delgadas siluetas, a veces en su arrastrado andar las palabras sacan lustre al piso de la página, cortes y encabalgamientos escanden una respiración jadeada. Otras veces es el decir caminado de la conversación, giros y acentos del habla popular, sutileza de la picardía propia de las voces colectivas, ecos y reverberaciones del Río de la Plata: "No era muy grande mi amor,/ no era muy alto/ nunca lo vi en traje de baño", dice en la "Balada arrítimica para un viajero". Los recursos de la vanguardia sirvieron a Alfonsina para alumbrar, entre otras cosas, una musicalidad compleja y de variada estructuración, más afín con la movilidad creativa, con el baile de su inteligencia. Sin embargo, su autora, una mujer acostumbrada a poner el cuerpo, caracterizó a este libro como "demasiado difuminado".
Si bailando habla el ser humano, y si el baile, como dicen, es la corporalidad del canto, puedo suponer que acaso la voz que habla en Mascarilla y trébol (1938) haya imitado la gravedad sin peso de los cuerpos que obedecen el orden y la aventura de un baile: Alfonsina lo llamó danzón, nosotras lo llamamos tango: Una tarde, borracha de tus uvas/ amarillas de muerte, Buenos Aires/que alzas en sol de otoño en las laderas/ enfriadas del oeste, en los tramontos// vi plegarse tu negro Puente Alsina/ como un gran bandoneón y a sus compases/ danzar tu tango entre haraposas luces/ a las barcazas rotas del Riachuelo:// sus venenosas aguas, viboreando/ hilos de sangre; y la hacinada cueva; y los bloques de fábricas mohosas,// echando alientos, por las chimeneas,/ de pechos devorados, machacaban/ contorsionados su obsedido llanto.
Nota: Entre las justicias que Borges nunca administró se encuentra su actitud de continuo silenciamiento y desprecio ante la voz poética de Alfonsina, que ya cargaba sobre sí, yugo al cuello, la indiferencia de Lugones, el admirador de "Mi noche Triste", de Pascual Contursi, considerada por él como el mejor tratado sobre la ausencia. Borges, el escritor genial, el lector sutilísimo, el hombre que abrió sus oídos a Carriego, el mismo que afirmó "el tango está en el tiempo, en los desaires del tiempo", renegó del decir poético de Alfonsina, emparentado de muchas formas con la música y el imaginario del territorio que él gobernó con bastón de patriarca y ojo de patrón. Inclasificable, incorregible en términos borgeanos, resultó la voz de esta mujer que desde el margen acercaba asociaciones complejas e inesperadas para un escritor anclado quizás en otro siglo. Alfonsina fue más allá, volaba hacia el futuro, y en el 2000, también, la esperaban sus lectoras.

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