lunes, enero 16, 2006

FABULACIONES DE LA PERSONA (…)*Por Jorge Monteleone




















Si Oliva fundaba su novedad en el anacronismo finisecular, la poesía de María del Carmen Colombo va en la dirección opuesta: su fin de siglo es del año 2000 y en ese presente todo es novedoso e inesperado. Su libro de prosas poéticas La familia china no se parece a nada, salvo que su capacidad de metamorfosis evoque a Marosa di Giorgio y su absorta naturalización de lo extraño recuerde a Felisberto Hernández. En todo caso su extraña combinación es un discurso que conviene al Buenos Aires de estos días, no tanto porque su paisaje social ha sufrido numerosas mutaciones, sino porque ese hecho ha modificado sin duda los hábitos de percepción y los modelos discursivos. El “orientalismo” de La familia china es puramente escenográfico y barrial: sus chinos se basan en los clisés sociales que los inmigrantes coreanos pueden representar en un populoso conventillo de Villa Crespo o en cualquier barrio de Buenos Aires. Sus imágenes mezclan los lugares comunes del criollismo urbano con las caricaturas de la inmigración, los resabios líricos de las chinoiseries con súbitos lujos del idioma en una miniatura del todo oriental. Todo eso no construye una postal sino un prisma, un objeto raro, una invención literaria. Un solo ejemplo: “Son chinas las tres chicas, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol exótico”. La descripción anterior, sin embargo, no explica el encanto de la mezcla y los reverberos de sus cadenas asociativas, su primoroso sinsentido. Esta combinación no descubre ninguna mirada, ninguna conciencia, ningún habla particular porque así comienzan con esta poética mascarada, “los deshielos de la personalidad”.* (Véase Puentes/Pontes, poesía argentina y brasileña contemporánea,Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003)

SUMA VIVA *Por Susana Cerdá

La familia china es un conjunto de textos poéticos instalados al borde del género, que condensan una tradición de marginalidad, humor, disparate, lirismo, disonancia y metáfora pura en la que relumbran Macedonio, Artl, Cortázar, Girando, Nora Langhe, y Osvaldo Lamborghini, entre otros. Suma viva que logra atravesar estas lecturas y resurgir con voz propia, tan libre como irreverente. En esta rítmica combinación de lo coloquial con la risa erudita, música de imágenes novísimas constituyen un mapa de múltiples recorridos, en la minucia y en la desmesura. Los ojos semicerrados, achinados, miran sin pestañear, no se inmutan, y siguen observando lo que parece imposible de ser visto, con una sonrisa impávida, permisiva, en un efecto de sin censura. Mirada abierta, bucólica, desaforándose en una escucha que suena ilimitada en su manera de soslayar lo más grave con lo más agudo, o lo más pequeño. Dibujo oriental, que pareciera eludir una tercera dimensión a cambio de una cuarta. Leemos: “Cuando el ideal baja a la Tierra, con la fuerza que derriba las barricadas metafísicas, sus pies de niebla pequeña sienten la alegría del descenso”. Lo abstracto se da la mano con lo concreto indefinidamente, conformando una de las escrituras más originales de la literatura argentina actual. No hay ingenuidad alguna en este juego entre el saber y la experiencia, la luz y las sombras, donde el accidente poético desborda toda ley. Lo chino no podría ser otra cosa, en el sentido de que parece resumir una reflexión tan amplia como acotada. Se dice de lo chino, a sabiendas, y eso acentúa una rebeldía que la risa intenta suavizar, en esta escritura metafísica, que no para de reír y fascinarse, a un tiempo, por todo. ¿Pasea por Oriente? Más bien es un brillante paseo por Occidente, que alcanza su viceversa. El elemento yin fluye como el agua y no deja de sonreír nunca. El efecto más intenso que esta voz produce es el de la alegría, entendida en su sentido más esencial, como la libertad del movimiento ante la relatividad y la absolución de las que sólo la lengua es capaz. Poderosa voz creciendo, de las ruinas de una cultura, aliviada de temor, y por lo tanto, de sentido, desapegada. Tan personal, que parece nombrar todo por primera vez. De una soñada síntesis, o de un sensualísimo choque entre Oriente y Occidente, arremete entonces, esta poética, plena de gracia, que no deja títere con moraleja.*Diario de Poesía, N 55. Buenos Aires, primavera 2000, pp. 201 a 209

