Urgente: Geografía de la propaganda isrelí
Reproducimos a continuación la excelente nota aparecida hoy en el diario Página/12
Por Robert Fisk *
Por Robert Fisk *
Todo depende de dónde viva uno. Esa es la geografía de la propaganda israelí, diseñada para demostrar que los blandengues como nosotros –liberalitos que mimamos bebés en nuestros hogares seguros de Occidente– no nos damos cuenta del horror de las 12 (ahora 20) muertes de israelíes en 10 años, de los miles de cohetes y el inimaginable trauma y estrés de vivir cerca de Gaza.
Olvidemos los 600 palestinos muertos allí en ese lapso; viajar en los dos lados del Atlántico en las dos semanas pasadas ha sido una experiencia instructiva, por no decir extrañamente repetitiva.
Fue algo así: en Toronto abrí el diario derechista National Post y me encontré a Lorne Gunter tratando de explicar a los lectores lo que se siente estar bajo un ataque con cohetes palestinos. “Suponga el lector que vive en el suburbio de Don Mills, en Toronto, y que los pobladores del suburbio de Scarborough –ubicado a unos 10 kilómetros– lanzaran 100 cohetes diarios a su patio, a la escuela de su hijo, al centro comercial de su calle y al consultorio de su dentista...”
¿Captan el mensaje? Ocurre, claro, que los pobladores de Scarborough son marginados, con frecuencia nuevos inmigrantes –muchos de Afganistán–, en tanto los de Don Mills son en su mayoría de clase media, entre ellos cierto número de musulmanes. Nada mejor que encajar un puñal en la sociedad multicultural canadiense para mostrar por qué Israel está totalmente justificado en su represalia contra los palestinos.
En un periplo a Montreal, dos días después, eché un ojo al periódico La Presse, en lengua francesa. Y sí, había un artículo firmado por 16 escritores, académicos y economistas pro israelíes que trataban de explicar lo que se siente estar bajo el fuego de cohetes palestinos. “Imaginen por un momento que los niños de Longueil viven día y noche en el terror, que los negocios, tiendas, hospitales y escuelas son blancos de terroristas ubicados en Brossard.” Longueil, debe añadirse, es una comunidad de negros e inmigrantes musulmanes, afganos e iraníes. Pero, ¿quiénes son los “terroristas” de Brossard?
Dos días más tarde estoy en Dublín. Abro The Irish Times y encuentro una carta en la que el embajador israelí en Irlanda intenta explicar a esa nación lo que se siente estar bajo el fuego de cohetes palestinos. ¿Adivinan lo que sigue? Claro que sí. “¿Qué harían ustedes –pregunta Zion Evonry a los lectores– si Dublín fuera sujeta a un bombardeo de 8 mil cohetes y morteros...?” Y así sucesivamente.
Inútil es decir que estoy a la espera de que esos escritores nos pregunten cómo nos sentiríamos si viviéramos en Don Mills o Brossard o Dublín y estuviéramos bajo el fuego de aviones supersónicos y tanques Merkava y miles de soldados cuyos proyectiles y bombas vuelan en pedazos a 40 mujeres y niños fuera de una escuela, descuartizan familias enteras en sus camas y que, después de casi una semana, han dado muerte a 200 civiles y causado lesiones a 600.
En Irlanda, mi justificación favorita de este baño de sangre provino de mi viejo amigo Kevin Myers. “La cuota de muertes en Gaza es, por supuesto, estremecedora, aterradora, indescriptible –deploró–. Sin embargo, no se compara con la cuota mortal de israelíes si Hamas lograra sus objetivos.” ¿Entienden? La masacre en Gaza se justifica porque Hamas haría lo mismo si pudiera, aunque no lo haga porque no puede.
Se necesitó un Fintan O’Toole, filósofo en jefe residente del Irish Times, para decir lo indecible: “¿Cuándo expira el mandato de victimidad? –preguntó–. ¿En qué punto el genocidio nazi de los judíos en Europa deja de exculpar al Estado de Israel ante las demandas del derecho internacional y el derecho común de la humanidad?”.
Lo que sospecho, sin embargo, es que la separación y casi guerra civil entre Hamas y la Autoridad Palestina tiene mucho en común con la división entre el Estado Libre Irlandés y las fuerzas opositoras al tratado que condujo a la guerra civil irlandesa de 1922-23; que la negativa de Hamas a reconocer a Israel, y la de los enemigos de Michael Collins que rehusaron reconocer el tratado angloirlandés y la frontera con Irlanda del Norte, son tragedias que también tienen mucho en común. Hoy, Israel desempeña el papel de Gran Bretaña, al conminar a quienes están por el tratado (Mahmud Abbas) a destruir a quienes están en contra (Hamas).
Terminé la semana en uno de esos debates del Servicio Mundial de la BBC, en el que un fulano del Jerusalem Post, uno de Al Jazeera, un académico británico y quien escribe ejecutaron los acostumbrados pasos de baile en torno de la catástrofe en Gaza. En el momento en que mencioné que 600 palestinos muertos por 20 israelíes muertos en Gaza en 10 años era algo grotesco, los escuchas pro israelíes me condenaron por dar a entender (cosa que no hice) que sólo 20 israelíes han perecido en todo Israel en 10 años. Desde luego que han muerto cientos de israelíes fuera de Gaza en ese tiempo, pero lo mismo ha ocurrido con miles de palestinos.