LA FAMILIA CHINA *Por Susana Villalba

No porque el rostro de Colombo alimente la suposición de algún antepasado chino en sus genes sino por ciertos guiños en los textos sospecho que esos chinos sospechosos o sospechados podemos ser nosotros. Y cuando digo nosotros no sé si me refiero a los poetas, a los integrantes de una familia o a los integrantes de este país o a ciertos de ellos o a todo esto, mezclado. Cómo contar poéticamente la historia de una familia, cómo contar poéticamente la historia de un país, cómo hacer metáfora sin que se vea la enagua debajo del kimono? Que se vea pero en hermosa mezcla, combinación, superposición que suma bellezas que parecen contrapuestas pero más cercanas de lo que se supone, tarea de la poesía. Esto es lo que logra Colombo, el conventillo tan fuera de lugar como el obi y al mismo tiempo ambos igualmente centrales. Sudacas, exiliados dentro de una familia, de un barrio y dentro de un país de quienes apenas se ven algunas líneas de lo que es un complejo dibujo, una manera de soltarse el rodete, una forma de mover las manos al hablar que también tiene un significado. Ideogramas que hay que leer de adelante hacia atrás y sabiendo interpretar los espacios. Cómo contar alguna trama? Por esos fragmentos que no se ven sin una lupa, deteniéndose en un gesto del pincel o en un momento silencioso en que el pincel queda suspendido. Haciendo aparecer en aparente azar algunos mosaicos que, se sospecha, desplegados como los antiguos libros en códice mostrarían acordeonado orden una historia. Historia cifrada en pictogramas. Se despliega como un bandoneón? Como un biombo al desplegarse muestra que algo se oculta. Como un abanico o como una pantalla china? La pantalla muestra un leve símbolo que representa mucho más. El abanico suma varilla tras varilla. Colombo trabaja de ambas maneras a la vez. Cada texto es como un grabado o como una iluminación (en el sentido de Rimbaud) y a la vez una parte de esa historia que hacia el final se descubre como piel bajo la piel del tatuaje. Cuerpo que cobra mayor dimensión por estar cubierto de símbolos, símbolos que cobran mayor dimensión por estar trenzados con un cuerpo. Hacia el final no cae un telón sino que se abre, telón del kimono. Por descuido o seducción de la tatuada o porque nosotros hemos querido ver más, luego de acercarnos dibujo por dibujo queremos ver en mural ese demiurgo inscripto en cuerpo de madre, de mujer rara como una china, como una mujer. Ese padre plegado sobre sí pero proyectando su sombra, esas hermanas unidas pero separadas, ninguna de ellas repetirá la disciplina sumié sin equivocar algunos trazos, afortunadamente. Y ese hermano ¿oculto? exiliado? bastardo? trasvestido? Susurra: Ni olvido ni perdón. Paledón? Piletón? Perdón? No entender! No entender! De dónde sale esta primera persona de pronto? De dónde sale este hermano chino más argentino que Rácing y montado en el caballo de la cólera y el deshonor? Nuestra historia es una historia china, como decimos cuando no sabemos por dónde empezar. Y en cada uno está trenzada con una historia china personal, pantallazas de imágenes fijadas como grabado; por alguna razón se recorta nítido ese fragmento y no otro. Poesía objetivista, subjetivista? Minucioso objetivismo totalmente subjetivo en esta poesía oculta en una narración oculta en la poesía. La autora, como el teatro Noh el narrador cuenta desde un costado de la escena, no es omnisciente pero de los dibujos ve los intersticios entre una y otra figura. Porque los poetas somos chinos, de mirada oblicua y sexo trasversal. Como los chinos tuvimos antaño un papel grandioso. Pero vence el metal que acuñan las espadas, cuando lucen de modo firme duradero. Como esos fuegos artificiales que inventaron los chinos, somos cañitas voladoras, ardiente caravana en busca de un oasis. Eternidad, eso anhelamos al sembrar con paciencia (china) en nuestra salamandra lo que no se cosecha, ave fénix, dragones unicornios, ninguna utilidad sólo ilusiones en espiral viajaron por los antiguos alambiques. ¡gastar en salvas una vida! En la hoguera de un tiempo sin sustancia nos fuimos consumiendo hasta desvanecernos en el cielo como espigas fugaces. De los chinos, ya se sabe, es más grande su mito que su tierra.•Texto de presentación del libro La familia china, en Babilonia, noviembre 1999.

sábado, enero 14, 2006

LA MUDA ENCARNACIÓN DE COLOMBO * Por Diana Bellessi

Con un ideal de tersura barroca en la representación y apropiándose de una sofis-ticada tradición literaria, Colombo abre paso a los “salvajes nacionales”: Discépolo, el sainete, Artl, la parodia a la gauchesca desde Estanislao del Campo hasta Lamborghini. Al borde de la desintegración sintáctica y montado en un ritmo arrasador, este libro atraviesa la tradición antedicha con la mirada de una mujer que sustenta un feminismo “bárbaro” –no programático, ni siquiera del todo auto consciente--, donde la luz del escenario abandona el relincho del caballo del héroe para enfocar el rumiar metafísico de –al decir de Colombo— la yo-vaca. *El Cronista Cultural, viernes 24 de diciembre, 1993

martes, enero 10, 2006

NOTAS AL PIE DE LA FAMILIA CHINA * Por Susana Cerdá

Hemos sido redimidos de la gauchesca. Hemos sido redimidos de la gauchesca. Especialmente de Hernández. Lo yin. El verdadero reino de lo femenino. Sin fronteras? (Un abanico se despliega adentro de la copa. Le tiran a matar y cae por la garganta del limbo. Ese exhibicionista.) Desarmando con una técnica parecida el mito del hombre disfrazado de otra. Así, ella vestida de ello, describe el temor que sostiene un estilo. Un padre frío se sobresalta al recuerdo del golpe seco de una sombrilla. Tanto va el cántaro a la fuente que al final babearás. Síntesis de un narcisismo agotado. El abuelo es una manifestación. La abuela se asoma como el control paranoico y social a una escucha (poética), que se vuelve solapada en la rima. Misoginia de Artl. Estudio sobre su vida y obra. Tratado de filosofía? Mishima. Oriente y Desoriente. Objetivismo. Desmitificación del aplauso. ¿Desde el parto?? Lo cuántico. El alumbramiento. La nada. La mirada desde el arbusto. Situada en la planta. Abrazo de la luz y de la sombra. Lo uno. Estudio acerca del error. Onomatopeya de la epopeya. Sarcasmo del sonido. Decadencia de Oriente. Al fin. La locura como catarsis de la locura. El poder redentor del erotismo. La búsqueda sin fin. Esa nueva intimidad.*Texto inédito.