Mi momento favorito llegó cuando señalé que los periodistas deberíamos estar del lado de quienes sufren. Si habláramos del comercio de esclavos en el siglo XVIII, no le daríamos igualdad de tiempo al capitán del navío de esclavos en nuestros reportes. Si cubriéramos la liberación de un campo de concentración nazi, no le daríamos igualdad de tiempo al vocero de las SS. A lo cual un periodista del Jewish Telegraph de Praga respondió que “las fuerzas de defensa de Israel no son Hitler”. Claro que no. Pero, ¿quién dijo que lo fueran?
Olvidemos los 600 palestinos muertos allí en ese lapso; viajar en los dos lados del Atlántico en las dos semanas pasadas ha sido una experiencia instructiva, por no decir extrañamente repetitiva.
Fue algo así: en Toronto abrí el diario derechista National Post y me encontré a Lorne Gunter tratando de explicar a los lectores lo que se siente estar bajo un ataque con cohetes palestinos. “Suponga el lector que vive en el suburbio de Don Mills, en Toronto, y que los pobladores del suburbio de Scarborough –ubicado a unos 10 kilómetros– lanzaran 100 cohetes diarios a su patio, a la escuela de su hijo, al centro comercial de su calle y al consultorio de su dentista...”
¿Captan el mensaje? Ocurre, claro, que los pobladores de Scarborough son marginados, con frecuencia nuevos inmigrantes –muchos de Afganistán–, en tanto los de Don Mills son en su mayoría de clase media, entre ellos cierto número de musulmanes. Nada mejor que encajar un puñal en la sociedad multicultural canadiense para mostrar por qué Israel está totalmente justificado en su represalia contra los palestinos.
En un periplo a Montreal, dos días después, eché un ojo al periódico La Presse, en lengua francesa. Y sí, había un artículo firmado por 16 escritores, académicos y economistas pro israelíes que trataban de explicar lo que se siente estar bajo el fuego de cohetes palestinos. “Imaginen por un momento que los niños de Longueil viven día y noche en el terror, que los negocios, tiendas, hospitales y escuelas son blancos de terroristas ubicados en Brossard.” Longueil, debe añadirse, es una comunidad de negros e inmigrantes musulmanes, afganos e iraníes. Pero, ¿quiénes son los “terroristas” de Brossard?
Dos días más tarde estoy en Dublín. Abro The Irish Times y encuentro una carta en la que el embajador israelí en Irlanda intenta explicar a esa nación lo que se siente estar bajo el fuego de cohetes palestinos. ¿Adivinan lo que sigue? Claro que sí. “¿Qué harían ustedes –pregunta Zion Evonry a los lectores– si Dublín fuera sujeta a un bombardeo de 8 mil cohetes y morteros...?” Y así sucesivamente.
Inútil es decir que estoy a la espera de que esos escritores nos pregunten cómo nos sentiríamos si viviéramos en Don Mills o Brossard o Dublín y estuviéramos bajo el fuego de aviones supersónicos y tanques Merkava y miles de soldados cuyos proyectiles y bombas vuelan en pedazos a 40 mujeres y niños fuera de una escuela, descuartizan familias enteras en sus camas y que, después de casi una semana, han dado muerte a 200 civiles y causado lesiones a 600.
En Irlanda, mi justificación favorita de este baño de sangre provino de mi viejo amigo Kevin Myers. “La cuota de muertes en Gaza es, por supuesto, estremecedora, aterradora, indescriptible –deploró–. Sin embargo, no se compara con la cuota mortal de israelíes si Hamas lograra sus objetivos.” ¿Entienden? La masacre en Gaza se justifica porque Hamas haría lo mismo si pudiera, aunque no lo haga porque no puede.
Se necesitó un Fintan O’Toole, filósofo en jefe residente del Irish Times, para decir lo indecible: “¿Cuándo expira el mandato de victimidad? –preguntó–. ¿En qué punto el genocidio nazi de los judíos en Europa deja de exculpar al Estado de Israel ante las demandas del derecho internacional y el derecho común de la humanidad?”.
Lo que sospecho, sin embargo, es que la separación y casi guerra civil entre Hamas y la Autoridad Palestina tiene mucho en común con la división entre el Estado Libre Irlandés y las fuerzas opositoras al tratado que condujo a la guerra civil irlandesa de 1922-23; que la negativa de Hamas a reconocer a Israel, y la de los enemigos de Michael Collins que rehusaron reconocer el tratado angloirlandés y la frontera con Irlanda del Norte, son tragedias que también tienen mucho en común. Hoy, Israel desempeña el papel de Gran Bretaña, al conminar a quienes están por el tratado (Mahmud Abbas) a destruir a quienes están en contra (Hamas).
Terminé la semana en uno de esos debates del Servicio Mundial de la BBC, en el que un fulano del Jerusalem Post, uno de Al Jazeera, un académico británico y quien escribe ejecutaron los acostumbrados pasos de baile en torno de la catástrofe en Gaza. En el momento en que mencioné que 600 palestinos muertos por 20 israelíes muertos en Gaza en 10 años era algo grotesco, los escuchas pro israelíes me condenaron por dar a entender (cosa que no hice) que sólo 20 israelíes han perecido en todo Israel en 10 años. Desde luego que han muerto cientos de israelíes fuera de Gaza en ese tiempo, pero lo mismo ha ocurrido con miles de palestinos.
Mi momento favorito llegó cuando señalé que los periodistas deberíamos estar del lado de quienes sufren. Si habláramos del comercio de esclavos en el siglo XVIII, no le daríamos igualdad de tiempo al capitán del navío de esclavos en nuestros reportes. Si cubriéramos la liberación de un campo de concentración nazi, no le daríamos igualdad de tiempo al vocero de las SS. A lo cual un periodista del Jewish Telegraph de Praga respondió que “las fuerzas de defensa de Israel no son Hitler”. Claro que no. Pero, ¿quién dijo que lo fueran?
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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