MARÍA DEL CARMEN COLOMBO : CONCIERTO BARROCO * Por Pablo Ananía

Extraños y fantásticos estos textos de Colombo, extraño estilo barroco/humorístico/
oriental/porteño. Son poemas en prosa encantatorios y conmovedores, eróticos, deslumbrantes. Hay sobre todo uno ("El Mar de la China", que aquí se reproduce) que debe leerse varias veces. Es como un magnífico, mínimo concierto barroco. Quien esto escribe tiene el explícito permiso de Alejo Carpentier, al cual lo ata una fluida y permanente conversación, ya que es precisamente ese libro suyo uno de los dos (el otro es Bartleby) de los cuales el comentador nunca podrá desapegarse ni aunque Alberto Girri resucite para abominar de sus lecturas. ¿Demasiada mescolanza? Es posible. Pero no es sencillo a cierta edad encontrar a alguien que ha logrado con arte y artesanía ponerle el cascabel a esa noción abstracta de Belleza con la que los poetas navegamos sin brújula y sin sentido (sin significados). No hay otra alternativa después de la lectura de este libro de Colombo que entrar en estado de confusión, y si aparece Girri en la ensalada es (por dicha) porque he encontrado también en estos textos que es posible (ahora ya no me caben dudas) reflexionar con la música y con las substancias polícromas del arte de la pintura, sobre todo si se la intenta "con el fino pincel de las pestañas". Y de esa extraña armonía tan lograda procede el deleite especial que produce la lectura de "La familia china". La Música, creo saberlo aunque me resulte muy duro demostrarlo con la escritura, es un signo absoluto: a tal sonido o conjunto de sonidos corresponde esencialmente tal estado de la naturaleza o tal ser, tal pensamiento o tal afecto amoroso... ¿Habrá encontrado Colombo un camino para acercarnos al misterio de la Música, del Poema? ¿Cómo hizo para cantar en esa lengua?

LA ESTÉTICA DE LA PROVOCACIÓN * Por Delia Pasini


















Hecho de tiempo y circunstancia, lo extemporáneo del lenguaje poético es su propio exilio.Me gustaría recordar la concepción de Wallace Stevens acerca de la poesía: “La imagen desnuda y la imagen como símbolo son el contraste: la imagen sin sentido y la imagen como sentido. Cuando se usa la imagen para sugerir algo más, es secundaria. La poesía, como algo imaginativo, consiste en algo más de lo que yace en la superficie”. Hoy, muchos libros que pretenden ser “poesía”, no trascienden ese discurso que yace en la superficie. Por eso me alegro ante La muda encarnación. Lenguaje poético que atraviesa el límite de la lógica –que representa nuestra necesidad de coherencia, es decir, de certeza— y de la decepción –encarnada en nuestra percepción de que la vida es algo más que una fórmula exacta, de que hay algo que se nos escapa de las manos. El hecho poético transcurre precisamente en ese lugar, en lo inasible, y esa inasibilidad nos perturba, nos emociona, nos ilumina al desencajarnos, porque nos devuelve nuestro propio sentido, lo pone en juego, para volver a perderlo, lo pone en riesgo. El hecho poético sucede en el riesgo. El lenguaje de María del Carmen Colombo, desde Blues del amasijo hasta cierta parte de este libro, es esgrimido como un cuchillo que provoca temor, porque hiere. Es un lenguaje punzante, donde la palabra no es celebratoria; tampoco blasfema: una estética de la provocación, que aleja al lenguaje del “bien decir”, del purismo, y lo utiliza como dialecto de la degradación. Es el lenguaje de la corrupción, de la suciedad, esa palabra que nos recuerda nuestra identidad. Hay algo idealizado: lo que no se posee. Ni la belleza de una estética gozosa, yo diría transparente, ni la luminosidad del territorio, limitado por la carencia de los sujetos. Eso idealizado, que se mira como “esas cosas que nunca se alcanzan”, ese mundo ´ancho y ajeno´ también es lo odiado, paraíso que nos devuelve al infierno adonde estamos sumergidos. Por eso ese lenguaje es sarcasmo, burla. El rencor del oprimido… también puede ser cruel. De ahí la necesidad del arma (cuchillo o lenguaje) para resarcirse, para ´compadrear`; de ahí también la necesidad de la música peculiar de ese lenguaje, que no es sinfónica, sino baile para excitar el cuerpo. La provocación del cuerpo erotizado. Hay la necesidad de pensar a la mujer como “lo materno”, entendiéndola como pasivo y sufrido vientre de la sumisión. Los binomios caballo/vaca, gallo/gallina así lo reflejan. La feminidad está pensada como lo innombrable, el no-lenguaje, un cuerpo ponedor. Al decir que la mujer es “eso”, su diferencia, su identidad queda abolida y se mitifica la maternidad, se la sacraliza, trabajando un territorio idealizado.Ese lenguaje connota una dicotomía formal: lo sagrado/lo profano, o una informal: paraíso/infierno. El purgatorio no es necesariamente el tercer término de esta dualidad, sino la feminidad, que es la irrupción –la encarnación de toda una cultura muda ante esto. La muda encarnación, entonces, tiene el valor de un oxímoron. Triste yovaca/gimes tu condición/de alverre: dar//vueltas y vueltas/ la que no fue/ alrededor de la casa/de la pampa oscura/ la que no pudo/ ser la que no/ alverre vaca.Al promediar el libro aparece un elemento que no estaba antes. Desaparece la concepción idealizada del “afuera”. Ese afuera, ese “mundo real” ya no pesa sobre la palabra. Es la palabra la que puede travesarlo, la que lo trastoca. Ya no hay sujeción; la palabra se vuelve metáfora. La palabra encarna. Ya no el lenguaje ob sceno --es decir, puesto en escena--, sino la transformación de diversos contextos. Al apropiárselos, surgen nuevas voces, nuevos colores que no estaban antes: aparece otra territorialidad. La palabra designa nuevos ámbitos; así resurge el barrio de la infancia sin pintoresquismos, sin sentimentalismo, sin idealización: es no es; es otra cosa: es metáfora poética. Aparece Brueghel; un Brueghel amable, el de los chicos jugando en la calle. Está Bosch, ¿cuál de los Bosch del tríptico? Seguramente o el tercero, el del mundo maquinal; seguramente el primero, más cercano al paraíso animal, a la fábula: calle de los dibujos/Bosch y Brueghel/una atmósfera familiar// percherones/locomotoras/remolcadores// pitan y resoplan/ tiran/cargados de bolsas/románicas de cúpulas/de ropa enormes/como iglesias/son imágenes escenas/ tiernas lecturas/ de humilde condición// una época de ocres/chapas otoñales/ en árboles sin techo// los chicos pían Bosch/resoplan Brueghel/pajaritos sobre ramas/de románicos ranchos//son imágenes tiernas/de condición percherones/remolcadores/locomotoras//en los dibujos/ de la calle// humildes padre Bosch/madre Brueghel/encuadernados como carros/en galpones ilustran/una atmósfera una época/familiar En otro poema, las cuencas vacías de los ciegos de Baudelaire iluminan la mirada de una chica que “ve”, a su pesar, la escena de la sordidez. El dolor de esa mirada queda suspendido del canto de un madre; la voz, ya no canción de cuna, ya no arrullo, alienta la exclusión. El horror de la realidad simbolizado en la herida que abren las palabras. Su ferocidad queda flotando; ya no puede borrarse, vuelto metáfora de la traición, y de la pérdida. Bosch, Brueghel, Baudelaire, no reducidos a epitafios de epígrafes, no convocados para sostener con su grandeza la impericia del lenguaje. Deseados, transformados, encarnados. Al apropiárselos, María del Carmen Colombo busca su propia voz. Lo contrario de la impostura; no se instala en la pseudo comodidad que proporciona una retórica lograda, o manejada con astucia. Hay dolor; también, la alegría del lenguaje. Me llevó a Rimbaud, que escribió: “me encanallo todo lo que puedo porque quiero ser poeta”. Encanallarse, para Rimbaud, significa no deberse a la sociedad, a costa de satisfacerse con una escritura subjetiva, insípida; significa llegar a lo desconocido descomponiendo todos los sentidos. Significa quedarse solo, adentrarse en el camino individual. Encanallarse: lo contrario de la abyección. Al apropiárselos, María del Carmen Colombo encuentra su propia voz. Creo que a esta altura ya sabe lo que eso significa, porque escribió este libro, porque escribió el bellísimo poema final del libro: “… ella/ cree en la eficacia/ del vacío… --escribe— y representa/la escena pensada por dios/para salvarnos”. Así termina este libro, con la esperanza en el principio. Porque Dios concibe a la criatura humana plenamente personificada con su voz individual, indeducible, irrepetible. Para que la literatura se vuelva irrespirable tiene que tener tanta respiración interna como sólo puede darse en la incomodidad, e la soledad, en el inconformismo. Aliviar el ego individual con un hallazgo solo conduce a la asfixia; aspirar a u lenguaje que conmueva, que descoloque tanto al lector como a quien lo escribe implica, irremediablemente, una travesía de absoluta, inalienable libertad y, por consiguiente, de desamparo. No es el camino más fácil, pero sí el más gozoso.*Revista Último Reino, julio 1993, pp. 25 a 29

LA MUDA ENCARNACIÓN * Por Horacio Zabaljáuregui

En el principio, es la hipnótica lámpara de la hoja en blanco, esa pampa espectral donde un signo, una sola cosa enciende, llama. Allí una voz encarna en la luz, allí una sola cosa forma fondo, va cavando. En el principio un torrente, el desierto murmullo incesante que va a dar a luz, que va a dar rienda suelta al eterno caballo del fluir. Sí. En el principio, fundar y fundir, y sobre todo, una manera de montar, de poner en escena, de recortar en el gran gerundio universal, la forma. Solapado caballo de Moebius que al verre deviene vaca, origami del signo, pliegue o bisagra del yo; metamorfosis de la lengua por la que el caballo nos da a la vaca. Así, por su propio peso, el del envase o en su defecto el del origen, por esa tara caída del árbol va cavando esta vaca aparecida, va llenando desde el abierto cielo de su herida al desierto suelo de su dolor. Es el duelo del sentido, un vacío difícil de llenar y también, un combate entre dos que se han desafiado. Alta en el cielo, la mirada. El afuera de la mirada, el eterno cristal la transparencia, el sueño, el zoom. El cielo. La gran cuenca vacía del cielo, los ojos el ciego, la noche de los ojos del ciego, el ciego de Baudelaire que levantaba los ojos hacia el cielo, hasta la deslumbrante ausencia, hasta el eclipse del padre. Cosas por el estilo. Un gesto. Una espiral como la de Pessoa, una serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en ninguna cosa, la estola de tul de la Virgen, una víbora de rezos que se enrosca a los pies. Yo la vi como en un libro de estampas, como un retablo de la memoria. Es canción la madre “vaite a lavar, porcona, vaite a lavar”, yo la vi calle de los dibujos, los cromos del barrio. Imágenes-escenas Bosch y Brueghel, fogatas, iluminaciones, figuritas, boca de buraco el cincel. En el principio la Ponedora purísima del casto huevo celestial. En el principio, ni el huevo, ni la gallina, tan solo el vacío, por donde se vuela el alma, hálito o logos neumático que va a dar a luz la podredumbre del cuerpo, pura pérdida, el claustro donde se exhala, donde se muere un día de nacer. En esa zanja oscura una muda encarna y va mutando otras voces, fuentes donde abrevar: vallejo, Gelman, fuentes donde meter las patas, trazo, hilván de las costureras del reino de los cielos, que a pura pérdida hacen el sudario, la lengua al vacío donde volver a ver al verbo. Aliento de mí en la frase, entrañas huecas, tripas del reloj. A golpes de estilo acuna arrulla incuba en el alba blanca, en la pura luz llena luna hasta el colmo. Creo con ella que un cuchillo nos une. Creo en la muda encarnación, esa línea desafinada para un oído absoluto. Creo en la eficacia del vacío, creo en el desgarramiento, en la dispersión del cuerpo, aluvión y metamorfosis. Creo en el bestiario doméstico que va cavando un estilo, una poética, sin contrabando de jergas, sin impostar teorías, sin trucos de ventrílocuo. Cuando así alumbra una voz, sólo nos resta celebrar y sobre todo arder cuando llama.*Revista Último Reino, julio 1993, pp.25 a 29